sábado, mayo 22, 2010

Érase una vez un país desmesurado

Publicado en "Diario menorca" el sábado 22 mayo

Cuando era niño escuchaba a hurtadillas las conversaciones veraniegas de mis mayores, sentados ellos, muy relajados, en el muelle de la bahía, como Ottis Reding pero en sillas de mimbre. Me asombraba que allí, en aquel Port-Maó de eterna posguerra en que nadie osaba hablar en público del Invicto como no fuera para loarlo con fervor (ahora mismo recuerdo su visita de aquellos años y la imagen que me quedó grabada: los tejados repletos de guardias civiles con metralleta), saltasen a la palestra con notable desparpajo nombres míticos como Eisenhower, Kruschef o Harold Mc Millan.
Uno de aquellos fosquets en que yo fingía jugar a taps (unas supuestas carreras ciclistas con chapas de Anquetil, Poulidor y Bahamontes), escuché una frase que me impresionó (estoy tratando de no usar el traumático “impactó” o el cursi “fascinó) y que nunca he olvidado:
-En este país o quemamos iglesias o nos bañamos en agua bendita.
Afortunadamente no pasaba por allí ningún comisario político espontáneo, especie abundante en aquellos tiempos, porque la última parte de la frase era notoriamente incorrecta por no decir subversiva, si tenemos en cuenta el momento histórico, muy proclive al agua bendita, a las mujeres con velo, a los palios y a los desfiles de curas y militares entre flores a María e himnos marciales.
El estentóreo dictamen me viene una y otra vez a la memoria cuando observo el devenir de este país de países en su crónica incapacidad de debatir con rigor y templanza cualquier asunto peliagudo que salte a la palestra. Como el del juez Garzón sin ir más lejos, o el de la non nata sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán, sobre los que planean las dagas o, en su defecto, los eslóganes de las respectivas sectas, pero escasas reflexiones.
En el primero de ellos, por poco que uno trate de sobrevolar los vientos racheados, se podría abrir un interesante debate jurídico-político sobre la preeminencia o no de las leyes estatales (la nuestra de Amnistía) sobre resoluciones internacionales que hablan de la imprescriptibilidad de determinados delitos (genocidio, etcétera). En lugar de ello, los medios españoles, incluidos los serios (pocos, oremus) se enzarzan en una guerra de trincheras absolutamente indigerible. En un país no desmesurado (con auténtica tradición democrática) posiblemente el asunto se hubiera solucionado con una advertencia al juez sobre sus discutibles maniobras procesales, pero aquí no nos andamos con chiquitas, se activa el adn cainita y se acusa al magistrado nada menos que de lo peor que se puede culpar a un juez, la prevaricación, entre enfervorizadas ovaciones de unos y rasgamientos de vestiduras de otros. Todo muy valleinclanesco.
En el asunto de la sentencia del Tribunal Constitucional, tres cuartos de lo mismo. La controversia es políticamente interesantísima, nada menos que la paradoja de que una ley aprobada en Cortes y refrendada por la ciudadanía (escasa pero igualmente válida), pueda ser sustancialmente revocada por un tribunal de notables (sin entrar en la impúdica manipulación política de la que ha sido objeto), situación que podría dar paso a un riquísimo debate político de no ser por la ancestral costumbre hispana de enrocarse en posturas numantinas, las de la radicalidad democrática de quienes anteponen la voluntad popular a la legislación y las de quienes, desde una berroqueña idea de España, son capaces de retorcer tribunales y leyes con tal de que no se mueva un ápice de la sagrada unidad / uniformidad etcétera.
Llegado a este punto, compruebo que no he dicho una palabra de los ínclitos representantes de la soberanía popular y que ha sido por pereza: uno está del “y tú más” y de teorías conspirativas (la última, la de Camps y sus trajes incorruptos), hasta la calva. Ideas, pocas y tarde en los que gobiernan, y el “no a todo” de los otros, incluso cuando se hace lo que ellos preconizaban dos días antes…En fin, ¿por qué se irían los británicos de nuestra isla?

La lectora sonriente

Publicado en "Diario Menorca" el sábado 15 mayo

¿Acaso las películas han matado a los libros, o la televisión al cine?, es la pregunta que abre el interesante diálogo entre Jean-Claude Carrière, uno de los dramaturgos y guionistas europeos más reconocidos, que llegó a trabajar con Luis Buñuel , y Umberto Eco, el semiólogo de Bolonia, universalmente famoso por su aportación novelística con “El nombre de la rosa” o “El péndulo de Foucault” entre otras obras de ficción, que se acaba de recoger en forma de libro que publica Lumen bajo el sugestivo título “Nadie acabará con los libros”.
El de la pervivencia de la cultura libresca tal como la conocemos, es un tema recurrente que el escribidor se replantea después de haber vivido otra jornada mágica de Sant Jordi en el stand de mis acogedores amigos de la Llibreria Catalana, sublimada cuando una lectora desconocida, a la que hacía rato que observaba porque sonreía mientras hojeaba atentamente mi libro, levantó la mirada hasta encontrarse con la mía, y me recordó la escena final de “Luces de la ciudad” del maestro Chaplin, cuando la violetera, recuperada de su ceguera, reconoce a su benefactor, un mendigo que había pasado las de Caín para costearle la operación.
-Ah, ¿es usted?-me espetó, entre tímida y curiosa, al reconocerme por la foto de la solapa del libro.
-Síii-contesté con un mohín que quería ser humilde, como el de Charlot en la película, pero que debió de traslucir humana vanidad.
-Es que no llevo dinero, pero voy a buscarlo, su libro parece muy interesante…
-Bueno, verá, por lo menos es sincero y bienintencionado. Es una visión intimista sobre…
-Ahora vuelvo-cortó mi incipiente speach.
El librero me miró con sorna como diciendo “me parece que nanay”. Pero la mujer volvió y le dediqué algo así: “A C., a la que he observado mientras sonreía hojeando mi libro. Gracias por proporcionarme un instante de felicidad”
¿Acabará la electrónica con momentos así?, me preguntaba mientras, cansado pero exultante, abandonaba Es Carrer Nou. Leer a uno de estos bibliófilos empedernidos como Eco o Carrière reconforta: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se ha inventado no se puede hacer nada mejor”. Seguramente es así pero tampoco puede negarse la evidencia: si el invento de Gutemberg hizo posible nuestro mundo moderno sin que nadie pudiera preverlo en su momento, tampoco hoy podemos predecir el impacto a largo plazo de la digitalización galopante de nuestros días, aunque empiecen a verse algunos efectos perversos como el que hoy día, en internet, cualquiera pueda llamarse autor…
Se están produciendo cambios a gran velocidad en comparación con la lentitud mineral del impreso; en el siglo II los chinos experimentaban con tintas y piezas de madera, pero hasta el siglo IX no imprimen en rollo textos budistas; en el siglo XV Gutemberg inventa la imprenta, hasta el XIX no aparece la primera linotipia. Comparemos con el tiempo transcurrido desde la impresión digital, a fines del siglo XX hasta la aparición del primer kindle en 2007. No me asusta, ya he vivido una evolución frenética en mi profesión, pero en esencia sigue siendo una interacción genuinamente humana: médico y enfermo frente a frente (¿lector y libro?).
¿Persistirá el libro en su actual formato? No sé si pienso que sí o quiero que sí, pero no soy capaz de imaginar un mundo sin libros de papel que pueda llevarme bajo el ullastre o a Macarella. Bien mirado, el libro tiene muchas ventajas modernas, no se descarga, puedes anotar lo que se te antoje en sus márgenes, cabe en cualquier sitio, es manejable, puede ser un regalo personalísimo (el único que me apetece hacer, fuera de la tortura de perder una tarde buscando algo “original”). Además, para los viciosos es una mina: se deja manosear, olisquear, provoca ensoñaciones y por si fuera poco evita riesgos, ya que, como sugiere Savater, vivir sin leer es peligroso, obliga a conformarse con la vida y esto puede llevar a peligrosos desvaríos.
¿Qué al fin y al cabo lo importante es leer y el soporte es lo de menos? No estoy tan seguro. Intuyo que los que pretendemos buscarnos la vida lectora fuera de bestsellers y libros de autoayuda tendremos poco que hacer en el mundo kindle. Deberemos seguir hurgando en pequeñas librerías y editoriales minoritarias. Si es que logran sobrevivir, que esa es otra, como la cruda realidad de los periódicos, abducidos por el fast food del entretenimiento, el escándalo y la inmediatez cibernética. ¿Pervivirán los periódicos de calidad? ¿Podremos seguir leyendo análisis concienzudos, reportajes de calidad? ¿Somos capaces de concebir a una lectora sonriendo mientras le da a las teclas de un libro electrónico? ¿Qué quedará del hojear / ojear?

jueves, mayo 06, 2010

El largo y tortuoso invierno

No se recuerda en estos pagos un invierno semejante: largo, frío, húmedo, ventoso, incluso con nieve, tan extraña para los isleños mediterráneos como el sol para los nórdicos. Si a ello se le añade la preocupación creciente por la situación político-económica, no cabe duda que nos encontramos ante una de las primaveras más extrañas de nuestra vida. Ni siquiera la eclosión de fresas y nísperos otorga un respiro. Estamos alicaídos.
Eso, la infantería, porque en el estado mayor cunde además el desconcierto. Patética la reunión ayer de los dos políticos españoles con mando en plaza, es decir, con posibilidades de tomar el mando. El actual inquilino de la Moncloa con su habitual retórica circular, vacua, del ya escampará, y el otro, el líder de la oposición, con su desesperante indefinición de quien espera ver pasar el cadáver de su enemigo por la puerta de su casa.Fumando espero.
Y sigue lloviendo.

sábado, mayo 01, 2010

Psicoanálisis culé

Publicada en "Diario Menorca" el sábado 1 de mayo

Tenía confianza en las posibilidades del Barça, pero en ningún caso “ciega”. A estas alturas sé de sobras que el fútbol no es más que un juego y como tal azaroso, que pese a libretas y métodos científicos, las circunstancias imponen su ley y no siempre a favor de la lógica. Apunto algunas reflexiones a vuelapluma:
a) Influencia arbitral. Indudable, sobre todo en San Siro, como lo fue la temporada anterior en Stamford Bridge sólo que al revés.
b) Juego. Es legítimo el planteamiento de Mourinho. También es una desgracia para el fútbol que le salga bien. El Barça no jugó bien en San Siro y mereció la derrota y anoche no supo romper el catenaccio italo-portugués (mucha posesión pero escasas oportunidades de gol). Demérito suyo.
c) Errores de Guardiola. Ayer quedaron patentes algunos, como el trueque Ibrahimovic / Eto’o (dejemos en el congelador al pobre Chigrinsky) y algunos cambios extraños como anteponer a Jefren y Bojan a la experiencia y poder de intimidación de Tití Henry, o no sacar a Touré en San Siro cuando se perdió el centro del campo.
d) Dramatización innecesaria. No me gustan las apelaciones a heroicidades, noches mágicas y el sunsurcorda emocional. Creo que la campaña mediática jugó en contra del Barça. Los italianos ¡y Mourinho! se mueven como pez en el agua en estos ambientes y la presión atenazó a unos jugadores que necesitan la mente clara para desarrollar su habitual juego de arte y precisión.
e) Filosofía blaugrana. Como culé, estoy acostumbrado a perder (Guardiola estuvo certero y oportuno al recordarlo en la rueda de prensa) y quizás nos habíamos olvidado de ello. Aún así, esta es la mejor época de nuestra vida de aficionados y no tiene por qué dejar de serlo, ni siquiera aunque también se pierda la Liga, Belcebú no lo permita. Este equipo es un orgullo como nunca lo había sido.

Edades conflictivas

Publicado en "Diario Menorca" el sábado 1 de Mayo

Hace unos años leí un libro con un título tan llamativo como misterioso, “Adultescentes”, que se refería a esa generación de “hijos de los héroes” que se niegan a crecer y reciben las acusaciones de sus padres sesantayochistas por no tener sueños, por no comprometerse y no militar en ninguna causa, etcétera. “Son esos adultos-dice Eduardo Verdú, su autor- que, en época de glorificación de la mocedad, cremas anti arrugas, liftings, ropa juvenil, que parecen jóvenes pero no son jóvenes… Ser joven haciendo vida de adolescente es una pesadilla y ser adulto haciendo vida de joven puede resultar patético…” De todas formas y, al igual que la adolescencia clásica, la adultescencia es transitoria y acaba con la primera hipoteca, pasada la frontera de los treinta, aunque no hay que engañarse: la madurez es dama esquiva y se escabulle toda la vida, uno mismo no ha logrado acariciarla jamás.
Me he acordado del libro porque acabo de descubrir que cuando se deja de estar en brazos de la mujer madura para pasar a los de la abuela (no más chistes, por favor), se convierte en un senectescente, es decir, en un adolescente de la senectud y, en este caso, mejor si no fuera un período transitorio, sic transit gloria mundi. Seguramente, el otro día, cuando me entrevistaba Rafa Ayala Jr. en Onda Cero con motivo de mi último libro (¡Qué impagable sensación de calor de hogar en la radio de Diana!), me di cuenta de la magnitud de la catástrofe al analizar mi espontánea y lúgubre respuesta al preguntarme Rafa por algún objetivo terminal : “Afrontar el deterioro con dignidad ”, respondí, más o menos. Y aún creo recordar que añadí: “Aprender a renunciar, despedir…” Y no tenía ningún pajarraco negro anidado en mi calva. Lo juro.
Y es que ahora veo que hay muchos paralelismos entre senectescencia y adolescencia: si cuando eras mozo te salían granos y te crecía la nariz (recuerdo que estuve lustros sin ponerme de perfil ante las chicas), ahora te salen matojos de pelos de las orejas y te crece la próstata (en cuanto a los extraños fenómenos que les ocurren a las senectescentes lo dejo aquí: no quiero problemas). En fin, cuando empezaste a ser un adultescente con pasta para salir de juerga, te acostumbrabas a funcionar durmiendo cuatro o cinco horas, lo mismo que ahora en que te despiertas glorificando el prodigio de dormir cinco horas seguidas sin levantamientos ( me refiero a levantamientos para ir al baño, los otros son siempre bien recibidos, a cualquier edad).
Luego viene el día sublime de tu entrada oficial en la abuelez, semejante en emoción al día de tu primera comunión o al de tu primera penetración (del voto en la urna, no vayan a creer, que antes casi todas las penetraciones eran pecado). Aquello tan pequeño y frágil es tuyo y no lo es. Te felicitan, te auguran entrañables emociones, pero no faltan los agoreros: que si tienes por delante cuatro años de duras prácticas antes de homologar el título de abuelo, que si ya verás cuando quieras leer o escribir y la niña no te deje, que se te va a hacer madridista y te amargará los partidos de la tele, que no podrás ir al cine los fines de semana porque sus papás también querrán salir…. Pero es que además revolotean tus propios recuerdos: de un avi sólo recuerdo una cojera y un bastón y del otro un bigote con las puntas hacia arriba, el temor reverencial que le rodeaba y ni media caricia. Es obvio que no quieres que te recuerden así.
Seguramente me precipité en mi respuesta a Rafa sobre objetivos a estas alturas. Me acabé de dar cuenta anoche cuando observaba fascinado su plácido sueño en plena melancolía futbolística por la derrota (de la que me curó instantáneamente). A ver: Leerle cuentos, pasear con ella de Mitjana a Trebaluger por el Camí de Cavalls, prevenirla sobre fanatismos varios, fomentar su curiosidad (más que darle respuestas, que sepa hacer preguntas), apercibirla contra el culto al cuerpo y el papanatismo tecnológico, contra el consumismo desaforado… En fin, objetivos para varias décadas ¡Un brindis por la senectescencia!