Cuando cumplí
sesenta años programé un viaje singular, nada menos que a la Patagonia, no sólo
por el placer que a buen seguro y como así fue, significaría, sino también para
escabullirme de una más que probable fiesta sorpresa a la que mis hijos son muy
aficionados (la que le montaron luego a su madre fue sonada), y que a mí me
aterran desde que he descubierto mi propensión al llanto en situaciones
potencialmente emotivas. Mi última experiencia al respecto había sido de lo más
embarazosa, al quebrárseme la voz y ponerme a gimotear en la presentación de un
libro…
Pues bueno,
ya he tenido mi fiesta sorpresa. Me había pasado la mañana del martes
preparando ideas para una presunta reunión de trabajo con el director y otros
colaboradores del diario, pero al entrar, tuve la fortuna de atisbar a lo lejos
la melena blanca de Paco Pons Capó, la alegría expansiva de Biel Fiol, el clergyman
del Obispo, el porte institucional de Paco Tutzó, y comprendí al instante la magnitud de la encerrona: tendría mi
fiesta sorpresa. Aquella fulguración desde los aledaños de los talleres me
salvó, porque tuve unos momentos para detenerme, encauzar la riada de
sentimientos y deleitarme saludando a tan buenos amigos (gracias, Gerard por
venir desde Barcelona, gracias Juan Carlos por volver al diario, gracias a
todos por acudir) antes de escuchar el documentado discurso de Josep P. Fraga
deslizando aspectos de mi trayectoria periodística que ni siquiera recordaba, y
el de Josep Bagur, afable y excesivamente generoso sobre mi aportación al
periódico.
Pero la
verdadera prueba fue al tomar la palabra
mi mentor y amigo Paco Pons Capó que volvía a pisar el diario después de muchos
años de retiro, porque entonces la riada de recuerdos y emociones amenazó con
desbordar todos los diques de contención. Me empezaron a temblar las piernas
(incluso los glúteos, algo insólito) y la barbilla, pero logré prestar atención
al mensaje de mi viejo maestro y creo que tenía razón al afirmar la supremacía
indiscutible de mi vocación médica sobre mi obsesión
por escribir. Y debe de ser así porque no hay nada en lo vivido comparable a la experiencia del cirujano ante un difícil
caso resuelto y la sonrisa de un paciente agradecido, y nada peor que la
frustración por un fracaso, ese insomnio
recalcitrante que noche tras noche te recuerda lo que pudiste hacer mal.
Pero si me
hubieseis avisado, traidores, hubiera podido preparar una intervención más
ajustada que las palabras que tuve que improvisar y hubiera mencionado y
contado anécdotas de mis primeros amigos
de Es Diari, Fernando de
administración, Toniet el corrector,
el cajista Dalmedo, los linotipistas Rabaque,
Biel Fiol (felizmente presente),
Paco de Sant Lluis y Rafael Serra, al
sin par Toni Pelut, a los fotógrafos
Javier y Moreno, al reportero más singular Toni Verger, compañero de mil
singladuras, a Mituro quien me
introdujo en la sección deportiva, luego con JJ Quetglas, a mi primer director
Mateo Seguí, al siempre elegante Guillermo de Olives y a la pléyade de
directores que le siguieron, con especial mención para mis amigos Joan
Cantavella y Bosco Marqués, quien tuvo que lidiar -con absoluta maestría- con
mis conflictos con el clero…
Tampoco
habría podido olvidarme del propio a padre Cots quien, como recuerdo con el
obispo en un divertido aparte, me telefoneaba a cualquier hora del día para
reñirme cariñosamente por alguna impía opinión vertida en las proximidades de
la semana santa (también Mateo Seguí solía llamarme a capítulo en su despacho
del hospital Monte Toro), ni de mis
compañeros y amigos de mi época de redactor-jefe de deportes (otra ilusión
cumplida, sólo me falta marcar un gol en el
Bernabéu), Jaume Payeras, Nicolás Valverde, Seo Llabrés Rafa Ayala senior, Juan Quevedo, y ¡cómo no!, de
Tomeu Gili, pluma acerada y libertina, amigo y confidente desde que Es Diari nos unió hace cuarenta años y del finísimo corrector y gran amigo ateneísta Paco
Fábregues que estás en los cielos…
En fin, si me
hubieseis avisado, hubiera podido
expurgar y mostraros algunos de los anónimos más feroces que he ido recibiendo
a lo largo de los años, futbolero- unionistas aparte, que estos, con sus
escudos gualdiazules, formaban parte del paisaje. Uno de aquellos me llamaba
“dinamitero del régimen” y contrastaba la bonhomía de mi padre con mi
mezquindad, mi mujer aún no se ha recuperado… Pero, ¡menos mal que no me
avisasteis!, y así tuve que improvisar
yéndome por las ramas de las abstracciones y gracias a ello nos libramos todos
de una más que embarazosa llantina escasamente decorosa para quien se tiene por
racionalista contumaz.
Lo que está
meridianamente claro, y eso sí recuerdo que lo dije, es que sin el Diario
Menorca en mi vida hubiera sido una persona con una grave amputación y que
gracias a su paciencia y tolerancia conmigo he podido realizarme en una faceta sin la cual no podría entenderme a mí mismo.
Mil gracias a
todos por un día inolvidable… Y vosotros lo habéis querido: continuaré.