jueves, septiembre 16, 2010

Annecy

Sentado al atardecer de un hermoso día de septiembre frente al lago de Annecy, observaba el plácido paseo de jóvenes parejas con sus niños bajo los árboles centenarios, el mágico vuelo de los parapentes recortados sobre las montañas que circundan el hermoso lago, las velas deslizándose sobre sus aquietadas aguas... Sí, sería uno de esos momentos en que la vida parece detenerse en un prado de hermosura y paz.
Al día siguiente vuelvo a España y me encuentro con la bronca habitual, diálogo de besugos en que nadie escucha ni argumenta, instalado todo el mundo en su trinchera ideológica. En las televisiones galas he escuchado interesantes y respetuosos debates en los que la gente parecía receptiva y dispuesta a dejarse convencer si los argumentos de los demás son más sólidos, aquí, como en Norteamérica la polarización es estruendosa: la derecha esgrime rancio patrioterismo y demagogia a porrillo como el Tea party de la inefable Sarah Palin y la izquierda moderada no está ni se la espera, perdida en su laberinto.
Pero eso no es lo peor de la vuelta: está la barbarie de Tordesillas con el sádico alanceamiento de un pobre animal indefenso, el artista que pega grillos vivos en un panel para recrearse en su agonía y, sin ir tan lejos, esas hordas de descerebrados que han venido a la isla y nada más bajar del avión pedían al taxista que les llevara a "las playas del anuncio", o esos otros que móvil en ristre se metían bajo los caballos en las fiestas para conseguir imágenes "impactantes"...
En cuanto pueda me vuelvo a Annecy.