Publicado en "Diario Menorca" el sábado 16 Octubre
Cada día resulta más alucinante, y este caso el manido adjetivo es imprescindible, darse un garbeo por las páginas de ciertos medios o, en su defecto, por el revelador blog de José Mª Izquierdo en El País o, si uno tiene estómago suficiente, por las diferentes cadenas que colonizan la TDT y que rivalizan una con otra en a ver quién la dice más gorda. Al final, el panorama observado / escuchado en nuestro país no se aleja demasiado del que ofrecen buena parte de los medios norteamericanos empeñados en una cruzada denigratoria contra el presidente musulmán desde la estelar aparición del “movimiento” (así, nada menos, quieren ser conocidos sus miembros) ultraconservador del tea party. Uno mismo ha tenido que bloquear la entrada de comentarios anónimos en su modesto blog, permanente asediado por huestes liberales “sin complejos”.
Parece como que nuestros neocons amantes del vínculo trasatlántico pretendieran consolidar por la vía mediático-social lo que no acabaron de cuajar en su época de gobierno más asilvestrada: una auténtica conjunción planetaria con lo más granado de la opinión pública norteamericana, una especie de carajillo party en el que vale todo, desde la manipulación más grosera al insulto más soez. Es un discurso (?) simple, claro, directo, sin matices ni complejos, tan consustancial con los tiempos actuales de eslóganes y política-espectáculo, que calan como un chaparrón en el tejido social y colonizan no sólo a los medios sino a la propia vida de relación: cada vez resultan más aventuradas las cenas y reuniones con antiguos amigos pues abundan las conversiones al movimiento y ya sabe cómo las gastan los conversos.
¿Y qué nos proponen los amantes del té / carajillo? Se trata de un modo transnacional, global, de entender la vida, no sólo de un sistema de gobierno, una especie de anarquismo de derechas destinado a reducir los controles estatales (excepto los que se refieren a “indisolubles” unidades) y los servicios públicos, a tomar decisiones “sin complejos”, fuera de la lentitud deliberativa intelectualoide, una ideología del éxito personal, en pocas palabras, definir la democracia como “lo que quiere el pueblo”, o como suelen decir por aquí nuestros neoliberales, atender a las preocupaciones de la “gente normal”. Los que se quedan fuera del sistema, es su problema, si se esforzaran más en lugar de ordeñar al papá Estado… Y si no lo hacen, siempre nos quedarán las deportaciones.
Mientras tanto, la izquierda democrática, pese a haber sido la muñidora de las grandes conquistas sociales (derechos de los trabajadores, libertad de asociación, seguridad social, jubilación, vacaciones pagadas, laicidad republicana etcétera) que han llevado a la Europa moderna, se ha dejado ganar la batalla por la libertad que siempre había sido su bandera. Hoy día los chicos de los coros y danzas de todos los países se han adueñado de tan noble concepto, enarbolándolo como un azadón cuando los progres esbozan una tímida reforma sanitaria en Norteamérica o por estos lares pretenden poner límites cívicos al individualismo o límites ecológicos al desarrollismo, que serían simplemente mínimos democráticos.
Mientras los entusiastas militantes del tea party oran al Dios cristiano, acusan de musulmán y comunista a Obama, y obligan al Partido Republicano a plantear un radical programa para las elecciones legislativas de noviembre con el objetivo de paralizar la incipiente reforma sanitaria y cualquier otro atisbo de gasto que no sea para las fuerzas armadas y la seguridad nacional, nuestra alegre muchachada liberal dedica toda clase de epítetos al Presidente del Gobierno (con orgía incluida el “día de la raza”), a Rubalcaba o a cualquier ministra que se mueva mínimamente, al tiempo que echa tinta de calamar mediática sobre la corrupción en su partido (que lo es, a pesar de los “maricomplejines”) e infamias contra jueces y policías que osan investigarla, y oculta sistemáticamente las medidas que piensa tomar cuando gobierne, salvo la consabida bajada de impuestos y, de la mano con los obispos, la batalla contra la nueva ley del aborto.
Claro que la izquierda socialdemócrata se lo pone fácil en Europa al té/carajillo party con su discurso gaseoso y alicorto, sin más identidad que una exhibición de buenismo tolerante con la inmigración clandestina (excepto cuando Sarko llama al orden) y la delincuencia social, con apelaciones vaporosas a la solidaridad internacional, ideario que va sucumbiendo una y otra vez en Italia, Francia ahora en Suecia, y dentro de poco, inevitablemente, en España, donde la situación se ha agravado con la caótica conducción de la crisis económica, primero tres veces negada antes de que cantara el gallo y luego mil veces corregida de sus propias correcciones.
¿Existe todavía una izquierda ilustrada realmente capaz de abrirse a la sociedad, afirmar el papel del Estado en la regulación de los excesos del mercado y el capitalismo financiero, consolidar unos servicios públicos eficientes y sostenibles, invertir en universidades y escuelas, defender la laicidad contra el intrusismo religioso, fomentar la investigación, apoyar una televisión pública de calidad y ayudar realmente a los débiles y discapacitados? ¿Es soñar demasiado pensar en un “movimiento” cívico transversal izquierda-derecha capaz de contrarrestar con ideas y proyectos las peligrosas simplezas de los contumaces consumidores de infusiones?
Cada día resulta más alucinante, y este caso el manido adjetivo es imprescindible, darse un garbeo por las páginas de ciertos medios o, en su defecto, por el revelador blog de José Mª Izquierdo en El País o, si uno tiene estómago suficiente, por las diferentes cadenas que colonizan la TDT y que rivalizan una con otra en a ver quién la dice más gorda. Al final, el panorama observado / escuchado en nuestro país no se aleja demasiado del que ofrecen buena parte de los medios norteamericanos empeñados en una cruzada denigratoria contra el presidente musulmán desde la estelar aparición del “movimiento” (así, nada menos, quieren ser conocidos sus miembros) ultraconservador del tea party. Uno mismo ha tenido que bloquear la entrada de comentarios anónimos en su modesto blog, permanente asediado por huestes liberales “sin complejos”.
Parece como que nuestros neocons amantes del vínculo trasatlántico pretendieran consolidar por la vía mediático-social lo que no acabaron de cuajar en su época de gobierno más asilvestrada: una auténtica conjunción planetaria con lo más granado de la opinión pública norteamericana, una especie de carajillo party en el que vale todo, desde la manipulación más grosera al insulto más soez. Es un discurso (?) simple, claro, directo, sin matices ni complejos, tan consustancial con los tiempos actuales de eslóganes y política-espectáculo, que calan como un chaparrón en el tejido social y colonizan no sólo a los medios sino a la propia vida de relación: cada vez resultan más aventuradas las cenas y reuniones con antiguos amigos pues abundan las conversiones al movimiento y ya sabe cómo las gastan los conversos.
¿Y qué nos proponen los amantes del té / carajillo? Se trata de un modo transnacional, global, de entender la vida, no sólo de un sistema de gobierno, una especie de anarquismo de derechas destinado a reducir los controles estatales (excepto los que se refieren a “indisolubles” unidades) y los servicios públicos, a tomar decisiones “sin complejos”, fuera de la lentitud deliberativa intelectualoide, una ideología del éxito personal, en pocas palabras, definir la democracia como “lo que quiere el pueblo”, o como suelen decir por aquí nuestros neoliberales, atender a las preocupaciones de la “gente normal”. Los que se quedan fuera del sistema, es su problema, si se esforzaran más en lugar de ordeñar al papá Estado… Y si no lo hacen, siempre nos quedarán las deportaciones.
Mientras tanto, la izquierda democrática, pese a haber sido la muñidora de las grandes conquistas sociales (derechos de los trabajadores, libertad de asociación, seguridad social, jubilación, vacaciones pagadas, laicidad republicana etcétera) que han llevado a la Europa moderna, se ha dejado ganar la batalla por la libertad que siempre había sido su bandera. Hoy día los chicos de los coros y danzas de todos los países se han adueñado de tan noble concepto, enarbolándolo como un azadón cuando los progres esbozan una tímida reforma sanitaria en Norteamérica o por estos lares pretenden poner límites cívicos al individualismo o límites ecológicos al desarrollismo, que serían simplemente mínimos democráticos.
Mientras los entusiastas militantes del tea party oran al Dios cristiano, acusan de musulmán y comunista a Obama, y obligan al Partido Republicano a plantear un radical programa para las elecciones legislativas de noviembre con el objetivo de paralizar la incipiente reforma sanitaria y cualquier otro atisbo de gasto que no sea para las fuerzas armadas y la seguridad nacional, nuestra alegre muchachada liberal dedica toda clase de epítetos al Presidente del Gobierno (con orgía incluida el “día de la raza”), a Rubalcaba o a cualquier ministra que se mueva mínimamente, al tiempo que echa tinta de calamar mediática sobre la corrupción en su partido (que lo es, a pesar de los “maricomplejines”) e infamias contra jueces y policías que osan investigarla, y oculta sistemáticamente las medidas que piensa tomar cuando gobierne, salvo la consabida bajada de impuestos y, de la mano con los obispos, la batalla contra la nueva ley del aborto.
Claro que la izquierda socialdemócrata se lo pone fácil en Europa al té/carajillo party con su discurso gaseoso y alicorto, sin más identidad que una exhibición de buenismo tolerante con la inmigración clandestina (excepto cuando Sarko llama al orden) y la delincuencia social, con apelaciones vaporosas a la solidaridad internacional, ideario que va sucumbiendo una y otra vez en Italia, Francia ahora en Suecia, y dentro de poco, inevitablemente, en España, donde la situación se ha agravado con la caótica conducción de la crisis económica, primero tres veces negada antes de que cantara el gallo y luego mil veces corregida de sus propias correcciones.
¿Existe todavía una izquierda ilustrada realmente capaz de abrirse a la sociedad, afirmar el papel del Estado en la regulación de los excesos del mercado y el capitalismo financiero, consolidar unos servicios públicos eficientes y sostenibles, invertir en universidades y escuelas, defender la laicidad contra el intrusismo religioso, fomentar la investigación, apoyar una televisión pública de calidad y ayudar realmente a los débiles y discapacitados? ¿Es soñar demasiado pensar en un “movimiento” cívico transversal izquierda-derecha capaz de contrarrestar con ideas y proyectos las peligrosas simplezas de los contumaces consumidores de infusiones?