miércoles, enero 28, 2009

La época "obámica"

Resumen de la exposición en la tertulia del Ateneo de Mahón el 27-I-09

El porqué de las inusitadas expectativas que ha suscitado la elección de Barack Hussein Obama como presidente de E.E U.U debe buscarse en la creciente perplejidad de un mundo que se había dejado llevar por la ola de la euforia hiperconsumista de culto al dinero fácil, de gratificación individual inmediata, y que de pronto se encuentra que todo era un montaje de cartón piedra contra el que se ha dado un formidable batacazo que le ha dejado en estado pre-comatoso. Obama aparece en los tiempos del estupor cósmico, acrecentado por la crisis definitiva de las ideologías, que primero vieron como los socialdemócratas (Felipe González, Tony Blair, Bill Clinton) se hacían liberales y, en los últimos meses, como los profetas de la intervención mínima del Estado llamaban, con la ceniza del arrepentimiento en la frente, a las puertas de la intervención pública.
Obama que, de momento, no es más que un joven político al que habrá que juzgar por sus obras y no por sus palabras (por bien que suenen en un principio), se enfrenta a una profunda crisis que no sólo es económica, sino ideológica, social (la brecha ricos-pobres es enorme en todo el mundo pero escalofriante en su país), energético-medioambiental (calentamiento global, agotamiento combustibles fósiles) y geoestratégica (Iraq, Palestina, Irán, Cuba). También debe redefinir el papel de E.E U.U en el mundo tras el cúmulo de platos rotos tras la larga bronca neocon y la creciente fuerza de las potencias emergentes (China, India, Irán).
Tras la gran demostración de unidad, patriotismo, generosidad con el adversario político y capacidad de reinventarse a sí mismos que han dado los americanos en estas elecciones, Obama tiene un reto fundamental que puede orientar la política mundial en el nuevo siglo: Lograr un equilibrio correcto entre Estado y mercado, entre la acción colectiva a escala nacional y global, entre la acción gubernamental y no gubernamental, tras la caída de los mitos neoliberales de esa mano invisible que nadie ve por ningún lado, el de la desregulación de los flujos financieros, el de que todo gobierno grande es intrínsecamente perverso, y el del respeto reverencial por el déficit público, al que no hay que tener miedo en aumentar, por lo menos en tiempos de crisis según el gurú actual, el neo-keynessiano Paul Krugman.
Apunta bien Obama en la crisis energética y medioambiental con sus recientes propuestas sobre limitación en la emisión de gases y consumo energético y en cuanto a la crisis social, especialmente aguda en su país, la piedra de toque van a ser las medidas de protección a los desempleados y fundamentalmente los pasos que se den hacia la ineludible cobertura sanitaria universal, proyecto en el que ya se estrelló Hillary Clinton durante la administración de su marido, por la incontenible presión de los poderosos loobbies de las clínicas privadas.
No va a ser menos complicado meter la cuchara en la crisis geoestratégica: seguramente dará pasos para desbloquear Cuba, pero lo fundamental es recuperar la confianza del mundo musulmán o, cuando menos, disminuir su inquina tras los desastres de Iraq y Palestina. De aquél tendrá que salir más pronto que tarde y las decisiones que tome con respecto a Israel pondrán a prueba su fibra. No es nada fácil ponerle coto a la influencia del lobby judío en el entorno de Washington, pero Obama no puede permitir ni el hostigamiento terrorista de Hamás ni las desmesuradas respuestas israelíes. Tampoco le queda otra opción que hablar con Irán.
Obama, en fin, tiene otras similitudes con el Roosevelt del “Grand Deal” y es su pasión por los medios. Si aquél inauguró las reuniones con periodistas y las emisiones radiofónicas desde la Casa Blanca, Obama es una adelantado de Internet y de la comunicación con los ciudadanos, y también va a cambiar la percepción que tenemos del poder.
En resumen y desde un pesimismo que pretende ser lúcido, aquel que por no esperar grandes mejoras se conforma con pequeños avances, uno se contentaría con que Obama propiciara el poder moderador del Estado, primara el discurso político sobre el económico y la diplomacia y el multilateralismo en política exterior. No sería mal bagaje, tal como están las cosas.