Gracias, amigos, por no dejarme solo en plena calle el día de Sant Jordi. Uno, que no es escritor sino médico y, en sus ratos libres, escribidor, no las tenía todas consigo a la hora de plantarse en el stand de la Llibrería Catalana, mi tercera casa después de la mía propia y el Diario Menorca; temía por la mirada desdeñosa, el abandono, el ridículo. Al fin y al cabo, mio libro no era de autoayuda ni una novela de intriga vaticana ni de templarios ni de vientos que dan sombra y no tenía nada que hacer ante tamaña competencia...Un dietario, una crónica novelada de ocho años que no cambiaron el mundo aunque lo encabronaron bastante. Un libro para reflexionar, para disentir, para sonreír, para cabrearse y alguna vez, espero, para compartir...
Bueno, pues funcionó. Fue una mañana mágica en la que no dejaron de acercarse lectores para que les firmara un ejemplar. Me quedo con una desconocida a la que vi hojear el libro y empezar a sonreír. Leía y sonreía cada vez más ¡Bingo! Levantó la mirada y me reconoció pr la foto de la solapa.
-¡Ah, es usted! No llevo dinero, pero voy a un cajero y vuelvo.
Y volvió, y le escribí que la había visto sonreír leyéndome y que me llenó de felicidad. Es la magia de Sant Jordi.