Publicado en "Diario Menorca" el sábado 17 Abril
Hablábamos el otro día en el Ateneo de la triple crisis del periodismo: económica (desplome de la publicidad), de modelo (la actual cultura de la gratuidad) y de credibilidad. Y nos deteníamos en esta última, como hacía el ex director de Es Diari Juan Bosco Marqués el pasado domingo en Culturàlia, reivindicando los contenidos de calidad, lo que incluye el control de fuentes (la implacable poda actual de corresponsalías en el extranjero es significativa, al caer la información en manos de grandes agencias con sus poderosos grupos de presión / manipulación). Otro de los problemas de los periódicos digitales, además del de su acceso gratuito que acreciente la crisis empresarial, y de las dificultades en separar el grano de la paja, es el del anonimato al pie de las columnas de opinión, lo que favorece la maledicencia, el insulto o directamente la calumnia y la injuria.
Pero en la actual crisis de credibilidad del mundo periodístico tiene mucho que ver la creciente guerra de trincheras entre los diferentes grupos mediático-empresariales, su apabullante previsibilidad. Nada más conocer una noticia sabemos perfectamente cómo van a tratarla en este o aquel medio. Y como además cunde la especie de que todas las opiniones son respetables ( por lo visto tiene el mismo valor la opinión de un oncólogo que la de un gurú que prescribe lavativas de café para curar el cáncer), se cae en la opinioniosis que es un proceso claramente degenerativo agravado por la destralosis ( de destral en catalán, hacha, o sea el deporte de atizar destraladas a diestro y siniestro) habitual sobre todo en los opinantes afines a quienes en determinado momento no gozan de las mieles del poder, efecto concurrente con el llamado periodismo del escándalo que describe con pelos y señales el sociólogo Manuel Castells en su imprescindible obra “Comunicación y poder” Alianza Editorial 2009).
Estos días son particularmente ilustrativos de la guerra de trincheras a la que me refiero. Basta fijarse en el caso Garzón y sus derivadas. El famoso juez fue denostado acerbamente por el socialismo imperante en tiempos de Felipe González cuando metió sus poderosas narices en las cloacas del Estado para denunciar la guerra sucia contra el terrorismo, viejo oficio de los cancerberos de todos los países que han sufrido tales lacras. Ni decir tiene que el juez fue jaleado por los medios conservadores por lo que significaba aquello de desgaste para su enemigo político, no tanto por repulgos democráticos en gentes habitualmente “sin complejos” en estas cuestiones. Curiosamente, en aquellos tiempos, el diario El País, hoy defensor a ultranza del juez, titulaba “De la política a la toga como con Franco” cuando Garzón dejaba el gobierno socialista…
Pero al indómito juez se le ocurrió luego perseguir a dictadorzuelos más o menos sanguinarios por el ancho mundo, lo cual ya empezó a parecer improcedente a las gentes de orden, para meterse después en un laberinto jurídico a propósito de la infausta ley de la Memoria Histórica, y finalmente atreverse a investigar ciertas conexiones de importantes militantes del principal partido de la oposición con un grupo de mafiosos. Y ahí se arma la marimorena en los medios afines al conservadurismo patrio (con el maestro en periodismo de escándalos y conspiraciones PJ Ramírez a la cabeza), barullo que es aprovechado astutamente por enemigos personales en la judicatura para inculpar al juez y llevarlo al banquillo por prevaricación y, más aún, por supuesto cohecho en relación a la financiación de unos cursos en Nueva York.
El caso Garzón, a lo que se ve, es un asunto harto complejo que, sin embargo, los medios despachan con un surtido de argumentos prêt a porter, prefabricados y, por tanto, perfectamente previsibles, y que han llegado a su paroxismo en el tratamiento informativo del mitin de los artistas en apoyo del juez, coronado por la desaforada intervención del ex fiscal Jiménez Villarejo : unos lo tildan de acto antidemocrático e incluso golpista( los mismos que, a su vez, descalifican un día sí y otro también a policías y jueces por investigarles a ellos) mientras los otros de simple y pura libertad de expresión y /o de salud democrática ( cuando muchos de ellos son defensores inveterados de impresentables dictaduras caribeñas). Para muestra, dos botones: “La voz del pueblo se vuelve a alzar 79 años después” (Público). “Aquelarre guerracivilista de energúmenos” (Pedro J. Ramírez en El Mundo).
En suma, un guirigay en el que nadie matiza, por ejemplo que, aunque el juez posiblemente se haya extralimitado en su procedimiento jurídico para dar salida a las justas demandas de los familiares de desaparecidos, acusarlo de prevaricación parece una exageración movida por el deseo de venganza personal de algunos y los intereses partidistas de otros. Un recurso ordinario dentro del procedimiento judicial podría haber sido suficiente y nos hubiéramos evitado el bochorno de sentar a un juez, con un sólido prestigio internacional, en el banquillo de los acusados, y de contemplar el nauseabundo espectáculo de unos medios de comunicación entregados a su causa con armas y bagajes, pisoteando el ineludible precepto periodístico no ya de buscar la objetividad, que es una entelequia, pero por lo menos, de huir del sectarismo.
El enloquecido mundo actual precisa más que nunca de un periodismo de calidad que abone el terreno a la reflexión serena y fundamentada, lo que se llamaría criterio (experiencia + estudio), más que evanescentes opiniones de tanto indocumentado sectario que con la destral enarbolada contribuyen denodadamente a la actual olla de grillos. En último término, el periodismo de trinchera y escandalera no hace más que abonar la galopante desafección política de la ciudadanía.
Hablábamos el otro día en el Ateneo de la triple crisis del periodismo: económica (desplome de la publicidad), de modelo (la actual cultura de la gratuidad) y de credibilidad. Y nos deteníamos en esta última, como hacía el ex director de Es Diari Juan Bosco Marqués el pasado domingo en Culturàlia, reivindicando los contenidos de calidad, lo que incluye el control de fuentes (la implacable poda actual de corresponsalías en el extranjero es significativa, al caer la información en manos de grandes agencias con sus poderosos grupos de presión / manipulación). Otro de los problemas de los periódicos digitales, además del de su acceso gratuito que acreciente la crisis empresarial, y de las dificultades en separar el grano de la paja, es el del anonimato al pie de las columnas de opinión, lo que favorece la maledicencia, el insulto o directamente la calumnia y la injuria.
Pero en la actual crisis de credibilidad del mundo periodístico tiene mucho que ver la creciente guerra de trincheras entre los diferentes grupos mediático-empresariales, su apabullante previsibilidad. Nada más conocer una noticia sabemos perfectamente cómo van a tratarla en este o aquel medio. Y como además cunde la especie de que todas las opiniones son respetables ( por lo visto tiene el mismo valor la opinión de un oncólogo que la de un gurú que prescribe lavativas de café para curar el cáncer), se cae en la opinioniosis que es un proceso claramente degenerativo agravado por la destralosis ( de destral en catalán, hacha, o sea el deporte de atizar destraladas a diestro y siniestro) habitual sobre todo en los opinantes afines a quienes en determinado momento no gozan de las mieles del poder, efecto concurrente con el llamado periodismo del escándalo que describe con pelos y señales el sociólogo Manuel Castells en su imprescindible obra “Comunicación y poder” Alianza Editorial 2009).
Estos días son particularmente ilustrativos de la guerra de trincheras a la que me refiero. Basta fijarse en el caso Garzón y sus derivadas. El famoso juez fue denostado acerbamente por el socialismo imperante en tiempos de Felipe González cuando metió sus poderosas narices en las cloacas del Estado para denunciar la guerra sucia contra el terrorismo, viejo oficio de los cancerberos de todos los países que han sufrido tales lacras. Ni decir tiene que el juez fue jaleado por los medios conservadores por lo que significaba aquello de desgaste para su enemigo político, no tanto por repulgos democráticos en gentes habitualmente “sin complejos” en estas cuestiones. Curiosamente, en aquellos tiempos, el diario El País, hoy defensor a ultranza del juez, titulaba “De la política a la toga como con Franco” cuando Garzón dejaba el gobierno socialista…
Pero al indómito juez se le ocurrió luego perseguir a dictadorzuelos más o menos sanguinarios por el ancho mundo, lo cual ya empezó a parecer improcedente a las gentes de orden, para meterse después en un laberinto jurídico a propósito de la infausta ley de la Memoria Histórica, y finalmente atreverse a investigar ciertas conexiones de importantes militantes del principal partido de la oposición con un grupo de mafiosos. Y ahí se arma la marimorena en los medios afines al conservadurismo patrio (con el maestro en periodismo de escándalos y conspiraciones PJ Ramírez a la cabeza), barullo que es aprovechado astutamente por enemigos personales en la judicatura para inculpar al juez y llevarlo al banquillo por prevaricación y, más aún, por supuesto cohecho en relación a la financiación de unos cursos en Nueva York.
El caso Garzón, a lo que se ve, es un asunto harto complejo que, sin embargo, los medios despachan con un surtido de argumentos prêt a porter, prefabricados y, por tanto, perfectamente previsibles, y que han llegado a su paroxismo en el tratamiento informativo del mitin de los artistas en apoyo del juez, coronado por la desaforada intervención del ex fiscal Jiménez Villarejo : unos lo tildan de acto antidemocrático e incluso golpista( los mismos que, a su vez, descalifican un día sí y otro también a policías y jueces por investigarles a ellos) mientras los otros de simple y pura libertad de expresión y /o de salud democrática ( cuando muchos de ellos son defensores inveterados de impresentables dictaduras caribeñas). Para muestra, dos botones: “La voz del pueblo se vuelve a alzar 79 años después” (Público). “Aquelarre guerracivilista de energúmenos” (Pedro J. Ramírez en El Mundo).
En suma, un guirigay en el que nadie matiza, por ejemplo que, aunque el juez posiblemente se haya extralimitado en su procedimiento jurídico para dar salida a las justas demandas de los familiares de desaparecidos, acusarlo de prevaricación parece una exageración movida por el deseo de venganza personal de algunos y los intereses partidistas de otros. Un recurso ordinario dentro del procedimiento judicial podría haber sido suficiente y nos hubiéramos evitado el bochorno de sentar a un juez, con un sólido prestigio internacional, en el banquillo de los acusados, y de contemplar el nauseabundo espectáculo de unos medios de comunicación entregados a su causa con armas y bagajes, pisoteando el ineludible precepto periodístico no ya de buscar la objetividad, que es una entelequia, pero por lo menos, de huir del sectarismo.
El enloquecido mundo actual precisa más que nunca de un periodismo de calidad que abone el terreno a la reflexión serena y fundamentada, lo que se llamaría criterio (experiencia + estudio), más que evanescentes opiniones de tanto indocumentado sectario que con la destral enarbolada contribuyen denodadamente a la actual olla de grillos. En último término, el periodismo de trinchera y escandalera no hace más que abonar la galopante desafección política de la ciudadanía.