De los múltiples e-mails recibidos a raíz de la publicación, el pasado viernes, en El País de mi tribuna "Nostalgia de las bellísimas personas" (mi agradecimiento a todos ellos), destaco la frase de un viejo amigo de quien no sabía nada desde hacía más de treinta años: "Fuimos felices en un mundo triste y parece que vamos hacia un final triste"...
Y me he acordado de cuando lo conocí, en los inicios de nuestra cerrera universitaria, años sesenta ¡del pasado siglo! Éramos jóvenes airados contra el estúpido régimen que manipulaba nuestras vidas y conciencias pero realmente felices por nuestra propia juventud y descubrimiento del mundo fuera del parapeto familiar, y por nuestas perspectivas personales y profesionales. Sabíamos que tarde o temprano llegaría la democracia y el mercado de trabajo era más que prometedor, como así fue.
Vivimos años de vino y rosas, encantados de habernos conocido y disfrutando de nuestra condición de europeos y ciudadanos del Estado de Bienestar que habíamos ayudado a crear. Creímos en el progreso incesante de las instituciones democráticas, en la instauración de una real y efectiva igualdad de oportunidades, en la laicidad, en las virtudes cívicas que despertaríamos en nuestros hijos en colaboración con la escuela...
Hoy, en fin, ¡para qué evocar una realidad que nos deprime! Quizás no todo esté perdido y podamos evitar lo que teme mi amigo, un final triste a todo un sueño de progreso. Para ello tenemos que buscar como zahoríes a las bellísimas personas que pueden sacarnos del marasmo y hacer que cunda su ejemplo. Haberlas, haylas, seguro.