Una de las grandes sorpresas (desagradables) de la legislatura es la deriva del ministro de Justicia Gallardón, uno de los conservadores hasta ahora con mejor imagen del país, que se ha destapado como un integrista asilvestrado que primero defendió lo indefendible (DÍvar) simplemente porque era manejable para sus planes de reorganización de la Justicia y ahora con su propuesta de obligar a dar a luz a las madres de fetos con graves malformaciones, en una demostración palmaria de lo delirante que puede llegar a ser legislar con el catecismo en la mano.
A partir de ahora y para que los señores obispos estén tranquilos con "el respeto al valor sagrado de la vida" volverán a nacer niños con espinas bífidas, una delas malformaciones más frecuentes, que después de unos años-pocos- de indecibles sufrimientos y múltiples intervenciones quirúrgicas morirán a una edad temprana dejando tierra familiar calcinada a sus espaldas. El señor Gallardón está convencido, como los señores obispos, de que el sufrimiento enaltece y por tanto es necesario "socializarlo", cuando en realidad degrada y embrutece y sólo es "noble" cuando se asume voluntariamente. Tal y como permitía la ley anterior.