Hace poco me invitaron a un debate televisivo sobre “nuestra identidad balear”. Aunque a los pocos minutos ya me preguntaba qué pintaba yo en aquel guirigay, traté de razonar. “No sé quién soy ni me importa”, balbucí, “pero sí dónde estoy”. Naturalmente se produjo un silencio glacial, puesto que la fiesta no iba por ahí, y ya no volví a abrir la boca entre aquella marabunta de “lo nostro”, agravios comparativos y apelaciones al ser esto o aquello y el griterío del público presente en la sala de grabación. Y es que, en un debate público, me parece absolutamente irrelevante el sentimiento pertenencia de cada cual, si es sólo menorquín, o illenc, o español, o de paissos catalans, o europeo o todas esas cosas a la vez, que es lo más factible, pero es crucial que sepamos dónde estamos: en una comunidad fruto de una descentralización largamente soñada, y que a todos nos interesa que funcione, al margen de las esencias ( yo mismo no las tengo muy claras: aún siendo un hincha de la Menorca way of life, no me gusta el gin, ni los caballos, ni navegar ni se me caen las lágrimas con el “Escolta es vent”, así que ya me dirán ).
Y es que, parafraseando la popular sección de Es Diari, sorprende y no sorprende que lo que tiende a ocurrir en una tertulia es que los participantes aventuren diversas ideas y actitudes para ver qué efecto produce oírse a sí mismos diciendo estas cosas sin estar comprometido en absoluto con ellas. En el debate de marras oí defender, en pocos minutos, una cosa y su contraria por parte del mismo vociferante, como si todo el mundo sobreentendiera que lo que se dice sólo coincide con lo que realmente se cree por pura casualidad y que aquello no es más que un show para entretener al personal y no para ilustrarle.
Pero yendo al fondo identitario, cada vez resulta más pintoresco observar un mundo tan mundializado (lo de globalizado me parece un “palabro”), en el que, sin embargo, tantos se llenan la boca con “lo nostro”, nuestras raíces, que no nos cambien…ni una letra y miedo, mucho miedo al Otro. Todo esto tiene que ver con el denostado relativismo que es como el alcohol: en pequeñas y controladas dosis puede hacer la vida más llevadera, pero los colofones son harto peligrosos porque pueden llevarte a creer que no hay realidades objetivas y que tu opinión vale tanto como la del científico o el estudioso o que las personas normales ya sabemos lo que nos conviene, como gusta decir el jefe de la oposición española.
Pero eso es entrar ya en el capítulo de inquietudes, porque ya me dirán lo que puede traer consigo el concepto de normalidad, tan del gusto de las gentes de orden : normales son los que no enredan, los de las soluciones simples a problemas complejos, los que tiene clarísimo qué sentimiento patriótico es el bueno y cuáles los perversos, qué tipo de sexualidad es la aceptable, qué religión es la verdadera y por tanto recomendable (afortunadamente ya no la pueden imponer, como seguramente les gustaría), o para entrar ya en el capítulo de temores sin paliativos, los que tienen claro que todos los terrorismos son iguales y que todos los islamistas son terroristas en potencia.
Las recientes leyes restrictivas de las libertades en E.E.U.U “para poder luchar eficazmente contra el terrorismo” en palabras del cristiano renacido George W.Bush, son un torpedo en la línea de flotación del Estado de Derecho, cuya construcción tantas lágrimas, sudor y sangre ha costado al mundo occidental. Y mentiría si dijera que no se veía venir: hace ya más de un año hice referencia en mi dietario a la Teoría del Mal Menor de Michael Ignatieff, según la cual, los Parlamentos deben legislar los límites de los interrogatorios, porque se da por sentado que algo de tortura es imprescindible, o sea que sus señorías deberán decidir si son plausibles los vuelos del tour operador C.I.A o si apretarle los testículos a un detenido es legal o no.
Las consecuencias de disparates así son obvias, tanto en Guantánamo como en el caso más chusco y reciente, pero igualmente significativo, de ese profesor de instituto andaluz que fue obligado a bajarse de un avión de Iberia porque parecía musulmán, y ya se sabe, todos los terrorismos son iguales y todos los musulmanes (y quienes se les parecen, como yo mismo, “morenet” de familia) etcétera. Mal asunto cuando el miedo o, peor, o esa histeria llamada eufemísticamente corrección política, dictan las directrices políticas o condicionan las libertades democráticas, como ha ocurrido con las caricaturas de Mahoma, las declaraciones del Papa, o la más reciente suspensión cautelar de la ópera Idomeneo en Berlín. Como decían ayer mismo los guiñoles, nuestro preciado jamón de Jabugo corre peligro porque puede ofender determinados sentimientos. En fin.
En el plano doméstico, una perplejidad, una inquietud y un temor que, por momentos, se va convirtiendo en pavor, marcan el inicio del nuevo curso, porque estupefacto me tiene la actitud de la oposición conservadora en nuestro país en el llamado “Proceso de Paz”. Bien al contrario que en Gran Bretaña, donde todas las fuerzas políticas se unieron en el objetivo común de acabar de una vez por todas con el terrorismo del IRA, en un proceso que efectivamente fue largo (los primeros contactos entre John Hume y Gerry Adams duran de 1988 a 1993, y el IRA no anuncia que renuncia a la lucha armada hasta julio de 2005), duro y difícil (bomba en Canary Wharf, Londres, en febrero de 1996, entre otras zancadillas). Aún salvando las notables diferencias de fondo entre ambos procesos no es menos cierto que en cuestiones de procedimiento las similitudes son notables y, dado el resultado, cuanto más lo sean, mejor.
Ojalá Tony Blair, que visita España mientras escribo estas líneas, consiga convencer a su amigo de las Azores, Aznar, tan influyente aún en su partido, de la necesidad de mantener una postura razonablemente constructiva en este trascendental proceso que puede poner fin a cuarenta años de terrorismo en nuestro país sin más contrapartidas que las estrictamente necesarias (los familiares de las víctimas del IRA y los de una represión brutal tuvieron que tragar dolorosas excarcelaciones).
En cuanto a la inquietud, viene generada por la manifiesta incapacidad de la clase política en general de dar respuesta efectiva al desafío inmigratorio, seguramente porque para este problema no hay recetas ni de derechas ni de izquierdas, sino que simplemente no las hay, salvo el convencimiento sotto voce de que nada puede hacerse si no se mejora el nivel de vida en los países de origen. Tampoco Europa, que no sabe, no contesta parece tener idea de cómo afrontarlo, evidencia que no hace sino acentuar el corrosivo euroescepticismo que se extiende como una plaga. Y no digamos los norteamericanos, cuya más brillante aportación a la solución del problema ha sido la construcción de un gigantesco muro de hormigón en su frontera con Mexico.
Y vayamos ya con un temor que amenaza con convertirse en pavor en este comienzo de curso y que viene marcado por el fantasma del 11-M. Porque es más que preocupante asistir a la actual guerra de medios que ya es auténticamente de trincheras entre los dos principales partidos, entre grupos de comunicación y, lo peor de lo peor, entre jueces, etiquetados obscenamente de conservadores o progresistas, o ya calamitosamente, de fachas o progres de m.
Lo más inquietante es esa permanente insidia sobre presuntas obstrucciones a la investigación por parte del poder ejecutivo y del judicial, tenebrosas tramas conspirativas instaladas en el corazón del Estado, confabuladas con servicios secretos extranjeros y otros grupos terroristas para violentar el resultado de las urnas (nunca plenamente asumido), en pocas palabras, un constante cuestionamiento del Estado de Derecho y una profunda división ciudadana entre feligreses de las teorías de Pedro J. Ramírez, Federico Jiménez Losantos y sectores del PP, empeñados en una conexión islamista-etarra que justificaría su convencimiento (¿deseo?) de que les robaron las elecciones del 14-M, y los ¿ingenuos? creyentes en la versión oficial, entre los que me incluyo, la que se basa en lo que parece una exhaustiva investigación policial y judicial y, por tanto, en indicios y pruebas objetivas. De resultar cierta la teoría conspirativa, deberíamos clausurar el Estado de Derecho y que el último apague la luz.
¿Queda algo para la esperanza en este final de verano? Bueno, pues, empezando por lo local, nos encontramos con el magnífico acuerdo entre instituciones y entidades ciudadanas para el dique de Ciutadella, ¡aleluya!, la continuidad del modelo menorquín de crecimiento, el único de las islas que trata de escaparse del monocultivo turístico, y para qué negar una mirada complaciente a la propia continuidad del proceso de paz en Euskadi (qui dia passa any empeny ), o a la intervención europea en el Líbano.
Menos da una piedra en tiempos de apocalipsis, como ese esperanzador “Elogio de la moderación política” que leía el pasado 28 de septiembre en El País: “Urge reconducir en este preciso momento el debate sobre la tragedia del 11-M a su lugar natural, la Audiencia Nacional…urge mirar el futuro del país desde posiciones dialogantes para mejorar la educación española y para terminar con el terrorismo…para llegar a acuerdos razonables y practicables acerca de la inmigración en España…convendría pedir sensatez a los nacionalismos vasco y catalán, que no son enemigos de España sino que expresan voluntades políticas soberanas legitimadas por las urnas…realidades con las que hay que dialogar y colaborar desde posiciones moderadas, liberales y no extremistas…por todo ello, la moderación política puede y debe ser cultivo universalmente aceptado en nuestra práctica pública si queremos mejorar España y la vida de los españoles”. Lo firma Joaquín Calomarde, diputado del PP al Congreso por Valencia. Pues eso.
(Publicado en "Diario Menorca" Octubre 2006)