En mis largos años de entrenador juvenil de fútbol me empeñé siempre en que los chicos aprendieran a relativizar las derrotas. Nunca he entendido que el objetivo primordial del deporte sea la victoria y mucho menos y como se dice ahora, “a cualquier precio” o para “pasar a la historia” con triunfos logrados a base de racanería táctica o artimañas antideportivas. No sé si mis pupilos me entendieron cabalmente, pero esa filosofía fue la que me hizo disfrutar anoche del fútbol como pocas veces lo había hecho, a pesar de que mi equipo fuera eliminado de la competición en la que defendía el título.
Mi mujer, que siempre está a mi lado en los momentos difíciles (y por tanto, también en los del Barça), no daba crédito a mi cara de felicidad al terminar el partido. “Pero… ¿No hemos perdido?”, me preguntaba. “Sí y no”, contesté sin perder un ápice de mi sonrisa. Y es que el espectáculo fue de tal magnitud, el fútbol desplegado por el equipo de Guardiola tan exquisito, que el resultado, el insuficiente triunfo, se convertía en anecdótico, completamente secundario. Como decía un Maldini (el erudito comentarista de Canal +) con expresión aún incrédula tras lo presenciado, “nunca he visto jugar así al fútbol”. Yo tampoco había visto jamás combinar un balón en los pies con tanta maestría, precisión y belleza como ha conseguido este Barça de Guardiola, un entrenador que sabe ganar sin jactancia y perder sin excesiva melancolía, tomándolo como lo que es, un puro lance del juego.
Tripletes y “sextetes” entran en la historia (seamos realistas, dejémonos ya de grandilocuentes “historias” y hablemos con más propiedad de “estadísticas deportivas”), pero lo que al aficionado de verdad – no al hooligan- le queda en la memoria son las cabriolas de Di Stéfano, las galopadas de Gento, los taconazos de Kubala, los recortes de Maradona, los cambios de ritmo de Cruyff, la excelencia táctica del Milán de Arrigo Sacci y, sobre todo, por la difusión global, esa maravilla de fútbol posicional con la guinda extraterrestre de Leo Messi que es el fútbol del Barça. Gracias por todo, incluido lo de ayer, Pep.
Mi mujer, que siempre está a mi lado en los momentos difíciles (y por tanto, también en los del Barça), no daba crédito a mi cara de felicidad al terminar el partido. “Pero… ¿No hemos perdido?”, me preguntaba. “Sí y no”, contesté sin perder un ápice de mi sonrisa. Y es que el espectáculo fue de tal magnitud, el fútbol desplegado por el equipo de Guardiola tan exquisito, que el resultado, el insuficiente triunfo, se convertía en anecdótico, completamente secundario. Como decía un Maldini (el erudito comentarista de Canal +) con expresión aún incrédula tras lo presenciado, “nunca he visto jugar así al fútbol”. Yo tampoco había visto jamás combinar un balón en los pies con tanta maestría, precisión y belleza como ha conseguido este Barça de Guardiola, un entrenador que sabe ganar sin jactancia y perder sin excesiva melancolía, tomándolo como lo que es, un puro lance del juego.
Tripletes y “sextetes” entran en la historia (seamos realistas, dejémonos ya de grandilocuentes “historias” y hablemos con más propiedad de “estadísticas deportivas”), pero lo que al aficionado de verdad – no al hooligan- le queda en la memoria son las cabriolas de Di Stéfano, las galopadas de Gento, los taconazos de Kubala, los recortes de Maradona, los cambios de ritmo de Cruyff, la excelencia táctica del Milán de Arrigo Sacci y, sobre todo, por la difusión global, esa maravilla de fútbol posicional con la guinda extraterrestre de Leo Messi que es el fútbol del Barça. Gracias por todo, incluido lo de ayer, Pep.