Dejamos atrás una década nada prodigiosa tras haber pasado de un estado de euforia que creíamos perpetua a un estupor cósmico que tardará en disiparse. Nos creímos los reyes del mambo, adoramos el becerro de oro del discurso meramente economicista, quien más quien menos se hipotecó hasta las cejas para comprarse casas o cruceros alrededor del mundo, convertimos el sexo en una permanente olimpiada de hazañas atléticas y a la cultura e ilustración en kleenex usados, para pasarnos con armas y bagajes al imperio del entretenimiento univesal.
Ahora nos vemos pobres, gobernados por mediocres, frustrados por nuestras limitaciones atléticas y encima acosados por una internacional terrorista que no ceja en su empeño nihilista y destructivo. Nos vamos a enterar en los aeropuertos de lo que vale el peine de la seguridad. Pero no desesperemos, puede que hayamos entendido que el Mercado es la mejor manera de asignación de recursos, pero que tiene que estar sometido a sistemas de regulación eficientes y transparentes, que la Educación es básica para reconvertir el modelo productivo y que se puede vivir de otra manera más calmada, restaurando el principio del aplazamiento de deseos, el sentido de la responsabilidad, la prudencia, cierta austeridad elemental... En fin, son temas para la nueva década.