sábado, enero 09, 2010

Equidistantes del mundo, uníos

Publicado en "Diario Menorca" el sábado 9 enero

Los internautas que frecuentan mi blog, accesible a través de la edición digital de Es Diari, han pasado de llamarme “progre relativista” y otras lindezas, a acusarme de equidistante y, aunque ellos le dan connotaciones peyorativas (vamos que no quiero ver dónde está verdad y dónde la mentira, lo bueno y lo malo, moros y cristianos, asuntos que ellos dominan a la perfección) y yo me lo tomo como casi como un elogio. Y digo “casi” porque no sé si es una virtud o un defecto, si los dubitativos crónicos somos necesarios o perniciosos, aunque a mí lo de la equidistancia me suene bien, y para tratar de discernirlo me dispongo a reflexionar sobre ello.
La fisiología, en primer lugar (genética, serotonina, etcétera), condiciona mucho. Según mi amigo Manolo Elices y otros científicos de fuste, el concepto de libre albedrío es cada vez más cuestionable. Decía Cioran, más o menos, cito de memoria, que creía en la libertad mientras el cuerpo no le llamara al orden (¿qué libertad tiene el postrado?). Y es que cada uno tiene sus condicionantes, su circunstancia. Así, uno nunca fue alto ni bajo, guapo ni horrendo (ni siquiera ahora soy completamente calvo: basta fijarse un poco para detectar un buen número de espículas pilosas pugnando por emerger), ni buen estudiante ni una calamidad (un profesor de historia me espetó un día que “era un burro con notable”), de joven me hubiera gustado trasnochar pero a esas horas siempre tuve sueño…
Luego, de mayor, seguí oficiando de equidistante metódico. Siendo de natural apacible puedo llegar a morder si me hacen comer fuera de mi horario habitual y, aunque salgo a cenar con matrimonios amigos, me suelo retirar siempre al tercer chiste alegando la insoportable soledad de mis perros en casa (la maldita somnolencia de nuevo). En fin, me gustan horrores unos vinos en compañía pero no me encuentro a gusto en un ambiente beodo con su repetitiva y cansina cháchara. Soy fanático del fútbol pero jamás vocifero ni insulto. Contento por los seis títulos conseguidos por mi equipo, este año he pedido a los Reyes sólo uno (especial, eso sí, me gustaría ganarlo en Madrit).
En mi forma de ver el mundo-que es lo que suele picar a mis debeladores cibernéticos-, también soy un equidistante de tomo y lomo. Primero fui de derechas por imperativo familiar y luego, por reacción y por lo que pude constatar en los duros tiempos de la universidad de los sesenta del pasado siglo (¡Uff!), me hice izquierdista sin crueldad y ahora- siguiendo en eso a Savater- sólo aspiro a ser un conservador sin vileza que ama las ideas que persuaden pero detesta las creencias que imponen, que no está por el igualitarismo pero sí por la igualdad de oportunidades…
Dudo constantemente (mi primer libro, a principios de los noventa, se llamó premonitoriamente “25 años de dudas” y el último, a punto de aparecer, “Inventario de perplejidades”), y puedo decir tranquila y equidistantemente que el actual gobierno me parece de una inconsistencia y frivolidad inquietantes pero también que me alarma sobremanera el anarquismo de derechas que practica la oposición desde que perdiera el poder. Creo en el libre mercado pero no en el libérrimo, causante principal de la actual y desoladora crisis. Soy partidario de la sanidad pública pero también del copago. Estoy a favor de la neutralidad religiosa del Estado (laicidad) y, por tanto, la ausencia de símbolos religiosos en la escuela pública, pero también me parece inexcusable que los jóvenes conozcan exhaustivamente la historia de las religiones así como las raíces ilustradas de Europa.
Como menorquín, abogo decididamente por el turismo pero me aterran tanto los fervorines indiscriminados por “crear riqueza” por parte de algunos asilvestrados, con la posibilidad una isla surcada por autovías y un litoral de hormigonera y all inclusive, como las exageradas y absurdas trabas y restricciones a campos de golf, puertos deportivos, mantenimiento de playas y, en general a cualquier tipo de iniciativa empresarial. Alérgico a dioses y patrias, no logro entender ni las pulsiones nacionalistas del destino manifiesto de los vaporosos Païssos, pero tampoco las de la única e indivisible (¿sagrada?) patria española. Deploro algunas exageraciones en el fomento de nuestra lengua catalana, pero aún comprendo menos ciertas fobias anticatalanistas, omnipresentes en nuestros medios y en partidos políticos de piñón fijo.
En fin, y cosas así, ni chicha ni limonada, que me hacen ser objeto de befa y escarnio por parte de los que dudan jamás, y que hacen de uno una calamidad para taxonomistas profesionales de profundas, arraigadas e inconmovibles convicciones, a quienes les gusta encasillar sin demasiados matices. Bueno-malo, verdad-mentira, etcétera. No sé si me he aclarado. Quizá sí, quizá no. Si por ahí hay algún otro equidistante que lo diga, me siento solo en el ciberespacio. Puede ser el comienzo de una bonita amistad.