Me pregunta un bloguero por mi opinión sobre la recién aprobada reforma sanitaria de Obama y me parece pertinente: al fin y al cabo soy médico y tengo experiencia tanto en la sanidad pública como privada. Y empecemos con un prejuicio: el solo hecho de que la oposición republicana y toda esa carcundia del tea party se haya puesto tan borde con el asunto ya me predispone a favor de Obama y sus planes...
Dicho eso, añadamos que soy partidario de una razonable sanidad pública que no deje a nadie tirado en la cuneta por no disponer de recursos económicos y esto está pasando en el sistema americano donde primas abusivas, franquicias absurdas y exclusiones salvajes de los seguros privados podían arruinar a una familia con un problema de salud importante. Claro que en el reino del ¡allá tú! esto no sea más que pecata minuta.
He dicho sanidad pública razonable y me temo que la nuestra tampoco lo sea. La espiral del gasto por las nuevas tecnologías, el envejecimiento de la población, la atención a la población inmigrante que se trae a sus familiares para que se les opere aquí de lo que sea, configuran un escenario insostenible a medio plazo. Adaptar las prestaciones al tiempo cotizado y sobre todo el copago según renta son reformas que cuanto más se aplacen peor para el sistema que, a mi juicio, debería centrarse en mantener su espléndida red hospitalaria para enfermedades serias, las que no puede pagarse el común de los mortales y liberalizar la primera asistencia con la entrada de mutualidades privadas, etcétera.
En fin, es un asunto complejo en el que Obama, para volver al inicio, ha conseguido una victoria importante que no es semilla de comunismo alguno como dicen los fanáticos neocon sino elemental solidaridad social. Tampoco sería pérfida liberalización lo que propongo para nuestro sistema, pero en fin, ya sabemos que a los fundamentalistas les encanta la taxonomía.