Publicado en "Diario Menorca" el sábado 2 junio
18-V-12
Prófugos del estruendo callejero nos recluimos en el hotel de Cáceres donde ¡cómo no! nos encontramos con una pareja de menorquines (viejos amigos a los que apenas vemos en Mahón). Acabamos de llegar de Plasencia, ciudad señorial y silenciosa por la que no te cansas de deambular. Sus calles medievales, su inigualable parador, son dignas del subyugante lugar del que venimos, antes de atravesar el valle del Jerte con sus cerezos en fase de maduración (si el blanco níveo de la floración es legendario, no le van a la zaga esos tonos rojizos entre un verdor feraz), nada menos que el Monasterio de Yuste, lugar de retiro del emperador Carlos V.
Desde luego, la gente guapa siempre se las ha apañado para vivir bien. Yuste es paz y belleza ambiental sublimes, pero también se advierte sofisticación en los aposentos reales, con el sillón articulado para que don Carlos reposara su pie maltrecho por la gota úrica, la ventana de su dormitorio abierta al altar mayor de la iglesia, para que el emperador pudiera oír misa desde la cama, la hermosa sala de audiencias con sus vistas al monte florido…
Pero quería hablar del hotel adonde nos llegan tambores lejanos de la orgía sonoro-etílica que tiene lugar un par de calles más allá. Viajar es hoy transitar por “no lugares”, aeropuertos indistinguibles en cualquier lugar del mundo, hoteles miméticos, cocinas sofisticadas pero todas parecidas en su pijotería, operarios con cresta y vestidos marcialmente de negro… Diseño, diseño, diseño. Como esas duchas indescifrables en las que te quemas o te hielas aunque eso sí a través de un pincel de agua que invariablemente inunda el suelo porque al genial diseñador se le ha ocurrido poner sólo media mampara. Pero bueno, chapotear luego en el suelo fortalece los tobillos, será por eso. También se las traen esos grifos de varilla que pasan inopinadamente del chorrito prostático al chaparrón tan inclemente como la musiquilla militar que suena inopinadamente al aterrizar el avión low cost…
19-V-12
Último día de hiperbotellón (lo de macro se queda pequeño), penúltimo nuestro en tierras extremeñas. Tras visitar Mérida, la ciudad menos atractiva de las cuatro, sólo apetecible por sus maravillas romanas, sorteamos en Cáceres la zona de máximo peligro para dirigirnos a la Avenida de España, un auténtico laberinto de bares de tapas… de diseño, algunas memorables y todas a un precio más que razonable ( 3-4 euros). La ciudad, festival aparte, vive en la calle, las alegría es contagiosa y te hace olvidar la riada de pavorosos augurios que pululan por los medios de comunicación.
20-V-12
Hoy es el día, me digo al despertar, las hordas habrán levantado el campamento de guerra, disfrutaremos de un desayuno en paz en la Plaza Mayor. Vana ilusión, resiste una aldea gala golpeando frenéticamente unos bongos; apenas se tienen en pie pero bailan y bailan incluso con sus bebés a cuestas. Juro en arameo mientras esperamos a una amiga jurista que nos va a mostrar el magnífico palacio de justicia.
Visita guiada a la ciudad, maravilla de los aljibes árabes y palacios majestuosos aún ocupados por los nobles y eclesiásticos (el obispo vive en uno de ellos, estoy a punto de levantar la aldaba para saludarle como escribidor episcopaliano, pero lo dejo correr, igual me da con el ibi en la cabeza), paseo cadencioso un tanto frustrado en parte por los tenderetes festivaleros que aún emiten una música que en aquellos lugares resulta doblemente chirriante.
Vuelta en tren (cuatro maravillosas horas para el lector, una pesadilla para los extremeños: tiene razón su presidente Si tens collons) a un Madrid desapacible por la lluvia y áspero por su permanente bronca política. Pero nada puede afectar al viajero reconfortado por la belleza atemporal de las ciudades y campos visitados. Ni siquiera la inminencia del lunes.
24-V-12
No quería referirme a la rabiosa actualidad de la que está cayendo en estos últimos dietarios de la temporada, pero no puedo permanecer indiferente a un par de aspectos especialmente lacerantes: la crisis de Bankia en la que nadie parece tener responsabilidad, ni tan siquiera el deber de una explicación, a pesar de que nos va a costar un riñón a todos, y la espeluznante caradura del presidente del Consejo del poder judicial y del Tribunal Supremo Carlos Dívar, quien considera que tampoco tiene que dar explicaciones sobre sus curiosos viajes de trabajo, veinte fines de semana a Marbella en hoteles de lujo, alquiler de coches Mercedes y cenas para dos en restaurantes de lujo…
Si el asunto de la cacería regia en Boswana nos pareció grave por el plus de ejemplaridad que se le debe exigir al rey, ¡qué decir del ex ministro metido a banquero y de las semanas caribeñas del primer jurista del país! En fin…
27-VI-12
Damos comienzo oficial a verano con un suculento arroz en San Adeodato, un paseo por la playa con Inés (si ella encuentra fría el agua, no voy a contradecirla), e inaugurando el ullastre por la tarde de la mano de la escritora Lionel Shriver (“Todo esto para qué” Edit. Anagrama) a quien acompaño por el drama de la enfermedad incurable a través de una comicidad inteligente y reparadora. Ahí está la piedra filosofal de la literatura, o al menos la que gusta al dietarista: con humor todo es más digerible, ¿verdad JA Fortuny?