Publicado en "Diario Menorca" el sábado 17 de mayo
Desde luego no ganamos para reconversiones ideológicas en este nuevo siglo. Siempre había pensado que si el Barça era “más que un club”, por su representatividad implícita de un cierto sentimiento digamos “menos español” (¿la España plural?), el Real Madrid también lo era en sentido contrario, es decir de más España (¿la España profunda?), lo que quizás explicaría el sempiterno escaso éxito de la Selección española, y la especial desafección que sienten catalanes y vascos por ella (y por el PP). El hecho de que los madridistas nieguen ser más que y los barcelonistas alardeen de ello no cambia nada, porque a la hora de la verdad, en los grandes eventos, esta representatividad se hace patente con la inequívoca simbología de los respectivos graderíos.
En el mismo sentido, siempre había contabilizado en mi procesador de sensaciones (nada científico, claro está) más madridistas entre votantes del PP, y viceversa, lo que obviamente no significa que todos los madridistas sean peperos o que todos los culés sean progresistas, teoría que al exponerla temerariamente en alguna sobremesa, me ha costado vibrantes reprimendas de filomerengues que votan por partidos progresistas, además de la evidencia de notorios “liberales” y /o españolistas reconocidos haciendo profesión pública de culerismo, sin olvidar el pintoresco fenómeno de los periquitos y sus querencias merengues (con más de un catalanista en sus filas), posiblemente por aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, y que complica aún más este tipo de extrapolaciones.
Lo que nunca llegué a imaginar es que en esta enloquecida noria ideológica, el PP y el Barça llegaran a parecerse como dos gotas de agua, pese a sus notorias diferencias sentimentales. Y es que no hay nada como las desgracias, las derrotas, los sinsabores en general, para asemejar a los disímiles. ¿Quién no se ha sentido solidario e incluso amigable en la sala de espera de un médico, contándose unos a otros las diferentes lacras? Bien, pues esto es lo que parece estar ocurriendo tanto en el PP como en el Barça, unidos en la derrota en sus dos últimas contiendas, y ambos amenazados ahora por fenómenos disgregatorios en sus entrañas y por los flagrantes intentos de las respectivas “alas duras” de descabalgar a los presidentes Rajoy y Laporta, cada vez más en la cuerda floja.
En ambos casos proliferan las declaraciones de amor a los colores, unidad y demás zarandajas, pero la realidad habla de zancadillas, defenestraciones y anuncia noches de cuchillos largos (Acebes, Ronaldinho, Zaplana, Eto’o, San Gil, Deco…). Y hay un aspecto muy curioso en ambos casos: en los dos, la disyuntiva ante el camino a tomar parece establecerse entre la “fidelidad a los principios” o el “cambio de rumbo dentro de un orden”. Así, en la COPE, el diván freudiano de la derecha española, pueden casi escucharse las desgarraduras de sus ropajes ante la posibilidad de “subvertir los principios y valores de toda la vida”, o dicho de otra manera, “aquí no se mueve nadie ni nada”, a pesar de la decisiva impotencia en Cataluña y Euskadi.
Por su parte, el oráculo del Barça, Johan Cruyff en su púlpito de El Periódico aboga también por mantener “los principios” del juego holandés que serían el santo y seña del club pese a que, traducido a la realidad, se ha convertido en los dos últimos años en un absurdo y estéril tiki- taka (el fútbol para ser realmente bonito ha de ser rápido y combinativo, pero también vertical), que para sus rivales ha sido un juego de niños desactivar, y defiende a Josep Guardiola como nuevo Profeta, en contra de importantes núcleos de militantes que preferirían la “mano dura” y un juego menos efectista y más efectivo, que podría representar Mourinho.
Los dirigentes de PP y Barça harían bien psicoanalizarse y averiguar si algunos de los que llaman “principios y valores” no son más que prejuicios o coartadas. Sin ir más lejos, George W. Bush siempre se ha llenado la boca de ellos.
En el mismo sentido, siempre había contabilizado en mi procesador de sensaciones (nada científico, claro está) más madridistas entre votantes del PP, y viceversa, lo que obviamente no significa que todos los madridistas sean peperos o que todos los culés sean progresistas, teoría que al exponerla temerariamente en alguna sobremesa, me ha costado vibrantes reprimendas de filomerengues que votan por partidos progresistas, además de la evidencia de notorios “liberales” y /o españolistas reconocidos haciendo profesión pública de culerismo, sin olvidar el pintoresco fenómeno de los periquitos y sus querencias merengues (con más de un catalanista en sus filas), posiblemente por aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, y que complica aún más este tipo de extrapolaciones.
Lo que nunca llegué a imaginar es que en esta enloquecida noria ideológica, el PP y el Barça llegaran a parecerse como dos gotas de agua, pese a sus notorias diferencias sentimentales. Y es que no hay nada como las desgracias, las derrotas, los sinsabores en general, para asemejar a los disímiles. ¿Quién no se ha sentido solidario e incluso amigable en la sala de espera de un médico, contándose unos a otros las diferentes lacras? Bien, pues esto es lo que parece estar ocurriendo tanto en el PP como en el Barça, unidos en la derrota en sus dos últimas contiendas, y ambos amenazados ahora por fenómenos disgregatorios en sus entrañas y por los flagrantes intentos de las respectivas “alas duras” de descabalgar a los presidentes Rajoy y Laporta, cada vez más en la cuerda floja.
En ambos casos proliferan las declaraciones de amor a los colores, unidad y demás zarandajas, pero la realidad habla de zancadillas, defenestraciones y anuncia noches de cuchillos largos (Acebes, Ronaldinho, Zaplana, Eto’o, San Gil, Deco…). Y hay un aspecto muy curioso en ambos casos: en los dos, la disyuntiva ante el camino a tomar parece establecerse entre la “fidelidad a los principios” o el “cambio de rumbo dentro de un orden”. Así, en la COPE, el diván freudiano de la derecha española, pueden casi escucharse las desgarraduras de sus ropajes ante la posibilidad de “subvertir los principios y valores de toda la vida”, o dicho de otra manera, “aquí no se mueve nadie ni nada”, a pesar de la decisiva impotencia en Cataluña y Euskadi.
Por su parte, el oráculo del Barça, Johan Cruyff en su púlpito de El Periódico aboga también por mantener “los principios” del juego holandés que serían el santo y seña del club pese a que, traducido a la realidad, se ha convertido en los dos últimos años en un absurdo y estéril tiki- taka (el fútbol para ser realmente bonito ha de ser rápido y combinativo, pero también vertical), que para sus rivales ha sido un juego de niños desactivar, y defiende a Josep Guardiola como nuevo Profeta, en contra de importantes núcleos de militantes que preferirían la “mano dura” y un juego menos efectista y más efectivo, que podría representar Mourinho.
Los dirigentes de PP y Barça harían bien psicoanalizarse y averiguar si algunos de los que llaman “principios y valores” no son más que prejuicios o coartadas. Sin ir más lejos, George W. Bush siempre se ha llenado la boca de ellos.