jueves, agosto 13, 2009

Lecturas de verano

Publicado en Diario Menorca el jueves 13 agosto 2009
He dado orden a mis asesores de imagen (vamos, los que manejan de verdad mi ordenador) que me den de baja en Facebook. Entré allí como pulpo en un garaje, ingenuo y desapercibido, y desde entonces recibo un aluvión de aspirantes a amigos / as a quienes debería contestar y no lo hago por falta de tiempo y / o ganas. Me pasa como con el teléfono móvil: no me da la gana estar permanentemente disponible, me agobia. No me gustaría parecer distante y/o antipático, pero ante la permanente amenaza de una intempestiva llamada no tendría ocasión de dejarme arrullar por el bisbiseo de las hojas del ullastre o de dejarme mecer por los augustos y sugerentes contoneos que pespuntean la ribera de la madre de todos los puertos.
Bien, prosigo mi periplo por el muelle de la bahía y me encuentro a L., quien pasea ostentosamente uno de los tochazos de Stieg Larsson. Como los que no me ven cara de matasanos me la ven de consejero áulico de Laporta o de lector compulsivo, a la altura de la sirenita me espeta:
-¿Qué te parece?
-¿El qué?
-Stieg Larsson-me contesta, como si me hablara de un viejo y común amigo.
-No tengo la menor idea-replico mientras echo una ojeada a una morena espectacular.
L. me mira con ojos desorbitados
-Pero, ¿cómo un lector acreditado como tú, que escribes libros e impartes conferencias no lees a un fenómeno de la literatura como Larsson?
Allí, ante la sirenita, siento que me invade la misma desazón que cuando compruebo en mi correo electrónico la incursión de una docena de solicitantes de amistad en Facebook o como cuando el verano pasado mi sobrino de cabecera se extrañó de que no conociera de nada a un tal Fran Perea, o cuando me siento incapaz de devolver dieciséis llamadas en mi móvil y opto por borrarlas.
-Bueno, cof, cof, verás…Me detengo. Cuidado. Iba a decirle que siento alergia a los bestsellers, pero me acuerdo de mi hijo, que me llama pedante a la menor ocasión…
-Mira, es que no me interesan mucho las tramas policíacas-contesto, satisfecho de haber encontrado una respuesta neutra.
-Pero hombre, Larsson es mucho más que eso. Deberías rectificar.
-Fuuu…-suspiro-, es que sus libros son muy gordos-digo con la expresión más contrita que puedo configurar, vamos, rebajándome hasta límites inconcebibles para un lector que se precia de haberle hincado el diente con fruición a Proust-, además, ahora estoy gratamente ocupado con nuestro paisano Cees Nooteboom y su deliciosa “Lluvia roja”-añado, con la esperanza de una indulgencia plenaria por aquello de la menorquinidad.
-¿Quién?
-Un amigo, profundo conocedor del alma humana, que nos regala imágenes insólitas de la vida menorquina a través de la palabra, como si en el intervalo de cada parpadeo, el viajero impenitente que es Cees fijara matices que a nosotros se nos escapan…
Pero a estas alturas de mi perorata el admirador de Stieg Larsson era una figura lejana y encorvada por el peso del libro, y el salmonetero estaba ya a merced del culé de guardia en el Moll de Llevant:
-¿Qué farem enguany?
Levanto el pulgar y la sesión mientras la luna llena de agosto riela sobre las aguas de Cala Figuera... Y vuelvo a acordarme de lo que escribe Cees, cuyo feraz jardín lluïsser (sin jardinero) le impide ver la luna. Para verla, dice, “tengo que acercarme al mar, de donde emerge grande y dorada, o aguardar hasta más tarde, cuando todo está en calma y silencio, y las luna ya muy alta baña todo el jardín en plata. Y entonces, por un instante, uno se siente capaz de beber esa luz…”