No sólo en otoño restallan los largos sollozos de los violines de la melancolía. También en el agosto menorquín y no sólo por los incesantes conciertos de verano. Es aquel rostro que se aproxima en el Moll de Llevant y te sonríe mientras intentas descorrer desesperadamente los cortinajes de tu memoria, descifrar esa mueca que vagamente te recuerda un gesto. ¿Quién se esconde tras semejante amasijo de arrugas?, ¿cómo me ha reconocido él de entre las mías?, ¿no me habrá confundido con el abuelo de otro? En otra ocasión es el hijo de aquel amigo desaparecido que te hace evocar recuerdos perdidos entre los pliegues de tu cerebro…
O una esquela en Es Diari como la del amigo Manolo Sánchez Rodrigo a quien nunca llegué a confesar (un paciente, un libro o los avatares de nuestro Sporting Mahonés copaban nuestras ocasionales conversaciones) que en buena parte me hice médico porque un día, en Fornells, me liberó de las púas de un erizo cuando yo era un niño que se propuso ser un día como él… Ahora, desde el Moll de Ponent levanto la vista hacia la antiestética mole de la vieja Residencia Sanitaria y me parece verle rodeado de pacientes anhelantes de consuelo, como ese mesías laico que siempre fue. También veo a Marieta Pelegrí, la gran patrona de la enfermería en tiempos heroicos siempre solícita y eficaz, o ahora a la auxiliar Esther, cuyos delicados y elegantes desplazamientos por la tercera planta conformaban una estampa de ballet mientras sus expresivos ojos emitían chiribitas de consuelo y amistad… Melancolía de tiempos médicos sin politiqueos ni marketing.
Intento recuperarme del spleen pero ya estoy a la altura de la desaparecida escalerita donde nos bañábamos de niños, a la altura del “Latitud 40º”, y me parece ver ahora el espectro de la osuna espalda de mi padre, el brillo nada luciferino de su calva:
-Oye, viejo -le digo en plena ensoñación-, por fin triunfan tus últimos objetivos militares…
Aunque no dice ni mu, continúo con mi desvarío:
-Sí, hombre, sí, tus nunca olvidados planes de fundar una célula de Al-Atchem-Idò (alérgicos a los adefesios), con la misión de dinamitar (en invierno) hoteles playeros… Parece que finalmente y sin violencias vamos a ver desaparecer monstruos hoteleros gracias a la estrategia gubernamental de Sostenibilidad de la Costa que se va aplicar de forma pionera en Menorca, para restituir y regenerar el litoral insular.
Aunque mi mujer, al verme hablar solo, asegura que cada día estoy más gagá, escucho perfectamente la risa sardónica del viejo oculista, quien no descansará en paz hasta que se dinamiten los hoteles playeros de Son Bou y Cala Galdana entre otros…
Cala Figuera luce esplendorosa bajo el magisterio estético de S’Illa del Rei iluminada (gracias, eternas gracias, Luis Alejandre por tu empuje cívico). Me siento en uno de los nuevos bancos de madera y pido disculpas a S’Illa por haber declinado la oferta de participar en su inminente foro sobre el presente y futuro de Menorca. Le explico (creo que algunos salmoneteros me observan asombrados: no es muy normal eso de hablarle a una isla), que habitualmente no pienso Menorca sino que la disfruto y, por tanto, no me siento capaz de pergeñar un discurso mínimamente coherente en tan pocos días. Sobre todo si mi viejo ullastre está permanentemente colonizado por vocingleras tropas aragonesas de todas las edades. En fin.
O una esquela en Es Diari como la del amigo Manolo Sánchez Rodrigo a quien nunca llegué a confesar (un paciente, un libro o los avatares de nuestro Sporting Mahonés copaban nuestras ocasionales conversaciones) que en buena parte me hice médico porque un día, en Fornells, me liberó de las púas de un erizo cuando yo era un niño que se propuso ser un día como él… Ahora, desde el Moll de Ponent levanto la vista hacia la antiestética mole de la vieja Residencia Sanitaria y me parece verle rodeado de pacientes anhelantes de consuelo, como ese mesías laico que siempre fue. También veo a Marieta Pelegrí, la gran patrona de la enfermería en tiempos heroicos siempre solícita y eficaz, o ahora a la auxiliar Esther, cuyos delicados y elegantes desplazamientos por la tercera planta conformaban una estampa de ballet mientras sus expresivos ojos emitían chiribitas de consuelo y amistad… Melancolía de tiempos médicos sin politiqueos ni marketing.
Intento recuperarme del spleen pero ya estoy a la altura de la desaparecida escalerita donde nos bañábamos de niños, a la altura del “Latitud 40º”, y me parece ver ahora el espectro de la osuna espalda de mi padre, el brillo nada luciferino de su calva:
-Oye, viejo -le digo en plena ensoñación-, por fin triunfan tus últimos objetivos militares…
Aunque no dice ni mu, continúo con mi desvarío:
-Sí, hombre, sí, tus nunca olvidados planes de fundar una célula de Al-Atchem-Idò (alérgicos a los adefesios), con la misión de dinamitar (en invierno) hoteles playeros… Parece que finalmente y sin violencias vamos a ver desaparecer monstruos hoteleros gracias a la estrategia gubernamental de Sostenibilidad de la Costa que se va aplicar de forma pionera en Menorca, para restituir y regenerar el litoral insular.
Aunque mi mujer, al verme hablar solo, asegura que cada día estoy más gagá, escucho perfectamente la risa sardónica del viejo oculista, quien no descansará en paz hasta que se dinamiten los hoteles playeros de Son Bou y Cala Galdana entre otros…
Cala Figuera luce esplendorosa bajo el magisterio estético de S’Illa del Rei iluminada (gracias, eternas gracias, Luis Alejandre por tu empuje cívico). Me siento en uno de los nuevos bancos de madera y pido disculpas a S’Illa por haber declinado la oferta de participar en su inminente foro sobre el presente y futuro de Menorca. Le explico (creo que algunos salmoneteros me observan asombrados: no es muy normal eso de hablarle a una isla), que habitualmente no pienso Menorca sino que la disfruto y, por tanto, no me siento capaz de pergeñar un discurso mínimamente coherente en tan pocos días. Sobre todo si mi viejo ullastre está permanentemente colonizado por vocingleras tropas aragonesas de todas las edades. En fin.