Los avatares de los dos clubes de fútbol más importantes de España han centrado la atención periodística de buena parte del verano, precisamente la época en que su actividad principal está suspendida. Se han sucedido las manifestaciones de ansiedad en directivos y aficionados ante los rumores de llegadas de diferentes figuras del balompié, culminadas con delirantes muestras de histeria colectiva y con algún que otro disturbio al consumarse el colosal advenimiento de los nuevos titanes del Olimpo que no han dejado pasar ni dos minutos antes de estampar sus labios en el glorioso escudo de la entidad y prometer denodada y, si hace falta, heroica lucha en defensa de los gloriosos colores…Y “valores”, ha llegado a decir Valdano, el intelectual orgánico por antonomasia.
Semejante prodigio mediático debe de tener alguna connotación más allá del indiscutible efecto llamada del deporte-rey que lejos de decrecer con la llegada de la era virtual no hace sino aumentar su influencia. Buscándola con curiosidad de entomólogo, nos encontramos con una encuesta del CIS aireada hace unas semanas por La Vanguardia en la que se estudian las simpatías futbolísticas de los votantes españoles, revelándose que, mientras la izquierda manifiesta sus simpatías por el F.C. Barcelona (41.3% por un 18.8% que lo hace por los blancos), la derecha lo hace por el Real Madrid (50% contra un 20.3% que vibra con el Barça). También resultan curiosos otros datos: la izquierda se interesa por La Roja en un 35.0% mientras la derecha lo hace en un 65.1%, y la derecha parece irritarse más ante las críticas a su equipo que la izquierda (28.1% frente a 18.1%).
Prosiguiendo la investigación, se encuentra uno con un trabajo sociológico en la revista Claves (“La minoría dominante” Julio-agosto de 2009) en el que el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Carles Castro destaca la asimetría entre la solidez del voto conservador y la volatilidad del progresista así como la intensidad política y psicológica con que los potenciales votantes del Partido Popular viven sus posiciones ideológicas e identitarias. A la luz del trabajo parece como si el electorado progresista, por el contrario, fuera tibio y acomodaticio y reaccionara sólo en situaciones límite. Por su parte, el electorado conservador manifiesta una gran emoción (“emoción muy fuerte” en la encuesta) ante la bandera española o las apariciones de La Roja, y es que la identidad nacional parece constituir un elemento central de la fibra psicológica de estos votantes, según el profesor Castro.
Por otra parte, el inveterado observador de esta historia de un desamor, como llama a la relación Real-Barça uno de sus principales estudiosos, Julián García Candau, se da cuenta de que, aunque en situaciones límite, excepcionales, como ha sido la del histórico triplete o en el fichaje-antídoto de Ibrahimovic, la masa azulgrana es capaz de reaccionar intensamente, en situaciones de normalidad parece resignarse a la hegemonía histórica del club blanco, conformándose con las migajas que caen del permanente festín del mejor club del siglo y del cosmos, como alguna que otra Liga, ser Rey de Copas, una competición menor, varias devaluadas recopas, ¡aquellas copas de ferias! y alguna que otra champions (una cada treinta y pico años, para ser más exactos). Quizás por este fatalismo los culés se toman con laica resignación los períodos de sequía que, al fin y al cabo constituyen su hábitat natural, los que en realidad definen la metafísica del mes que un club, más allá de las consabidas gesticulaciones patrióticas.
No ocurre así en el mejor club del mundo-mundial, donde el peso de la púrpura y cierta representatividad en las virtudes nacionales / raciales, hace que se lleven muy mal los fiascos, que en algunos casos se interiorizan como una auténtica afrenta, como la que le ha infligido este año el desparpajo de Pep Guardiola, que ha roto todas la barreras con su arrogancia ganadora. No sólo se ha hecho con la Liga, Copa y Copa de Europa (ahora ya con el repoker de las Supercopas) sino que se ha permitido la madre de todas las ofensas, humillar al Coloso en su propio templo con una goleada contemplada con arrobo en todo el orbe por su singular maestría y urdida, para más inri, con chicos de la cantera, catalanes de nacimiento (¡Oh, cielos!) o de adopción, como el universalmente admirado albaceteño Andrés Iniesta. Ciertamente en la última temporada, Guardiola ha provocado en exceso al gigante dormido y por eso la reacción ha sido la que ha sido: rápida (para que no se hablara más del triplete), espectacular (una superproducción, según el retórico de guardia permanente) y apabullante (con todo el coro mediático nacional repicando campanas), con lo que por de pronto se ha conseguido lo que se pretendía: centrar de nuevo en ellos la atención mundial.
La razón última de la capacidad de arrastre de Real Madrid y F.C. Barcelona parece ser ese valor añadido de representatividad y trasfondo político-identitario (a veces subliminal) que el Barça siempre ha pregonado sin tapujos con su mes que un club (ahora incluso con un presidente manifiestamente independentista), y que el Real Madrid, sin llegar a reconocerlo pese a la marea de banderas rojigualdas que cubren su estadio en días señalados, no ha dejado nunca de llevar implícito, con ese convencimiento de representar las virtudes raciales, y de que tras alguna inevitable época de vacas flacas las cosas siempre volverán a su estado natural que es la victoria y la primacía absoluta (¿La mayoría natural?).
La realidad es que fuera de Barça y Real Madrid no hay salvación en el universo futbolero. La encuesta del CIS es clara cuando revela las simpatías de los españoles: 32.8% para el Real Madrid, 25.7% para el Barcelona para desplomarse a un 5.3 % para el Valencia (con sólo un 1.4% de ciudadanos de izquierdas), 5.1 % para el Athletic de Bilbao y un 4.3% para el Atlético de Madrid.
Según las últimas encuestas, por primera vez desde el 2004, los conservadores adelantan a los socialistas. ¿Tendrá ello reflejo en las expectativas futbolísticas? ¿Volverán banderas victoriosas al paso alegre de Cristiano, Kaká, y el Ser Superior? ¿Volverán las cosas a su sitio o proseguirá la afrenta?
Semejante prodigio mediático debe de tener alguna connotación más allá del indiscutible efecto llamada del deporte-rey que lejos de decrecer con la llegada de la era virtual no hace sino aumentar su influencia. Buscándola con curiosidad de entomólogo, nos encontramos con una encuesta del CIS aireada hace unas semanas por La Vanguardia en la que se estudian las simpatías futbolísticas de los votantes españoles, revelándose que, mientras la izquierda manifiesta sus simpatías por el F.C. Barcelona (41.3% por un 18.8% que lo hace por los blancos), la derecha lo hace por el Real Madrid (50% contra un 20.3% que vibra con el Barça). También resultan curiosos otros datos: la izquierda se interesa por La Roja en un 35.0% mientras la derecha lo hace en un 65.1%, y la derecha parece irritarse más ante las críticas a su equipo que la izquierda (28.1% frente a 18.1%).
Prosiguiendo la investigación, se encuentra uno con un trabajo sociológico en la revista Claves (“La minoría dominante” Julio-agosto de 2009) en el que el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Carles Castro destaca la asimetría entre la solidez del voto conservador y la volatilidad del progresista así como la intensidad política y psicológica con que los potenciales votantes del Partido Popular viven sus posiciones ideológicas e identitarias. A la luz del trabajo parece como si el electorado progresista, por el contrario, fuera tibio y acomodaticio y reaccionara sólo en situaciones límite. Por su parte, el electorado conservador manifiesta una gran emoción (“emoción muy fuerte” en la encuesta) ante la bandera española o las apariciones de La Roja, y es que la identidad nacional parece constituir un elemento central de la fibra psicológica de estos votantes, según el profesor Castro.
Por otra parte, el inveterado observador de esta historia de un desamor, como llama a la relación Real-Barça uno de sus principales estudiosos, Julián García Candau, se da cuenta de que, aunque en situaciones límite, excepcionales, como ha sido la del histórico triplete o en el fichaje-antídoto de Ibrahimovic, la masa azulgrana es capaz de reaccionar intensamente, en situaciones de normalidad parece resignarse a la hegemonía histórica del club blanco, conformándose con las migajas que caen del permanente festín del mejor club del siglo y del cosmos, como alguna que otra Liga, ser Rey de Copas, una competición menor, varias devaluadas recopas, ¡aquellas copas de ferias! y alguna que otra champions (una cada treinta y pico años, para ser más exactos). Quizás por este fatalismo los culés se toman con laica resignación los períodos de sequía que, al fin y al cabo constituyen su hábitat natural, los que en realidad definen la metafísica del mes que un club, más allá de las consabidas gesticulaciones patrióticas.
No ocurre así en el mejor club del mundo-mundial, donde el peso de la púrpura y cierta representatividad en las virtudes nacionales / raciales, hace que se lleven muy mal los fiascos, que en algunos casos se interiorizan como una auténtica afrenta, como la que le ha infligido este año el desparpajo de Pep Guardiola, que ha roto todas la barreras con su arrogancia ganadora. No sólo se ha hecho con la Liga, Copa y Copa de Europa (ahora ya con el repoker de las Supercopas) sino que se ha permitido la madre de todas las ofensas, humillar al Coloso en su propio templo con una goleada contemplada con arrobo en todo el orbe por su singular maestría y urdida, para más inri, con chicos de la cantera, catalanes de nacimiento (¡Oh, cielos!) o de adopción, como el universalmente admirado albaceteño Andrés Iniesta. Ciertamente en la última temporada, Guardiola ha provocado en exceso al gigante dormido y por eso la reacción ha sido la que ha sido: rápida (para que no se hablara más del triplete), espectacular (una superproducción, según el retórico de guardia permanente) y apabullante (con todo el coro mediático nacional repicando campanas), con lo que por de pronto se ha conseguido lo que se pretendía: centrar de nuevo en ellos la atención mundial.
La razón última de la capacidad de arrastre de Real Madrid y F.C. Barcelona parece ser ese valor añadido de representatividad y trasfondo político-identitario (a veces subliminal) que el Barça siempre ha pregonado sin tapujos con su mes que un club (ahora incluso con un presidente manifiestamente independentista), y que el Real Madrid, sin llegar a reconocerlo pese a la marea de banderas rojigualdas que cubren su estadio en días señalados, no ha dejado nunca de llevar implícito, con ese convencimiento de representar las virtudes raciales, y de que tras alguna inevitable época de vacas flacas las cosas siempre volverán a su estado natural que es la victoria y la primacía absoluta (¿La mayoría natural?).
La realidad es que fuera de Barça y Real Madrid no hay salvación en el universo futbolero. La encuesta del CIS es clara cuando revela las simpatías de los españoles: 32.8% para el Real Madrid, 25.7% para el Barcelona para desplomarse a un 5.3 % para el Valencia (con sólo un 1.4% de ciudadanos de izquierdas), 5.1 % para el Athletic de Bilbao y un 4.3% para el Atlético de Madrid.
Según las últimas encuestas, por primera vez desde el 2004, los conservadores adelantan a los socialistas. ¿Tendrá ello reflejo en las expectativas futbolísticas? ¿Volverán banderas victoriosas al paso alegre de Cristiano, Kaká, y el Ser Superior? ¿Volverán las cosas a su sitio o proseguirá la afrenta?