Aquí estoy, con el ordenador sobre las piernas y ante la tele, siguiendo en directo las votaciones para elegir la sede olímpica de 2016, después de haberme ciscado durante todo el día en la omnipresencia mediática del acontecimiento. Es la condición humana, declaramos grandes principios pero nos dejamos llevar por las emociones colectivas. Sic transit.
Acaban de eliminar a Chicago (primera derrota del obamismo planetario) y Tokio y el fervor se desata en las calles de Madrid, ¡Diantre estaría bien eso de ganar, aunque sólo sea por ver a los españoles contentos en medio de tanta zozobra! Me iría bien a mí que aún no me he quitado cierto resentimiento antespañol por la negativa de los dos partidos mayoritarios a emprender acciones contra el maltrato de los animales en determinadas "fiestas tradicionales" que me avergüenzan.
Vaya, ponen anuncios. Abro el periódico prisaico: "La capital confía en ganar hoy el mayor pulso diplomático por unos Juegos" Jopé, ¿tan importante es eso de ser sede de unos Olympic Games? Claro, uno no puede evitar pensar en los graves problemas del planeta azul y no acaba de entender tanto despliegue. Aviones oficiales, hoteles, banquetes de tropecientos y su madre. ¿Y la austeridad ante una crisis que tritura puestos de trabajo como esa máquina de picar carne que hoy dibuja El Roto en El País?
Sigo hojeando( las hojas) u ojeando (echando una ojeada) el periódico y me llevo una gran alegría: Buena crítica a la última película de Woody Allen que se estrena hoy ("Si la cosa funciona"). No viene mal después de la decepción de "Vicky Cristina Barcelona", un bodrio impropio del genio cinematográfico que es Allen. Para sus adictos, su película anual es una especie de ofrenda religiosa, un rito al que nunca fallamos ( cuando no teníamos multicines y tardaban los estrenos, llegué a viajar en alguna ocasión para ver su película).
Nada que no dicen nada de la votación final. Sigo hojeando / ojeando: dos mosqueos, el de la insultante pensión del presunto vasco ese del BBV y el de la infame caradura del jesuítico presidente Camps y sus amiguitos del alma, el señor de luengos bigotes que le regala trajes, y el del juez "más que amigo" que le exonera de cuitas procesales, dos mosqueos, decía, y una perplejidad, la que me producen unos cuantos "abajofirmantes" (directores de cine de postín, con el inevitable Almodóvar a la cabeza) que apoyan sin reservas la impunidad del violador Roman Polanski... Vaya por Dios, parece que también firmó Woody Allen. Nadie es perfecto.
Bueno, parece que ha llegado el gran momento. ¡Río de Janeiro! Ni salida rápida de la crisis ni olimpiadas. El otoño va ser duro.