Publicado en "Diario Menorca" el lunes 12 Julio
Lo siento por mi amigo holandés, pero lo de su selección en la final ha sido impropio de un fútbol tradicionalmente primoroso como el suyo. Más bien ha sido un martirio para los buenos aficionados que han presenciado incrédulos, impotentes y muy preocupados por la resistencia de sus corazones un espectáculo lamentable de interrupciones y jugadas violentas con el único fin, escandaloso para lo que nos tenían acostumbrados los tulipanes, de llegar a la ruleta rusa de los penalties.
Pero ahí estaban don Andrés, el jugador que más que una camiseta leva un esmoquin, para ejecutar la justicia poética que de tanto en tanto se da en el fútbol, y de forma también decisiva don Iker, el mejor portero del mundo, para dar a España su primer título mundial, ese con el que hemos soñado tantas veces los aficionados ya talluditos, y que en el partido de anoche mereció sobradamente. También don Vicente tiene su mérito: todos sus cambios, y especialmente el de Cesc, han sido acertados.
Es el triunfo de la fidelidad a un estilo al que los jugadores han servido con especial elegancia, admirablemente dirigidos por un entrenador que ha impartido una clase magistral de contención y prudencia que pone en evidencia la desmesura de algún que otro payaso que hemos visto desfilar por los banquillos. La clase y el fair play de la selección española ha conquistado el corazón de aficionados de todo el mundo que han visto el gesto, insólito hoy día, de acudir a consolar a los vencidos, con lo que tiene de valor pedagógico.
El fútbol español merecía este premio gordo y ojalá que este alegrón sirva para levantar la moral de un país alicaído. ¡ Visca Espanya!
Lo siento por mi amigo holandés, pero lo de su selección en la final ha sido impropio de un fútbol tradicionalmente primoroso como el suyo. Más bien ha sido un martirio para los buenos aficionados que han presenciado incrédulos, impotentes y muy preocupados por la resistencia de sus corazones un espectáculo lamentable de interrupciones y jugadas violentas con el único fin, escandaloso para lo que nos tenían acostumbrados los tulipanes, de llegar a la ruleta rusa de los penalties.
Pero ahí estaban don Andrés, el jugador que más que una camiseta leva un esmoquin, para ejecutar la justicia poética que de tanto en tanto se da en el fútbol, y de forma también decisiva don Iker, el mejor portero del mundo, para dar a España su primer título mundial, ese con el que hemos soñado tantas veces los aficionados ya talluditos, y que en el partido de anoche mereció sobradamente. También don Vicente tiene su mérito: todos sus cambios, y especialmente el de Cesc, han sido acertados.
Es el triunfo de la fidelidad a un estilo al que los jugadores han servido con especial elegancia, admirablemente dirigidos por un entrenador que ha impartido una clase magistral de contención y prudencia que pone en evidencia la desmesura de algún que otro payaso que hemos visto desfilar por los banquillos. La clase y el fair play de la selección española ha conquistado el corazón de aficionados de todo el mundo que han visto el gesto, insólito hoy día, de acudir a consolar a los vencidos, con lo que tiene de valor pedagógico.
El fútbol español merecía este premio gordo y ojalá que este alegrón sirva para levantar la moral de un país alicaído. ¡ Visca Espanya!