No se trata de "dar cancha" o no al nacionalismo identitario, como apuntan algunos post sino de dar cauce democrático a lo que existe incontestablemente, nos guste o no. Todos sabemos que es más fácil organizar un país unitario, con único sentimiento "identitario", pero no es el caso de España, donde conviven varios de ellos, fundamentalmente el español, el catalán y el vasco, todos ellos igualmente respetables.
Pero resulta que en España, donde los principales partidos se muestran pertinazmente incapaces de pactar asuntos tan sensibles y cruciales como la educación o la reforma laboral, izquierda y derecha se ponen rápidamente de acuerdo a la hora de "pararles los pies" a los catalanes. Ese es, de hecho, el primer deporte patrio y lo que llamo obsesión catalana, rasgarse las vestiduras con grandes alharacas en cuanto los catalanes toman alguna iniciativa por impecablemente democrática que sea.
A mí (ni tampoco a los ingleses ni a los canadienses) no me asusta ni me preocupa que regiones o naciones como Escocia, Quebec o Cataluña pretendan avanzar en su autogobierno siempre que respeten los procedimientos democráticos. A estas alturas del siglo XXI oír hablar de "indisolubles unidades" es irrisorio...e ilusorio, y nuestro desprestigiado Tribunal Constitucional lo repite nada menos que ocho veces en su sentencia, como una letanía capaz de conjurar el "peligro separatista".
Sólo desde la obsesión enfermiza puede entenderse que lo que es válido para otros estatutos (aprobados por la derecha española) no lo sea para Cataluña, que efectivamente tiene un problema político, porque un tribunal le ha "cepillado" ( en terminología de Alfonso Guerra) una propuesta aprobada mayoritariamente en su parlamento autonómico y negociada y aprobada también por el Congreso de los Diputados. Sí, Cataluña tiene un problema pero me temo que España también. Y bastante gordo.