Marea de banderas rojigualdas en ¡España, coño!, ya era hora claman algunos, como Carlos Herrera en Abc, "nos merecíamos un amanecer como el de hoy"."¡Ay si fuéramos unidos en todo!", haciendo de la virtud necesidad. "Una España con sello catalán", en fin son perlas que he ido espigando aquí y allá en estas vísperas de gloria incandescente que espero y deseo como el que más a pesar de mi incapacidad genética de vibrar con dioses o patrias.
Y es que a mí me gusta el fútbol en el rectángulo de juego y me gusta esta España con el sello decisivo de mi Barça, y me gusta la justicia poética que a veces se da en el fútbol, como en la vida y que premia a los excelentes. "La vida se calca sobre la superficie del césped que es en parte un sueño infantil y,en parte, un tapete de casino, igual al sí o al no de nuestra muerte, nuestra vida, nuestro amor, nuestra desdicha.", escribe hoy mismo en El País Vicente Verdú, quien tiene escrita hace muchos años una obra maestra de fútbol ("El fútbol, mitos y símbolos").
A mi me traen al pairo las banderas, digo, pero siento fervientemente esta excitación de vísperas que recorre el país. Y que no tiene nada que ver con un rebrote de sentimiento "nacional" del correcto y un retroceso de los "nacionalismos disgregadores". Se trata únicamente de fútbol y espero que nuestros chicos vayan a por ellos con armas estrictamente balompédicas.