Publicado en "Diario Menorca" el sábado 31 diciembre
A quienes me escriben emails deseándome un “feliz año” suelo contestarles con un “gracias, pero me conformo con que sea decente”. ¿Y qué puede entenderse por “año decente” en plena tormenta perfecta con la economía en recesión, cinco millones de parados, con el prestigio de la política en caída libre, en una isla que tampoco goza de buena salud? No se trata del deseo que sea un año honesto o justo según su primera acepción, que también, sino simplemente digno, en el que empiecen a revertirse los malos augurios económicos (¡brotes verdes auténticos!), que la política recupere su pulso, que los turistas no nos olviden, que no tengamos miedo a consumir, que no nos caigan chuzos de punta…
Para lograr tales objetivos se necesita seriedad y rigor en los nuevos gobernantes (a un registrador de la propiedad como Rajoy se le suponen), lejos de frivolidades y ocurrencias como rezan los eslóganes del partido ganador. También es imperativo que se acaben de una vez los engaños del poder. Nuestra experiencia como ciudadanos españoles es ya más que suficiente al respecto con las patrañas de Aznar en la guerra de Irak y en el 11-M y más recientemente con las mentiras de Zapatero en relación con la crisis económica, en ambos casos por motivos de cálculo electoral. Nos merecemos de una vez un gobierno que no nos mienta. Para empezar.
Así pues, seriedad, rigor, esfuerzo, veracidad… Honestidad. Nada, valores sencillitos que nos enseñaban en el colegio antes de las tropecientas reformas educativas de la democracia, nada nuevo. Los tiempos de transparencia universal vía Internet no son compatibles con las prácticas corruptas a las que se han acostumbrado viciosamente tantos políticos españoles desde los terribles tiempos de los fondos reservados, Juan Guerra, Urralburu, Roldán hasta el patetismo actual de la Comunidad balear (todos a la cárcel, parece una película de Berlanga) o valenciana, en la que el remilgado Camps sonríe cada vez menos a medida que transcurre su proceso y los trajes le oprimen cada vez más. Y no digamos de los aledaños de las “más altas instancias del Estado”, en estado catatónico tras las andanzas del ya imputado yernísimo.
Otro requisito para tener un año decente es no confundir el culo con las témporas. Reequilibrar la economía es lo más urgente pero no lo único importante: es trascendental revertir la corrosiva idea de que el beneficio, la cuenta de resultados es más importante que el factor humano. Las cifras nunca pueden prevalecer sobre las tribulaciones de los hombres, cada uno de los dramas subyacentes a la pérdida del puesto de trabajo, el desarraigo, la perdida implícita de la ciudadanía. No se puede legislar como si los seres humanos fueran apéndices de un balance moldeables a voluntad de la fría y despiadada razón empresarial a la que no le tiembla el pulso a la hora de ajustar plantillas o venderse al mejor postor.
La política, aunque en palmario descrédito por la inepcia y la corrupción, sigue siendo un mal necesario, imprescindible para plantarle cara a la implacable razón económica, pero para que cumpla su función es necesario desterrar prácticas decimonónicas, abriendo los partidos a la sociedad, escuchándola y mostrándose receptivos a sus planteamientos (incluidos los de los perroflautas). La actual civilización de la comunicación universal e instantánea exige nuevas soluciones para dar cauce democrático a una exigencia que no es de derechas ni de izquierdas sino ética y moral: propiciar una auténtica igualdad de oportunidades capaz de combatir la dualización de la sociedad entre unas elites tan bien pertrechadas como indiferentes, y un ejército de desempleados / desarraigados a quienes encima se les recorta el Estado del Bienestar que les protegía de las inclemencias.
En el ámbito local, desear un año nuevo “decente” no pasa por hacer tabla rasa de lo poco o mucho que se ha ido consiguiendo, nada menos que la conciencia de que el progreso económico no tiene por qué ir ligado a la destrucción del medio ambiente a través de una explotación urbanística desregulada (algunos proyectos de ley del Govern son inquietantes al respecto). Encontrar el equilibrio es la tarea de nuestro Consell, como lo es el de Dalt la Sala de mi ciudad natal, Mahón, que necesita un impulso para que vuelva a ser lo que fue históricamente: una de las ciudades más hermosas y atractivas del Mediterráneo. El primer paso se ha dado con la incipiente entente cordiale entre los dos principales partidos para encarar conjuntamente temas de Estado. Así que a por ello y Decent Any Nou siempre y cuando logremos sobrevivir a maratones de ágapes y compras. Qué cruz… Para los que se entregan incondicionalmente al aquelarre.
A quienes me escriben emails deseándome un “feliz año” suelo contestarles con un “gracias, pero me conformo con que sea decente”. ¿Y qué puede entenderse por “año decente” en plena tormenta perfecta con la economía en recesión, cinco millones de parados, con el prestigio de la política en caída libre, en una isla que tampoco goza de buena salud? No se trata del deseo que sea un año honesto o justo según su primera acepción, que también, sino simplemente digno, en el que empiecen a revertirse los malos augurios económicos (¡brotes verdes auténticos!), que la política recupere su pulso, que los turistas no nos olviden, que no tengamos miedo a consumir, que no nos caigan chuzos de punta…
Para lograr tales objetivos se necesita seriedad y rigor en los nuevos gobernantes (a un registrador de la propiedad como Rajoy se le suponen), lejos de frivolidades y ocurrencias como rezan los eslóganes del partido ganador. También es imperativo que se acaben de una vez los engaños del poder. Nuestra experiencia como ciudadanos españoles es ya más que suficiente al respecto con las patrañas de Aznar en la guerra de Irak y en el 11-M y más recientemente con las mentiras de Zapatero en relación con la crisis económica, en ambos casos por motivos de cálculo electoral. Nos merecemos de una vez un gobierno que no nos mienta. Para empezar.
Así pues, seriedad, rigor, esfuerzo, veracidad… Honestidad. Nada, valores sencillitos que nos enseñaban en el colegio antes de las tropecientas reformas educativas de la democracia, nada nuevo. Los tiempos de transparencia universal vía Internet no son compatibles con las prácticas corruptas a las que se han acostumbrado viciosamente tantos políticos españoles desde los terribles tiempos de los fondos reservados, Juan Guerra, Urralburu, Roldán hasta el patetismo actual de la Comunidad balear (todos a la cárcel, parece una película de Berlanga) o valenciana, en la que el remilgado Camps sonríe cada vez menos a medida que transcurre su proceso y los trajes le oprimen cada vez más. Y no digamos de los aledaños de las “más altas instancias del Estado”, en estado catatónico tras las andanzas del ya imputado yernísimo.
Otro requisito para tener un año decente es no confundir el culo con las témporas. Reequilibrar la economía es lo más urgente pero no lo único importante: es trascendental revertir la corrosiva idea de que el beneficio, la cuenta de resultados es más importante que el factor humano. Las cifras nunca pueden prevalecer sobre las tribulaciones de los hombres, cada uno de los dramas subyacentes a la pérdida del puesto de trabajo, el desarraigo, la perdida implícita de la ciudadanía. No se puede legislar como si los seres humanos fueran apéndices de un balance moldeables a voluntad de la fría y despiadada razón empresarial a la que no le tiembla el pulso a la hora de ajustar plantillas o venderse al mejor postor.
La política, aunque en palmario descrédito por la inepcia y la corrupción, sigue siendo un mal necesario, imprescindible para plantarle cara a la implacable razón económica, pero para que cumpla su función es necesario desterrar prácticas decimonónicas, abriendo los partidos a la sociedad, escuchándola y mostrándose receptivos a sus planteamientos (incluidos los de los perroflautas). La actual civilización de la comunicación universal e instantánea exige nuevas soluciones para dar cauce democrático a una exigencia que no es de derechas ni de izquierdas sino ética y moral: propiciar una auténtica igualdad de oportunidades capaz de combatir la dualización de la sociedad entre unas elites tan bien pertrechadas como indiferentes, y un ejército de desempleados / desarraigados a quienes encima se les recorta el Estado del Bienestar que les protegía de las inclemencias.
En el ámbito local, desear un año nuevo “decente” no pasa por hacer tabla rasa de lo poco o mucho que se ha ido consiguiendo, nada menos que la conciencia de que el progreso económico no tiene por qué ir ligado a la destrucción del medio ambiente a través de una explotación urbanística desregulada (algunos proyectos de ley del Govern son inquietantes al respecto). Encontrar el equilibrio es la tarea de nuestro Consell, como lo es el de Dalt la Sala de mi ciudad natal, Mahón, que necesita un impulso para que vuelva a ser lo que fue históricamente: una de las ciudades más hermosas y atractivas del Mediterráneo. El primer paso se ha dado con la incipiente entente cordiale entre los dos principales partidos para encarar conjuntamente temas de Estado. Así que a por ello y Decent Any Nou siempre y cuando logremos sobrevivir a maratones de ágapes y compras. Qué cruz… Para los que se entregan incondicionalmente al aquelarre.