En su imprescindible libro “Sonríe o muere”
(Turner 2011), Bárbara Ehrenreich
estudia concienzudamente el llamado “pensamiento positivo” que,
originado en movimientos religiosos norteamericanos, inunda hoy día programas de televisión, libros de autoayuda,
y consejos de administración de grandes corporaciones, promoviendo una especie de yes we can universal que, según la autora, se refiere no tanto a un
estado anímico o mental como a un elemento ideológico, pues así es como los
estadounidenses interpretan el mundo, y así es como creen que se ha de
funcionar en él. Si te vas al paro o sufres un cáncer, es tu responsabilidad
aprovechar la oportunidad que te da
Dios para renacer y remontar la situación, si el mundo actual es inseguro, ahí
están las armas para defender a nuestros hijos…
El
pensamiento positivo ha venido a reforzar a la ideología americana,
imbuida del llamado “espíritu de la
frontera”: al desplazarse hacia el
Oeste, los pioneros, en pleno contacto con la naturaleza, se desvinculan de la
opresión / tutela del Estado y pasan a depender únicamente de sus propias
fuerzas, lo que les lleva a la aceptación acrítica de la suspensión de normas y
límites cuando se trata de luchar contra los
forajidos, terroristas en nuestra época. En economía, la ideología llevada
al extremo (desregulación absoluta del mercado financiero) es lo que podría
estar detrás, según la propia Ehrenreich, de la crisis global que nos asuela,
al haber originado una economía de casino.
He vuelto al libro de la socióloga
norteamericana, aliviado por la victoria electoral de Obama de quien no espero
abracadabra alguno, pero sí un poso de prudente racionalidad frente a la
desmesura de esa “ideología americana” que encarnan los republicanos y los
gurús del “pensamiento positivo”, y de la que tuvimos suficiente experiencia
bajo el mandato de George Bush, así como la sensibilidad necesaria para afrontar el principal problema de la
sociedad norteamericana: la desigualdad galopante que hace que el 1% de la población posea lo que necesita el 99%, al decir del
prestigioso economista Joseph Stiglitz. Más difícil será que pueda hacer frente
a la industria armamentística para limitar el uso y disfrute (?) de las armas
de fuego o a la petrolífera, para la necesaria lucha contra ese cambio
climático que también niegan los iluminados del tea party.
El capitalismo fundamentalista que rechaza
impuestos y cualquier tipo de regulación viene a ser el brazo armado ( por no hacer un
juego de palabras con el constitucional derecho a llevar armas) del pensamiento positivo, la nueva religión
del siglo XXI con sus popes y papas, en su huida hacia adelante a base de
decisiones imaginativas (sin
castrantes regulaciones), o sin complejos, para adaptar el léxico a la
peculiaridad española, porque a la postre, Dios nos ilumina, está de nuestra
parte, y ya se sabe que con semejante primo
de zumosol (un emprendedor expeditivo, al fin y al cabo), todo es posible,
sobre todo si se orilla lo que nos hace humanos, la racionalidad o, para no
pecar de utópicos, el sentido común.
Y
no se trata sólo de abominar de actitudes extremas sino de ahondar en las raíces profundas de
determinadas formas de pensar, el huevo de la serpiente formado por actitudes de
retorno a una supuestamente idílica aldea originaria (nacionalistas/tradicionalistas/esencialistas
de toda laya, incluidos los que blanden la Constitución como si fuera un
adoquín), hostiles al Otro, burdas simplificaciones sobre la maldad intrínseca
de determinados colectivos (inmigrantes, homosexuales, funcionarios… ¡Catalanes!),
apelaciones a la tecnocracia y /o arbitrismos por encima de la política, peregrinas y etéreas retóricas al estilo de hacer lo
que hay que hacer, o en el caso de los republicanos estadounidenses, su
fobia a cualquier injerencia del
Estado en la vida de los ciudadanos, aunque sea proporcionarles una asistencia
sanitaria digna, su adoración acrítica a la iniciativa privada…
El progreso intelectual humano es el
resultado de una larga lucha por ver las cosas como son y no como les parece a
nuestras intuiciones, sentimientos, o revelaciones de ultratumba, menos
verificables y por tanto imposibles de universalizar. Necesitamos más que nunca
gente prudente que piense y analice, no el simplismo reduccionista de gurús,
clérigos o positivistas de diversos
pelajes. Por eso, uno se ha dejado llevar por la esperanza en las recientes
celebraciones obámicas, en un
ejercicio voluntarista y porque su renovado discurso se sale de mantras y
salmodias al uso por los gobernantes europeos.
Y, finalmente, last but nos least, porque me
parece higiénico que un negro “progre,
intelectual y amigo de los gais” (el
acabose para el pensamiento reaccionario global) sea el primer mandatario de la
nación más poderosa de la tierra.