Y efectivamente Dios provee
porque en nuestro decepcionado deambular por Harlem damos con una pequeña iglesia de barrio, St.Philips,
echamos una ojeada a los preparativos y nos dejamos seducir por su aspecto
familiar. Esperando el gospel asistimos a una misa, en la que somos los
únicos blancos, muy parecida al rito católico pero que cambia sorprendentemente
cuando en los aledaños de nuestro banco surge una voz tan contundente como
compungida en lo parece y es una conmovedora confesión pública de pecados. Por
un momento temo que nos interpelen al respecto, pero no, se acercan a los
despistados turistas para desearnos la paz y hacernos partícipes de su
agradecimiento y felicidad por nuestra respetuosa asistencia. You are welcome, nos repiten.
Pronto resuenan los emotivos himnos
de gospel entre palmadas y bailoteos
que compartimos con más ganas que maña y cuando vuelve el recogimiento, una
señora en silla de ruedas se vuelve hacia el turista-blanco-calvo y, en un
inglés apenas inteligible y me pregunta si queremos comulgar y que estaría muy
complacida de introducirnos… Como no
pretendo incomodar ni caer en la impostura le digo que “no estamos preparados”
(we are no ready, igual no me ha
entendido), ella parece desistir, pero se vuelve de nuevo con la sonrisa en la
boca esperando que haya rectificado mi, para ella, absurda decisión. Le
devuelvo la sonrisa, callo y optamos por una retirada estratégica sin levantar
la vida en el suelo. Vuelvo a sentirme pecador como en los tiempos en que
celebraba las onomásticas de San Pedro, pero aquí tendría que confesarme
delante de todos ¡incluida mi mujer!…
Pero Nueva York es también una
feria de contrastes, y al llegar a Central Park para rendir homenaje al
memorial John Lennon frente al edificio Dakota donde fue asesinado (el beatle está muy presente en la memoria
histórica del neoyorquino y sus visitantes), nos topamos con la macro cabalgata
del llamado Orgullo Gay multicolor, extravagante y ruidosa, cuya caravana
empieza a estirarse. Logramos evadirnos de este primer encuentro y comer en
Columbus Avenue, cerca del imprescindible Lincoln Center, donde tantas veces,
en su Metropolitan Opera House ha cantado triunfalmente nuestro admirado Joan
Pons, y cuyo complejo es un prodigio arquitectónico que vale la pena recorrer
con calma.
No tenemos la misma suerte por la
tarde cuando intentamos volver a nuestro hotel del Soho, un moderno y un tanto alternativo establecimiento donde somos
las únicas reliquias del pasado y cuyo looby entra en efervescencia por la
noche con riadas de gente guapa
tomando copas, sin que el ruido llegue a los aposentos de los jurásicos
huéspedes provenientes de una minúscula isla mediterránea. Pues acceder al Soho Gran Hotel se convierte en misión
imposible, porque el caos ocasionado por la cabalgata ciega todos los accesos
incluso para los peatones. No nos queda otra que observar el estrafalario
cortejo de gentes pintarrajeadas y semidesnudas, y así lo hacemos, entre
divertidos por el insólito espectáculo, un sinfín de
carrozas, y molestos por el colapso que impide el reposo de los viejos guerreros. En España
lo hacemos por procesiones religiosas y
en la gran manzana neoyorquina por un desfile de ese poder emergente (económico
por lo menos) que es el mundo gay…
En medio del caos me acuerdo del e-mail que le he enviado por
la mañana a Ponç Pons:
Llegir-te
a Nueva York: una figuera entre gratacels.
Y es que, cautivo y agotado en medio
del caos que es hoy Greenwich Village daría mi reino por ver una figuera o un ullastre…