domingo, agosto 31, 2014

El Ruidoso Sueño Americano Nueva York, WTC: una alegoria escalofriante (y 5)


Las sirenas aúllan, el traqueteo de las obras y el intenso calor hacen crepitar el suelo, la gente grita. Vamos hacia la Zona Cero detrás de unos japoneses con mascarilla para paliar la polución. De repente me ataca por sorpresa mi vieja compañera la rinitis vasomotora, es decir me pongo a estornudar violenta y contumazmente y es como si hubiera disparado una pistola. Los japoneses se dispersan a mi alrededor y me miran aterrorizados mientras se tapan la cara. Por un momento me siento un peligro público  que va a ser reducido por una de esas patrullas de la policía que aparecen en las películas, todos con gafas de sol, esposas en mano y pistola al cinto. Afortunadamente nos dejan seguir nuestro camino, eso sí, los japoneses esperan que nos alejemos para reanudar su marcha…
 

         World Trade Center, me cuesta asumir que décadas atrás estuviéramos allí con nuestros hijos para subir, en inocente actividad turística, a unas torres ahora sustituidas por sendas oquedades en las que el agua de la fuente se precipita al vacío. La alegoría es escalofriante. Estamos en el auténtico corazón de las tinieblas de la maldad humana. Se necesita transitar por la quintaesencia del nihilismo moral para perpetrar semejante barbaridad… Uno se queda anonadado, sin palabras, rememorando inevitablemente aquellas dantescas imágenes de aquel infausto 11 de septiembre que con el Holocausto judío constituye un siniestro monumento a la infamia (a propósito: imprescindible lectura en el verano menorquín, junto con les formigues blaves de Ponç Pons: “Las siete cajas” de Dory Sontheimer”, un testimonio imprescindible). Para no olvidar de lo qué es capaz el ser humano…
 

        También es la zona del poder financiero, Wall Street, donde habitan facinerosos de otra calaña que no tuvieron reparos en arruinar al mundo para satisfacer su codicia. Desde el  lado del Battery Park echo la vista atrás  y veo la cúpula de una pequeña  iglesia, la columnata de la Bolsa y una bandera gay: poder espiritual (no institucional  pero sí insidioso: es más difícil un presidente ateo en  EEUU que el paso de un camello por el ojo de una aguja), poder fáctico ( los Mercados) y poder de las minorías emergentes (capaces de colapsar durante todo un día la ciudad de ciudades).
 

          Pero Nueva York es imaginería cinematográfica, los ecos de Hollywood  reverberan en todos sus rincones. El viajero menorquín no puede sustraerse a ello y enfila el puente de Brooklyn en modesto pero sentido homenaje a uno de sus dos ídolos del cine, Woody Allen (el otro es Charles Chaplin), al que no podemos ir  ver con su clarinete al Hotel Carlyle porque acaba de terminar su temporada de conciertos, ¡porca miseria! Pretendo evocar la mítica escena de “Annie Hall”, cuando el propio Woody y Diane Keaton contemplan desde la orilla de Brooklyn el inigualable sky line de la parte sur de Manhattan,  que aunque sin las míticas Torres Gemelas, muestra ahora con orgullo, casi terminada, la novísima Torre de la Libertad, respuesta de la pujanza y determinación del pueblo norteamericano frente a la barbarie.
 

           El viaje enfila su recta final y seguimos sin  dominar el crucial asunto de las propinas, deficiencia especialmente peligrosa al tomar un taxi. Por más que te empeñes nunca acertarás y será difícil evitar torvas miradas de desaprobación o directamente de desdén mientras pronuncian su inapelable cifra redonda. Otrosí, en los taxis conviene  evitar sentarse al lado del conductor porque el aire acondicionado lo convierte en un igloo, ambiente poco adecuado para el diplomado en estornudos extemporáneos y no te va dar conversación, a lo sumo, algún gruñido.

          Terminamos viaje acudiendo, ¡cómo no!, a Times Square para ver un musical, “Motown” en este caso, un vibrante paseo por la música soul que se queda en un biopic de la enorme figura de Diana Ross y sus Supremes… A la salida, perpleja constatación de la metáfora del Mercado en los aledaños de Times Square: edificios convertidos en anuncio luminoso en un abigarrado mosaico de luces y sonidos, inmensas riadas de gente hablando a solas, conectadas a sus aparatitos, tecleando compulsivamente mientras caminan. Publicidad omnipresente, congéneres interconectados cibernéticamente con la vana ilusión de no estar solos, ruido… Y la furia de los marginados del sistema que aletean en los márgenes… ¿Hasta cuándo?

        Algun dia les mosques agafaran les arañas i les ofegaran en les seves pròpies xarxes.

        Cierro el libro de Ponç y bajo a esperar a que nos vengan a recoger. Lamentablemente  aún no han empezado a desfilar las chicas. Para consolarme, mientras espero reabro el  Rastre blau de les formigues”:

            L’edat no apaga passions, només les impossibilita…

             Luego vienen los retrasos, la noche toledana en el avión, la pérdida del enlace a Menorca, el jet lag y la laboriosa  puesta al día (sobre todo por los periódicos atrasados)… Pero importa poco, hemos regresado y ahora viene lo mejor, rememorar el viaje en la comodidad y seguridad del hogar, poner en orden las notas del viaje, repasar las fotos que han hecho otros (soy también alérgico a observar el mundo a través de una ventanuca).  Y es que como diría Fernando Savater, más que viajeros, los burguesitos somos grandes regresadores.