Publicado en "Diario Menorca" el 6 de Septiembre 2007
Las hojas del ullastre ululan misteriosamente en días de calma chicha, como si se hubieran puesto de acuerdo con esas aguas que descienden turbulentas bajo el puente de las Fiestas de Gràcia, arrastrando todo tipo de pataletas y berrinches por la elección del pregonero, un conocido showman televisivo con escasa relación conocida con la ciudad de Mahón ... ¿Es ésta la única madre del cordero de tanto indignado aspaviento o hay más motivos, no tan confesables? Dejémoslo en, ¿maliciosa?, conjetura, aunque determinadas proclamas (“¡mejor en Chueca!”) aparecidas en estas páginas hacen pensar lo peor.
El debate está manifiestamente desenfocado por cuanto no es el quién sino el cómo del pregón lo que realmente interesa, es decir, si queremos que sea primordialmente cultural, lúdico-cultural, o si nos decantamos por el simple entretenimiento o show, que es lo que parece marcar la deriva actual de los pregones, muy en consonancia, por otra parte, con la actual sociedad del disfrute perpetuo y la banalidad entronizada como tótem de la cultura de masas: ¡déjense de intelectualismos elitista-soporíferos y proporcionen diversión, que la lucha por la vida ya es suficientemente seria y dura!
El viejo ullastre me susurra que, para sus jurásicos gustos, el pregón debería tener su matiz cultural, con una reflexión de fondo sobre quiénes somos y adónde vamos (“Raíces anglo-culés de la mahonesidad”, sería mi aportación, por poner un ejemplo), pero que no está en contra de darle un aire festivo, acorde con el ambiente. Cree, en su juguetona arboreidad, que con una inteligente dosis de humor pueden conseguirse ambos objetivos, aderezándolos ineludiblemente con una pizca del sentimiento que da el arraigo, aunque cuidadito, que hubo una vez un titiritero con raíces en la ciudad, cuyo mensaje más sutil fue recomendarnos a mahoneses y mahonesas que porfiáramos en aquellas extravagantes posturas que la revista “El Jueves” suele llevar a su portada.
Este año se ha optado por un personaje que parece puramente de la farándula pero no lo es tanto (no le he leído pero sé que es un escritor notable) y que conoce la ciudad de oídas o como turista ocasional. En principio no parece la mejor opción y denota que se ha optado por el pregón-show, lo cual es motivo de lógica y saludable controversia. Lo que ya no es tan lógico, razonable ni saludable es escenificar un rasgamiento de vestiduras colectivo faltando a los deberes más elementales de la cortesía y hospitalidad, virtudes que desde siempre han adornado a los mahoneses, al igual que la mesura en sus críticas y manifestaciones.
He pedido permiso al ullastre para abandonar el abrigo de su copa e ir a escuchar respetuosamente a Boris Izaguirre. Es un visitante que viene de buena fe porque se lo han pedido, él no lo ha buscado, y se habrá tomado la molestia de documentarse y estrujarse las meninges (concedámosle al menos el beneficio de la duda) para ofrecernos un pregón digno de su probada inteligencia, más allá de su peculiar y anecdótico histrionismo. Discrepar del enfoque dado a los pregones no puede ser sinónimo de perder los papeles ante nuestros visitantes. Y quién sabe, puede que el tal Boris nos descubra matices insospechados de nosotros mismos y que nos ayude a no tomarnos tan en serio.
El debate está manifiestamente desenfocado por cuanto no es el quién sino el cómo del pregón lo que realmente interesa, es decir, si queremos que sea primordialmente cultural, lúdico-cultural, o si nos decantamos por el simple entretenimiento o show, que es lo que parece marcar la deriva actual de los pregones, muy en consonancia, por otra parte, con la actual sociedad del disfrute perpetuo y la banalidad entronizada como tótem de la cultura de masas: ¡déjense de intelectualismos elitista-soporíferos y proporcionen diversión, que la lucha por la vida ya es suficientemente seria y dura!
El viejo ullastre me susurra que, para sus jurásicos gustos, el pregón debería tener su matiz cultural, con una reflexión de fondo sobre quiénes somos y adónde vamos (“Raíces anglo-culés de la mahonesidad”, sería mi aportación, por poner un ejemplo), pero que no está en contra de darle un aire festivo, acorde con el ambiente. Cree, en su juguetona arboreidad, que con una inteligente dosis de humor pueden conseguirse ambos objetivos, aderezándolos ineludiblemente con una pizca del sentimiento que da el arraigo, aunque cuidadito, que hubo una vez un titiritero con raíces en la ciudad, cuyo mensaje más sutil fue recomendarnos a mahoneses y mahonesas que porfiáramos en aquellas extravagantes posturas que la revista “El Jueves” suele llevar a su portada.
Este año se ha optado por un personaje que parece puramente de la farándula pero no lo es tanto (no le he leído pero sé que es un escritor notable) y que conoce la ciudad de oídas o como turista ocasional. En principio no parece la mejor opción y denota que se ha optado por el pregón-show, lo cual es motivo de lógica y saludable controversia. Lo que ya no es tan lógico, razonable ni saludable es escenificar un rasgamiento de vestiduras colectivo faltando a los deberes más elementales de la cortesía y hospitalidad, virtudes que desde siempre han adornado a los mahoneses, al igual que la mesura en sus críticas y manifestaciones.
He pedido permiso al ullastre para abandonar el abrigo de su copa e ir a escuchar respetuosamente a Boris Izaguirre. Es un visitante que viene de buena fe porque se lo han pedido, él no lo ha buscado, y se habrá tomado la molestia de documentarse y estrujarse las meninges (concedámosle al menos el beneficio de la duda) para ofrecernos un pregón digno de su probada inteligencia, más allá de su peculiar y anecdótico histrionismo. Discrepar del enfoque dado a los pregones no puede ser sinónimo de perder los papeles ante nuestros visitantes. Y quién sabe, puede que el tal Boris nos descubra matices insospechados de nosotros mismos y que nos ayude a no tomarnos tan en serio.