domingo, octubre 21, 2007

Que alguien encienda la luz

Publicado en "Diario Menorca" el sábado 20 de octubre

El navegante de Internet se encuentra con infinitas posibilidades, diversas singladuras y fascinantes periplos, pero muchas veces queda varado en un sórdido mar de sargazos, repleto de información inútil, anónima, distorsionadora, falaz, o directamente incinerable, como las páginas de pornografía infantil, torturas a animales y toda la panoplia del horror humano. Hacía referencia el otro día a los blogs ciberfachas -que por cierto los hay de izquierdas y de derechas-, término acuñado por Juan Cueto en un memorable artículo, y que campan a sus anchas por la red, vertiendo en ella sus delirios como si fuera teoría científica. En una de esas páginas pude ver el otro día un video de desfiles nazis y cámaras de gas para referirse a…la asignatura de “Educación para la ciudadanía”.
Pero eso no es todo, el mundo del arte, antes reducto del buen gusto, presenta también síntomas alarmantes: según relataba el otro día Rosa Montero en su columna de El País, un artista costarricense, Guillermo Vargas hizo una exposición en una galería de Managua y, tras atar un perro a una pared, lo dejó morir de hambre y más de un crítico habló de “libertad creativa”. Cuesta entender tanta memez en un mundo en que la inteligencia parece haberse tomado unas largas vacaciones para dejar paso al imperio de la banalidad “cargadora de pilas” en la dura batalla por el consumo desaforado y la euforia perpetua. Del valle de lágrimas al parque temático del disfrute, una especie de jardín de infancia global en el que la felicidad está en las estanterías repletas de cachivaches y en ese cacareo continuo a través del teléfono móvil en cualquier lugar y situación (en plena consulta del médico, sin ir más lejos).
Y qué decir de la política, que ha pasado de ser un arte-es un decir claro- donde la dialéctica era afilada pero brillante y cortés, a ese tratado de pornografía en el que los portavoces de los partidos ofrecen diariamente un forcejeo tan mecánico y falsario como el de las propias películas de la especialidad, mientras los ciudadanos se enrocan en posturas impermeables a la persuasión, inasequibles al desaliento, como se decía antes, y lo que es peor, inmunes a la propia realidad. Parece tener razón George Lakoff y su teoría de los marcos conceptuales, según la cual, la ciudadanía obedecería a esquemas simples y si la realidad no los sigue, tanto peor para ella. Quien se atreve a pensar por sí mismo y manifiesta un criterio independiente se convierte inmediatamente en un sospechoso o recoge el sambenito de intelectualoide.
Cuantos ingenuos llegamos a creer en la Ilustración progresiva de la humanidad, vemos con desesperanza la deriva actual en que los prejuicios y los fanatismos de toda índole imperan por doquier. Dice Amos Oz en su interesante opúsculo “Contra el fanatismo” (Edit. Siruela, 2003) que la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo porque está empeñado no en persuadir con argumentos sino en obligar a cambiar al Otro por su bien, en una especie de altruismo perverso: los fanáticos, nacionalistas o religiosos, siempre están dispuestos a sacrificarse para la salvación de los demás.
Y el problema es que los antídotos para tales actitudes son débiles y están devaluados. El eslogan a pie de encuesta barre a la reflexión sosegada y fundamentada y sigue sin hallarse un fanático con sentido del humor, o sea, capaz de reírse de uno mismo y de sus estupideces. ¿Alguien lo ve posible en quienes se envuelven todavía en el siglo XXI en banderas y patrias? ¿ o en quienes anteponen una pretendida ley natural a las propias de los hombres? ¿ o en quienes persisten en creer que los diferentes son o están enfermos?Necesitamos que alguien encienda la luz.