Como culé de ínsulas baratarias, quizá por la perspectiva de la distancia, me cuesta creer el rifirrafe que se trae entre manos el barcelonismo de Catalonia sobre la labor de la junta directiva del F.C Barcelona en los últimos años, porque de esto parece que hay que hablar, salvo que más bien se trate de un ajuste de cuentas entre familias, lo cual sería impropio del admirado seny catalán aunque quizá explicaría que la mayoría de socios se quedara en casa el día de la votación.
Aunque me incomoden las gesticulaciones nacionalistas del señor Laporta, la moción de censura me ha parecido exagerada, inoportuna y profundamente injusta. La gestión de la junta, como todas, presenta claroscuros, pero el penúltimo Barça, el que propició Laporta en su fase virtuosa, ha sido el mejor de su historia, con un fútbol de ensueño, un orden táctico encomiable ( tan lejos del desgavell cruyffista), un entrenador prudente y siempre razonable y caballeroso y un presidente que-salvo los innecesarios tics nacionalistas- hablaba siempre con mesura, lejos también de los patéticos lloriqueos de Núñez o la vociferación tabernaria de Gaspart, tan del agrado de los felizmente defenestrados ( por Laporta) boixos nois.
Los dos últimos años, perdidos fundamentalmente por el factor humano (fallaron los jugadores clave en su vida privada), debieron ser contrarrestados por actuaciones más enérgicas del equipo de Laporta, que confiaron ciegamente en un entrenador que ya había perdido su autoridad. Ahí falló la Junta, pero de eso a la enmienda a la totalidad va un trecho, sobre todo si reflexionamos sobre la intrínseca bondad de confiar en proyectos deportivos a largo plazo, a la inglesa, en lugar de entregarse al tan hispano deporte de los histéricos ceses de entrenadores.
A pesar de la precariedad en que queda Laporta, creo que lo mejor para el Barça, mi querido Barça, es que le dejen acabar sus mandato para intentar construir, con Guardiola al frente, un nuevo equipo campeón que mantenga sus señas de identidad, que no son otras que el gusto por el buen fútbol y la coherencia con un proyecto.
Aunque me incomoden las gesticulaciones nacionalistas del señor Laporta, la moción de censura me ha parecido exagerada, inoportuna y profundamente injusta. La gestión de la junta, como todas, presenta claroscuros, pero el penúltimo Barça, el que propició Laporta en su fase virtuosa, ha sido el mejor de su historia, con un fútbol de ensueño, un orden táctico encomiable ( tan lejos del desgavell cruyffista), un entrenador prudente y siempre razonable y caballeroso y un presidente que-salvo los innecesarios tics nacionalistas- hablaba siempre con mesura, lejos también de los patéticos lloriqueos de Núñez o la vociferación tabernaria de Gaspart, tan del agrado de los felizmente defenestrados ( por Laporta) boixos nois.
Los dos últimos años, perdidos fundamentalmente por el factor humano (fallaron los jugadores clave en su vida privada), debieron ser contrarrestados por actuaciones más enérgicas del equipo de Laporta, que confiaron ciegamente en un entrenador que ya había perdido su autoridad. Ahí falló la Junta, pero de eso a la enmienda a la totalidad va un trecho, sobre todo si reflexionamos sobre la intrínseca bondad de confiar en proyectos deportivos a largo plazo, a la inglesa, en lugar de entregarse al tan hispano deporte de los histéricos ceses de entrenadores.
A pesar de la precariedad en que queda Laporta, creo que lo mejor para el Barça, mi querido Barça, es que le dejen acabar sus mandato para intentar construir, con Guardiola al frente, un nuevo equipo campeón que mantenga sus señas de identidad, que no son otras que el gusto por el buen fútbol y la coherencia con un proyecto.