Encontré a Agosto Pons tumbado en una chaise longue, fumándose un pitillo. Acaba de acostarse con Menorca Sintes y se le veía relajado y satisfecho. Desde el baño se oía un rumor de cañerías: era obvio que la señorita Menorca se estaba recomponiendo de las embestidas agosteñas.
-Ya se quejará-dije, con sonrisa cómplice, para romper el hielo.
-No, si…-sonrió pícaramente mientras se acomodaba los pantalones y me ofrecía un cigarrillo.
-No gracias, no fumo mientras trabajo-respondí -. ¿Cómo resumiría su experiencia?-, continué-. Agosto había aceptado la entrevista con la condición de que obviáramos detalles escabrosos.
-Bueno, verá, a pesar de las nefastas expectativas…
-Tampoco hay que exagerar…
-¿Cómo que no?-se incomodó-, ¿le parece poco la crisis económica, las medusas, la visita masiva de familiares y amigos del continente, el calor sofocante, los atascos, las verbenas, ¡Los Juegos Olímpicos! Y todo ello sin dejar de trabajar, porque no olvide que yo trabajo, aunque ahora me vea usted así.
-Bien, bien, prosiga.
-Estaba claro que tenía que conseguir una faena de aliño para sobrevivir y poder volver a mi cita del año próximo. Lo mío es un trabajo concienzudo, no se confunda por las apariencias.
-¿Y lo ha logrado?
-¿No me ve?
En ese momento irrumpió la señorita Menorca Sintes, con las mejillas arreboladas, el pelo, mojado y desparramado por su desnuda espalda, un escueto sujetador, que apenas podían contener la fuerza emergente de sendos montetoros con sus antenas mirando al cielo. Se me cayó el bolígrafo.
-¿Y cómo lo hace para sobrevivir en medio de este fárrago?-pregunté.
-Este año he aplicado la “disciplina Guantánamo”.
-¿Perdón?
-Sí, hombre, sin complejos, para entendernos. Verá: para salir indemne he tenido que elegir, discriminar, zaherir, incluso intimidar, pero aquí estoy, vivito y coleando, firme el ademán, cuando me consta que otros están atiborrándose de tranxilium. Y es que las estrategias de supervivencia que me propuse a principios de mes, han funcionado a la perfección.
-Si no le importa explicarse...
-La crisis económica la he toreado a base de ensaladas, queso y vino de la casa, nada de restaurantes caros.
-¿Y qué ha hecho para combatir el estrés?
-El estrés lo provoca el querer estar en todos sitios sin dejar de trabajar, así que lo he batido en retirada al conseguir pasar el mes sin haber acudido a un solo concierto, festival, exposición de pintura o debate a la fresca. ¡Ah!, y tampoco he sido visto en fiesta patronal alguna.
-Ahora me dirá que tampoco ha querido saber nada de política…
-Esto es esencial, stop a los asuntos políticos: sólo literatura y artículos de humor. Nada de sesudas reflexiones sobre las raíces de Europa o el perverso relativismo que nos asuela, sólo rumores sobre fichajes futbolísticos, juegos olímpicos o vacaciones de famosas de buen ver.
-¿Y cómo ha podido superar el continuo trasnoche inherente…?
-¿Inherente? Vamos, anda, hay que echarle coraje. Así he conseguido llegar a fin de mes, como se dice, sin haberme acostado ni un día más tarde de lo simplemente cortès. He seguido, impertérrito, con mi firme determinación de no aceptar sugerencias de reuniones que empiecen más allá de las nueve de la noche, y no se me han caído los anillos a la hora de decir hala idò, bona nit.
-¿Y ha conseguido comer todos los días a una hora razonable?
-Bueno, tampoco hay que ponerse borde. Un día comí a las cuatro de la tarde, pero hay que decir que fui adecuadamente sobornado con un espléndido y prolongado aperitivo regado por un delicioso albariño.
-Así cualquiera.
A todo eso, la señorita Menorca permanecía, discreta, en un rincón, acicalándose las uñas. Cuando la entrevista había concluido, me dirigí a ella.
-¿Y cómo hace para mantenerse tan en forma? ¿Cirugía? ¿Botox?
-Vida sencilla y natural, amigo -respondió con un mohín coqueto-. Las prótesis no me van-concluyó con una sonrisa biosférica.
-Las estadísticas oficiales la encumbran a usted como una de las damas más frecuentadas del país durante el verano.
-Sin faltar, ¿eh?
-Perdone, me refiero a estancias en hotel para admirarla…
Cambió el gesto adusto por una amplia sonrisa acompañada de un insinuante contoneo.
-Sí, pero no es como antes, ya no me llevan a cenar ni me hacen regalos.
-Serán cosas del relativismo-dije por decir algo.
-¿Me invitas a cenar?
-¡Idò!
-Ya se quejará-dije, con sonrisa cómplice, para romper el hielo.
-No, si…-sonrió pícaramente mientras se acomodaba los pantalones y me ofrecía un cigarrillo.
-No gracias, no fumo mientras trabajo-respondí -. ¿Cómo resumiría su experiencia?-, continué-. Agosto había aceptado la entrevista con la condición de que obviáramos detalles escabrosos.
-Bueno, verá, a pesar de las nefastas expectativas…
-Tampoco hay que exagerar…
-¿Cómo que no?-se incomodó-, ¿le parece poco la crisis económica, las medusas, la visita masiva de familiares y amigos del continente, el calor sofocante, los atascos, las verbenas, ¡Los Juegos Olímpicos! Y todo ello sin dejar de trabajar, porque no olvide que yo trabajo, aunque ahora me vea usted así.
-Bien, bien, prosiga.
-Estaba claro que tenía que conseguir una faena de aliño para sobrevivir y poder volver a mi cita del año próximo. Lo mío es un trabajo concienzudo, no se confunda por las apariencias.
-¿Y lo ha logrado?
-¿No me ve?
En ese momento irrumpió la señorita Menorca Sintes, con las mejillas arreboladas, el pelo, mojado y desparramado por su desnuda espalda, un escueto sujetador, que apenas podían contener la fuerza emergente de sendos montetoros con sus antenas mirando al cielo. Se me cayó el bolígrafo.
-¿Y cómo lo hace para sobrevivir en medio de este fárrago?-pregunté.
-Este año he aplicado la “disciplina Guantánamo”.
-¿Perdón?
-Sí, hombre, sin complejos, para entendernos. Verá: para salir indemne he tenido que elegir, discriminar, zaherir, incluso intimidar, pero aquí estoy, vivito y coleando, firme el ademán, cuando me consta que otros están atiborrándose de tranxilium. Y es que las estrategias de supervivencia que me propuse a principios de mes, han funcionado a la perfección.
-Si no le importa explicarse...
-La crisis económica la he toreado a base de ensaladas, queso y vino de la casa, nada de restaurantes caros.
-¿Y qué ha hecho para combatir el estrés?
-El estrés lo provoca el querer estar en todos sitios sin dejar de trabajar, así que lo he batido en retirada al conseguir pasar el mes sin haber acudido a un solo concierto, festival, exposición de pintura o debate a la fresca. ¡Ah!, y tampoco he sido visto en fiesta patronal alguna.
-Ahora me dirá que tampoco ha querido saber nada de política…
-Esto es esencial, stop a los asuntos políticos: sólo literatura y artículos de humor. Nada de sesudas reflexiones sobre las raíces de Europa o el perverso relativismo que nos asuela, sólo rumores sobre fichajes futbolísticos, juegos olímpicos o vacaciones de famosas de buen ver.
-¿Y cómo ha podido superar el continuo trasnoche inherente…?
-¿Inherente? Vamos, anda, hay que echarle coraje. Así he conseguido llegar a fin de mes, como se dice, sin haberme acostado ni un día más tarde de lo simplemente cortès. He seguido, impertérrito, con mi firme determinación de no aceptar sugerencias de reuniones que empiecen más allá de las nueve de la noche, y no se me han caído los anillos a la hora de decir hala idò, bona nit.
-¿Y ha conseguido comer todos los días a una hora razonable?
-Bueno, tampoco hay que ponerse borde. Un día comí a las cuatro de la tarde, pero hay que decir que fui adecuadamente sobornado con un espléndido y prolongado aperitivo regado por un delicioso albariño.
-Así cualquiera.
A todo eso, la señorita Menorca permanecía, discreta, en un rincón, acicalándose las uñas. Cuando la entrevista había concluido, me dirigí a ella.
-¿Y cómo hace para mantenerse tan en forma? ¿Cirugía? ¿Botox?
-Vida sencilla y natural, amigo -respondió con un mohín coqueto-. Las prótesis no me van-concluyó con una sonrisa biosférica.
-Las estadísticas oficiales la encumbran a usted como una de las damas más frecuentadas del país durante el verano.
-Sin faltar, ¿eh?
-Perdone, me refiero a estancias en hotel para admirarla…
Cambió el gesto adusto por una amplia sonrisa acompañada de un insinuante contoneo.
-Sí, pero no es como antes, ya no me llevan a cenar ni me hacen regalos.
-Serán cosas del relativismo-dije por decir algo.
-¿Me invitas a cenar?
-¡Idò!