Publicado en "Diario Menorca" el sábado 5 junio 2010
Cuando allá en los inicios de los años noventa del ¡pasado siglo! escuchaba una ponencia sobre “Occidentalización de los ojos” pensé que se trataría de una humorada de los chinos, un oasis para atemperar la densidad científica, pues el congreso mundial de mi especialidad médica transcurría en Singapur, pero el conferenciante no se reía para nada, aquello iba en serio: se trataba de cirugía estética de los párpados para acomodarlos a los patrones occidentales de belleza. Me quedé perplejo y meditabundo sobre el poder blando de la influencia cultural de los cánones norteamericanos, la deriva de un mundo adorador del becerro de oro de la tecnología y la imagen o la intrínseca gilipollez del ser humano, para resumir.
Se iniciaban los tiempos de la euforia perpetua según el filósofo francés Pascal Bruckner, o de la gran xalada según el sociólogo del ullastre, en los que el bienestar se hacía poco menos que obligatorio, pero no un bienestar cualquiera sino exultante. El sexo, sin ir más lejos, si en nuestros tiempos juveniles nos conformábamos con que no nos clavaran los codos en los guateques (¡fuuu!, confesábamos luego a los amigotes, avui ha anat gros), ahora en esa nueva década prodigiosa la gente no sólo alardeaba de sus penetraciones en territorios antes hostiles, sino que explicaba sus experiencias a voz en grito en los platós de televisión. Quien no contaba orgasmos múltiples con erecciones interminables y / o aullidos de valkiria era un mesquinet/a, alguien incapaz de estar a la altura de los tiempos.
Ahora parece que se habla de forma no tan estentórea de asuntos de hidráulica genital, pero ello no significa que preocupen menos al personal a tenor del reportaje que publicaba hace unos días La Vanguardia sobre el auge de intervenciones quirúrgicas en zonas antaño pudibundas. No se trata sólo de las meramente defensivas, como las reconstrucciones de himen de señoras indebidamente desfloradas (indebidamente según los códigos jurásicos de los machos de la especie), sino reducción de labios menores, ampliaciones o estrechamientos vaginales, alargamientos de pene, y demás argucias para mejorar la autoestima (¿cómo va a afrontar los retos de la modernidad una mujer con unos labios menores con michelines o un tipo con un pene estilo tapón de champán?).
Vivimos tiempos extraños en los que nada es lo que aparenta. Antes no te equivocabas, un tío era un tío era un tío era un tío, pelo en pecho, colilla colgante de sus labios únicos, escupitajos por doquier, fútbol, toros, amigotes y siempre marcando paquete. Hoy día los machos se depilan, se frotan con aceites, se hacen liposucciones y llevan-llevamos-bolso. Ellas, antes modositas por exigencias del guión, hoy te cuentan sus conquistas a la menor ocasión, fuman como carreteros, se despelotan en las playas, aúllan en los campos de fútbol (y / o baloncesto, ¿eh?, que os veo por IB3) y se ponen moradas de chupitos mientras discuten de política en las sobremesas.
Pero es que no se trata sólo de aspectos marginales como los citados sino que también en aspectos nucleares de la vida, la confusión entre real / virtual es notable. Creencias, valores, todo eso. Veía el otro día las caras de enajenados que presentaban unos individuos, varios cientos, o miles, o decenas de miles, supongo en todo el mundo, que salían de ver el último capítulo de una serie televisiva en la que al parecer hay gente que se pierde, y no vi diferencia alguna con las masas de alucinados que siguen a pies juntillas los mandatos de un santón o gurú de cualquiera de las miles de sectas que colonizan el planeta. Algunos lloraban, otros se daban golpes en el pecho, absolutamente abducidos por ¡un guión! Claro que también los hay que se toman en serio a Pajín y Cospedal, como si no fueran personajes de serie televisiva de ficción…
Pero ocurre en todos los aspectos: con la política no hay quien se aclare, decreto / rectificación, rectificación de la rectificación ( rectificar es de sabios pero hacerlo todos los días es de necios, acaba de decir Felipe González), en un país lleno de universidades sin alumnos, trenes de alta velocidad sin pasajeros, aeropuertos sin aviones, un polideportivo en cada pueblo (y una universidad y una estación del AVE y un polígono industrial y…),donde uno no llega a saber qué es lo real y qué es lo virtual mientras la oposición vocifera como si estuviera en un coso taurino, Europa nos manda al cobrador del frac y aquí, en esta ínsula virgen y mártir, esperamos anhelantes al Godot turístico que nos saque del marasmo pero eso sí, sin ponérselo fácil, que somos muy biosféricamente nuestros.
Así que, entre ofertas de modificación de tapones de champán, orgasmos virtuales, tíos que se depilan, señoras respetables que piden concebir hijos de Cristiano, gobernantes virtuales, opositores desaforados, toreros fumando cuernos entre riadas de sangre (virtuales, para los defensores de la fiesta), uno ve llegada la hora de dejar la realidad y marcharse bajo ullastre con ficción auténtica (de papel) bajo el brazo. Para abrir boca, “La última noche en Twisted River” de John Irving, mientras espero que llegue el momento de leerle “La isla del tesoro” a mi nieta. ¡Ah! Y que les aproveche a los madridistas el chulapón de Mourinho, un entrenador superstar para un proyecto ganador… Virtualmente hablando, claro está.
Bon estiu a tothom!
Cuando allá en los inicios de los años noventa del ¡pasado siglo! escuchaba una ponencia sobre “Occidentalización de los ojos” pensé que se trataría de una humorada de los chinos, un oasis para atemperar la densidad científica, pues el congreso mundial de mi especialidad médica transcurría en Singapur, pero el conferenciante no se reía para nada, aquello iba en serio: se trataba de cirugía estética de los párpados para acomodarlos a los patrones occidentales de belleza. Me quedé perplejo y meditabundo sobre el poder blando de la influencia cultural de los cánones norteamericanos, la deriva de un mundo adorador del becerro de oro de la tecnología y la imagen o la intrínseca gilipollez del ser humano, para resumir.
Se iniciaban los tiempos de la euforia perpetua según el filósofo francés Pascal Bruckner, o de la gran xalada según el sociólogo del ullastre, en los que el bienestar se hacía poco menos que obligatorio, pero no un bienestar cualquiera sino exultante. El sexo, sin ir más lejos, si en nuestros tiempos juveniles nos conformábamos con que no nos clavaran los codos en los guateques (¡fuuu!, confesábamos luego a los amigotes, avui ha anat gros), ahora en esa nueva década prodigiosa la gente no sólo alardeaba de sus penetraciones en territorios antes hostiles, sino que explicaba sus experiencias a voz en grito en los platós de televisión. Quien no contaba orgasmos múltiples con erecciones interminables y / o aullidos de valkiria era un mesquinet/a, alguien incapaz de estar a la altura de los tiempos.
Ahora parece que se habla de forma no tan estentórea de asuntos de hidráulica genital, pero ello no significa que preocupen menos al personal a tenor del reportaje que publicaba hace unos días La Vanguardia sobre el auge de intervenciones quirúrgicas en zonas antaño pudibundas. No se trata sólo de las meramente defensivas, como las reconstrucciones de himen de señoras indebidamente desfloradas (indebidamente según los códigos jurásicos de los machos de la especie), sino reducción de labios menores, ampliaciones o estrechamientos vaginales, alargamientos de pene, y demás argucias para mejorar la autoestima (¿cómo va a afrontar los retos de la modernidad una mujer con unos labios menores con michelines o un tipo con un pene estilo tapón de champán?).
Vivimos tiempos extraños en los que nada es lo que aparenta. Antes no te equivocabas, un tío era un tío era un tío era un tío, pelo en pecho, colilla colgante de sus labios únicos, escupitajos por doquier, fútbol, toros, amigotes y siempre marcando paquete. Hoy día los machos se depilan, se frotan con aceites, se hacen liposucciones y llevan-llevamos-bolso. Ellas, antes modositas por exigencias del guión, hoy te cuentan sus conquistas a la menor ocasión, fuman como carreteros, se despelotan en las playas, aúllan en los campos de fútbol (y / o baloncesto, ¿eh?, que os veo por IB3) y se ponen moradas de chupitos mientras discuten de política en las sobremesas.
Pero es que no se trata sólo de aspectos marginales como los citados sino que también en aspectos nucleares de la vida, la confusión entre real / virtual es notable. Creencias, valores, todo eso. Veía el otro día las caras de enajenados que presentaban unos individuos, varios cientos, o miles, o decenas de miles, supongo en todo el mundo, que salían de ver el último capítulo de una serie televisiva en la que al parecer hay gente que se pierde, y no vi diferencia alguna con las masas de alucinados que siguen a pies juntillas los mandatos de un santón o gurú de cualquiera de las miles de sectas que colonizan el planeta. Algunos lloraban, otros se daban golpes en el pecho, absolutamente abducidos por ¡un guión! Claro que también los hay que se toman en serio a Pajín y Cospedal, como si no fueran personajes de serie televisiva de ficción…
Pero ocurre en todos los aspectos: con la política no hay quien se aclare, decreto / rectificación, rectificación de la rectificación ( rectificar es de sabios pero hacerlo todos los días es de necios, acaba de decir Felipe González), en un país lleno de universidades sin alumnos, trenes de alta velocidad sin pasajeros, aeropuertos sin aviones, un polideportivo en cada pueblo (y una universidad y una estación del AVE y un polígono industrial y…),donde uno no llega a saber qué es lo real y qué es lo virtual mientras la oposición vocifera como si estuviera en un coso taurino, Europa nos manda al cobrador del frac y aquí, en esta ínsula virgen y mártir, esperamos anhelantes al Godot turístico que nos saque del marasmo pero eso sí, sin ponérselo fácil, que somos muy biosféricamente nuestros.
Así que, entre ofertas de modificación de tapones de champán, orgasmos virtuales, tíos que se depilan, señoras respetables que piden concebir hijos de Cristiano, gobernantes virtuales, opositores desaforados, toreros fumando cuernos entre riadas de sangre (virtuales, para los defensores de la fiesta), uno ve llegada la hora de dejar la realidad y marcharse bajo ullastre con ficción auténtica (de papel) bajo el brazo. Para abrir boca, “La última noche en Twisted River” de John Irving, mientras espero que llegue el momento de leerle “La isla del tesoro” a mi nieta. ¡Ah! Y que les aproveche a los madridistas el chulapón de Mourinho, un entrenador superstar para un proyecto ganador… Virtualmente hablando, claro está.
Bon estiu a tothom!