Publicado en "Sa casa d'es poble" en nº 148, abril, 2007
Hace un tiempo os prevenía contra los sermoneadores, esos tipos tan pesados que suelen jactarse de decir las cosas a la cara y que luego callan como borregos ante el jefe, o aquellos siempre prestos a denunciar injusticias planetarias pero que se portan como energúmenos con los que tienen más cerca. Hoy voy a tratar de apercibiros contra los tópicos, esas frases banales disfrazadas de reflexión profunda, sentencias dichas con aire profesoral, pildoritas filosóficas que usamos para dar por demostradas opiniones más que discutibles, para tratar de encubrir nuestra indigencia intelectual, o simplemente para zanjar una discusión incómoda.
Hay diversos tipos de tópicos, como los inocentes tipo en el fondo la gente es buena o el funerario era una gran persona, o tontorrones como el de que el físico no influye en la personalidad o la belleza está en el interior. Pero también los hay malintencionados, hoy día muy en boga con eso de la competitividad como aquel que te endosa quien acaba de darte una puñalada trapera: es que he cambiado de opinión, el también conocido la ley me lo permite, o me limito a cumplir con mi deber. También están los tópicos tipo falsario como aquel tan socorrido de que soy apolítico, algo tan difícil de creer como que puedo volar, y que suele revelar una posición cavernícola, o cualquier tiempo pasado fue mejor, lo que no sólo es radicalmente falso (con todas las lacras que se quieran: ¿en qué época de la historia tanta gente ha vivido tan bien?), sino estúpido, porque pretende mecerte en la melancolía por lo que pudo ser y no fue y en la parálisis autoexculpatoria. Lo único que fue mejor del pasado es que éramos jóvenes, y esto es lo que añoramos.
Hay diversos tipos de tópicos, como los inocentes tipo en el fondo la gente es buena o el funerario era una gran persona, o tontorrones como el de que el físico no influye en la personalidad o la belleza está en el interior. Pero también los hay malintencionados, hoy día muy en boga con eso de la competitividad como aquel que te endosa quien acaba de darte una puñalada trapera: es que he cambiado de opinión, el también conocido la ley me lo permite, o me limito a cumplir con mi deber. También están los tópicos tipo falsario como aquel tan socorrido de que soy apolítico, algo tan difícil de creer como que puedo volar, y que suele revelar una posición cavernícola, o cualquier tiempo pasado fue mejor, lo que no sólo es radicalmente falso (con todas las lacras que se quieran: ¿en qué época de la historia tanta gente ha vivido tan bien?), sino estúpido, porque pretende mecerte en la melancolía por lo que pudo ser y no fue y en la parálisis autoexculpatoria. Lo único que fue mejor del pasado es que éramos jóvenes, y esto es lo que añoramos.