Veo por la tele a Santa Claus saliendo en trineo de su chaletito de Laponia. Oigo los ecos de villancicos surgidos de las entrañas de los centros comerciales. Plantifico un árbol posmoderno con fotografías de rostros queridos. Felicito, través de mi blog, a mis implacables liberales de guardia. Llamo a un amigo recién envuelto en lencería prostática por aquello de que cuando los bajos de tus amigos veas pelar, pon los tuyos a remojar. Compruebo con la habitual resignación los nulos galardones mis dos números de lotería de todos los años. Doy mazapán a Tronya y Allen. Invito a algunas almas desarraigadas a mi mesa. Visito tiernamente a familiares y amigos impedidos.Llamo a conocidos de allende los mares. Indulto con buen talante a presuntos enemigos. Escucho el discurso de Su Majestad sin mandarle callar. Al día siguiente, leo en Internet las exégesis ad hoc, escrutadoras de significados ocultos, inextricables para el común de los mortales. Regalo vinos y libros a amigos reconocidos ( a los más ingenuos les inflijo el impuesto revolucionario de leer mi última novela). Asisto, con imperturbable expresión, a aperitivos y comidas de empresa. Felicito las fiestas al señor obispo de la diócesis, muy ocupado con sus rogativas por la recuperación del Valencia C.F. Veré,con el habitual arrobo, el concierto de Año Nuevo, resistiré, con la sonrisa en los labios la torrentera de bon anys, dispondré los zapatos para el día de Reyes...
Comprendo que podría haber liderado una expedición/safari a algún templo de la posmodernidad relativista y atea, tipo Corte Inglés / Tall Britànic o a cualquier otro de la universal cadena Becerro’s Gold, para cumplir con la liturgia consumista o, en plan “principios y valores de-toda-la vida, asistir a la misa del gallo, o revestirme de disfrutador agónico y acudir a un macrocotillón de fin de año, matasuegras y gorrito incluido, pero a pesar de carencias e inhibiciones fruto de un espíritu apocado, creo que mi contribución al espíritu navideño no es desdeñable. Aún así me faltaba algo, y era ese manto blanco con que la naturaleza arropa y adorna a sus parajes icónicos, dándoles un toque... entrañable, mientras nosotros debemos conformarnos con alguna gélida y estéril cellisca.
No sé si ha sido el azar o un ultraterrenal premio a mi paciente docilidad, pero este año he sido bendecido con las primeras navidades blancas de mi vida. El prodigio empezó el domingo por la mañana en forma de nevada, que fue a caer sobre el Vive Menorca cuando nuestro corazón hervía de fragor combativo. De pronto bajó una miríada de ángeles blancos que depositaron su vistoso maná sobre la pista de Vista Alegre, y no satisfechos con el ensalmo, marcharon por la tarde a la muy hidalga Ciudad Condal donde cubrieron el santuario Nou Camp de Catalonia de pétalos blancos. Vinieron, vieron y vencieron sin despeinarse, sin que los feligreses culés, ¡ay! podamos invocar negras y diabólicas conjuras. Simplemente pasearon su superioridad, lo dejaron todo teñido de blanco virginal, levitaron un rato para observar los efectos de su majestuoso vuelo y desparecieron.
Así es como gozaremos de nuestras primeras y largamente deseadas Navidades Blancas. Snif (sollozo puramente ternurista/navideño, nada que ver con los siete puntos de ventaja de los ángeles blancos). Bon y blanc any a tothom, porque ya se sabe, from the lost to the river, o sea, que de perdidos, al río.
Comprendo que podría haber liderado una expedición/safari a algún templo de la posmodernidad relativista y atea, tipo Corte Inglés / Tall Britànic o a cualquier otro de la universal cadena Becerro’s Gold, para cumplir con la liturgia consumista o, en plan “principios y valores de-toda-la vida, asistir a la misa del gallo, o revestirme de disfrutador agónico y acudir a un macrocotillón de fin de año, matasuegras y gorrito incluido, pero a pesar de carencias e inhibiciones fruto de un espíritu apocado, creo que mi contribución al espíritu navideño no es desdeñable. Aún así me faltaba algo, y era ese manto blanco con que la naturaleza arropa y adorna a sus parajes icónicos, dándoles un toque... entrañable, mientras nosotros debemos conformarnos con alguna gélida y estéril cellisca.
No sé si ha sido el azar o un ultraterrenal premio a mi paciente docilidad, pero este año he sido bendecido con las primeras navidades blancas de mi vida. El prodigio empezó el domingo por la mañana en forma de nevada, que fue a caer sobre el Vive Menorca cuando nuestro corazón hervía de fragor combativo. De pronto bajó una miríada de ángeles blancos que depositaron su vistoso maná sobre la pista de Vista Alegre, y no satisfechos con el ensalmo, marcharon por la tarde a la muy hidalga Ciudad Condal donde cubrieron el santuario Nou Camp de Catalonia de pétalos blancos. Vinieron, vieron y vencieron sin despeinarse, sin que los feligreses culés, ¡ay! podamos invocar negras y diabólicas conjuras. Simplemente pasearon su superioridad, lo dejaron todo teñido de blanco virginal, levitaron un rato para observar los efectos de su majestuoso vuelo y desparecieron.
Así es como gozaremos de nuestras primeras y largamente deseadas Navidades Blancas. Snif (sollozo puramente ternurista/navideño, nada que ver con los siete puntos de ventaja de los ángeles blancos). Bon y blanc any a tothom, porque ya se sabe, from the lost to the river, o sea, que de perdidos, al río.