De un tiempo a esta parte menudean los artículos y comentarios referidos a la maldad intrínseca de los llamados “progres” a quienes se atribuyen, como a Satanás, todo tipo de rasgos, últimamente una amalgama de características nazi-talibánicas dignas de una de esas películas de terror que hoy día copan las pantallas de nuestros cines. Sin embargo, cuando éramos jóvenes ser progre, molaba. Quienes adquirían esa mítica condición solían ser sujetos barbudos y con greñas, vestían trenka, acostumbraban a llevar Cuadernos para el Diálogo y / o Triunfo bajo el brazo y dormían bajo el poster del Che Guevara. Pero lo que de verdad les hizo legendarios era lo mucho que ligaban. O lo que se decía que ligaban, que en esas cuestiones, como en política, del dicho al hecho va un considerable trecho.
Algunos de ellos pasaron de la ensoñación a la praxis y bien es cierto que recibieron de lo lindo en comisarías y otros clubes de alterne de la brigada político-social franquista, mientras los apocados que simpatizábamos con ellos, veíamos, escuchábamos, callábamos y nos dedicábamos a preparar oposiciones como Aznar o simplemente a estudiar nuestras carreras. Pero unos y otros llevamos en volandas a Felipe a la Moncloa y fuimos pasando de apocalípticos a integrados y luego a difuminados, a medida que el Progre Máximo cazaba ratones con gatos de todos los pelajes y varios de sus colaboradores no se andaban con tiquismiquis en la lucha antiterrorista al tiempo que se hacían con una pensión extra para asegurarse una vejez saludablemente progresista.
Y colorín, colorado, podríamos sentenciar, de no ser por el empeño de los llamados “tanques de ideas” (think tanks) de la Internacional Conservadora en insuflarles aliento post mortem. Huérfanos de una ideología, más allá de la justificación más o menos cínica del sálvese quien pueda maquillado de amor irrestricto a la Libertad (o sea, a la no injerencia de los poderes públicos en la vida, obra y desfalcos de los ciudadanos emprendedores), rescataron Lo Progre como madre de todas las lacras que entorpecen la marcha alegre de la humanidad hacia el oasis turboconsumista -libertario. Y así nació la moderna caza del progre (también el relativista va de costado esquivando balazos), que enardece a tantos aspirantes a intelectual del siglo XXI, pese a que de aquellos chicos juguetones sólo quedan unos restos de neopijismo de apóstoles de derechos sin deberes adobado con un anticlericalismo de pandereta.
En la nueva teodicea del anarco-libertarismo de derechas que nos asuela pese a su fracaso histórico al ser el muñidor de la actual crisis económica y geoestratégica, ocupa un lugar estelar la defensa a capa y espada de la teoría de que la Cultura, la Justicia, ¡la Educación!, y el sursuncorda, siguen monopolizados por los progres (a quienes se uniría el nacionalismo periférico disgregador, siempre al acecho), desde el fatídico Mayo del 68 (Berlusconi, uno de los anarquistas de derechas más emblemáticos es uno de los principales propagandistas de la idea), y que hay que hay acabar de una vez por todas con tal estado de cosas. Y lo preocupante es que el discurso va calando cual lluvia fina a pesar de la evidente extinción de aquella raza de greñudos cosecha del 68, cuando, por lo menos, aquellos eran unos tipos realmente preocupados por la Cultura (con mayúsculas), básicamente antiautoritarios, nada nacionalistas y con unas ganas locas de marcha, fuera el lanzamiento de adoquines a la estulticia imperante o, como diría Woody Allen, ese intercambio de fluidos que llevaría de rebote a la revolución más importante del siglo XX, la irrupción de la píldora anticonceptiva.
Lo curioso es que donde los progres de antes reivindicaban imaginación, ruptura, libertad, aceleración vital, el pensamiento conservador impulsa ahora políticas de soltar cabos, eliminar barreras para el flujo del dinero, decisiones rápidas “sin complejos”, urbanismo creativo sin hacer caso a teorías apocalípticas como el calentamiento del planeta o timoratas como la conservación paisajística, así que no iría mal reivindicar un neoprogresismo de políticas más pausadas, más deliberativas, con controles eficaces de los flujos financieros y guerra sin cuartel contra la corrupción, protección del medio ambiente frente a furores depredadores, y elaboración de leyes capaces de proteger a los más débiles ( incluidas las lenguas minoritarias).
En pocas palabras, necesitamos nuevos progres, más templados que los de antes (¿más de derechas?), sin delirios de construcción de ningún hombre nuevo, bastante trabajo hay con tratar de mejorar lo presente, respetuosos con muchos de los logros de “la democracia burguesa y el capitalismo”, y defensores de unos valores y una cultura que se puedan desembarazar del abrazo del oso del entretenimiento, el espectáculo y el éxito fácil. Aunque se ligue menos.
Algunos de ellos pasaron de la ensoñación a la praxis y bien es cierto que recibieron de lo lindo en comisarías y otros clubes de alterne de la brigada político-social franquista, mientras los apocados que simpatizábamos con ellos, veíamos, escuchábamos, callábamos y nos dedicábamos a preparar oposiciones como Aznar o simplemente a estudiar nuestras carreras. Pero unos y otros llevamos en volandas a Felipe a la Moncloa y fuimos pasando de apocalípticos a integrados y luego a difuminados, a medida que el Progre Máximo cazaba ratones con gatos de todos los pelajes y varios de sus colaboradores no se andaban con tiquismiquis en la lucha antiterrorista al tiempo que se hacían con una pensión extra para asegurarse una vejez saludablemente progresista.
Y colorín, colorado, podríamos sentenciar, de no ser por el empeño de los llamados “tanques de ideas” (think tanks) de la Internacional Conservadora en insuflarles aliento post mortem. Huérfanos de una ideología, más allá de la justificación más o menos cínica del sálvese quien pueda maquillado de amor irrestricto a la Libertad (o sea, a la no injerencia de los poderes públicos en la vida, obra y desfalcos de los ciudadanos emprendedores), rescataron Lo Progre como madre de todas las lacras que entorpecen la marcha alegre de la humanidad hacia el oasis turboconsumista -libertario. Y así nació la moderna caza del progre (también el relativista va de costado esquivando balazos), que enardece a tantos aspirantes a intelectual del siglo XXI, pese a que de aquellos chicos juguetones sólo quedan unos restos de neopijismo de apóstoles de derechos sin deberes adobado con un anticlericalismo de pandereta.
En la nueva teodicea del anarco-libertarismo de derechas que nos asuela pese a su fracaso histórico al ser el muñidor de la actual crisis económica y geoestratégica, ocupa un lugar estelar la defensa a capa y espada de la teoría de que la Cultura, la Justicia, ¡la Educación!, y el sursuncorda, siguen monopolizados por los progres (a quienes se uniría el nacionalismo periférico disgregador, siempre al acecho), desde el fatídico Mayo del 68 (Berlusconi, uno de los anarquistas de derechas más emblemáticos es uno de los principales propagandistas de la idea), y que hay que hay acabar de una vez por todas con tal estado de cosas. Y lo preocupante es que el discurso va calando cual lluvia fina a pesar de la evidente extinción de aquella raza de greñudos cosecha del 68, cuando, por lo menos, aquellos eran unos tipos realmente preocupados por la Cultura (con mayúsculas), básicamente antiautoritarios, nada nacionalistas y con unas ganas locas de marcha, fuera el lanzamiento de adoquines a la estulticia imperante o, como diría Woody Allen, ese intercambio de fluidos que llevaría de rebote a la revolución más importante del siglo XX, la irrupción de la píldora anticonceptiva.
Lo curioso es que donde los progres de antes reivindicaban imaginación, ruptura, libertad, aceleración vital, el pensamiento conservador impulsa ahora políticas de soltar cabos, eliminar barreras para el flujo del dinero, decisiones rápidas “sin complejos”, urbanismo creativo sin hacer caso a teorías apocalípticas como el calentamiento del planeta o timoratas como la conservación paisajística, así que no iría mal reivindicar un neoprogresismo de políticas más pausadas, más deliberativas, con controles eficaces de los flujos financieros y guerra sin cuartel contra la corrupción, protección del medio ambiente frente a furores depredadores, y elaboración de leyes capaces de proteger a los más débiles ( incluidas las lenguas minoritarias).
En pocas palabras, necesitamos nuevos progres, más templados que los de antes (¿más de derechas?), sin delirios de construcción de ningún hombre nuevo, bastante trabajo hay con tratar de mejorar lo presente, respetuosos con muchos de los logros de “la democracia burguesa y el capitalismo”, y defensores de unos valores y una cultura que se puedan desembarazar del abrazo del oso del entretenimiento, el espectáculo y el éxito fácil. Aunque se ligue menos.