Publicado en "Diario Menorca" 25 de noviembre 2007
No es la presunción sino la necesidad lo que me lleva a apelar a Ortega y Gasset para hablar del fenómeno Second life. Porque fue el filósofo español uno de los primeros en reflexionar sobre la técnica y así, decía que el hombre es el ser técnico por antonomasia, ya que en su estado natural no es más que un mono desnudo, y sería precisamente su tendencia a transformar el entorno lo que lo que le hace propiamente humano.
Luego podríamos interpretar a Oscar Wilde en clave siglo XXI cuando proclamaba aquello de “a mí, dadme lo superfluo” (quizá por eso le dieron cárcel), para acabar de entender todo este proceso cibernético que nos lleva a Second Life. Y es que las necesidades del hombre no son naturales sino artificiales y la técnica sería hoy la producción de lo superfluo.
En esas estamos, tan instalados en lo superfluo que hay que sacarle el máximo rendimiento; Internet ha significado un cambio de proporciones cósmicas en las relaciones humanas, pero se estaba quedando corto en nuestro afán no sólo intercomunicador sino de trascendencia. Ya no es suficiente con tener toda la información al instante y estar siempre disponible para nuestros contactos, hacía falta dar un paso más allá y por eso creamos ahora un mundo virtual: una vez ahítos de información del mundo real y controladas las náuseas, cambiemos la realidad.
Entonces interviene Second Life, que cambia no sólo el fondo (el hilo narrativo, la novela de la vida) sino también la forma y el color de los ojos del protagonista, las características de sus zapatillas deportivas, te puedes comprar un terrenito virtual, adiestrar a tus mascotas, que evidentemente no van a ensuciar nada ni necesitan vacunas, ligarte a Claudia Schiffer, jugar al tenis con María Sharapova, irte de copas con George Clooney o conseguir que el Vive Menorca gane todos los partidos.
Puede resultar apasionante para algunos pero uno está ya saciado de segundas vidas, tantas como libros he leído y no digamos cuando me he armado de valor y he creado mis propios personajes. Ahora mismo estoy con uno de ellos, un misántropo encadenado a la pantalla del ordenador que, por razones que no voy a desvelar, entra en una espiral de acontecimientos incontrolables, quizá por aquello que contestó Woody Allen a un amigo que le preguntaba por qué no recluía a su familiar que se creía una gallina: “Porque necesitamos los huevos”. Y esto es lo que pasa, nos necesitamos unos a otros, aunque sea virtualmente.
No es la presunción sino la necesidad lo que me lleva a apelar a Ortega y Gasset para hablar del fenómeno Second life. Porque fue el filósofo español uno de los primeros en reflexionar sobre la técnica y así, decía que el hombre es el ser técnico por antonomasia, ya que en su estado natural no es más que un mono desnudo, y sería precisamente su tendencia a transformar el entorno lo que lo que le hace propiamente humano.
Luego podríamos interpretar a Oscar Wilde en clave siglo XXI cuando proclamaba aquello de “a mí, dadme lo superfluo” (quizá por eso le dieron cárcel), para acabar de entender todo este proceso cibernético que nos lleva a Second Life. Y es que las necesidades del hombre no son naturales sino artificiales y la técnica sería hoy la producción de lo superfluo.
En esas estamos, tan instalados en lo superfluo que hay que sacarle el máximo rendimiento; Internet ha significado un cambio de proporciones cósmicas en las relaciones humanas, pero se estaba quedando corto en nuestro afán no sólo intercomunicador sino de trascendencia. Ya no es suficiente con tener toda la información al instante y estar siempre disponible para nuestros contactos, hacía falta dar un paso más allá y por eso creamos ahora un mundo virtual: una vez ahítos de información del mundo real y controladas las náuseas, cambiemos la realidad.
Entonces interviene Second Life, que cambia no sólo el fondo (el hilo narrativo, la novela de la vida) sino también la forma y el color de los ojos del protagonista, las características de sus zapatillas deportivas, te puedes comprar un terrenito virtual, adiestrar a tus mascotas, que evidentemente no van a ensuciar nada ni necesitan vacunas, ligarte a Claudia Schiffer, jugar al tenis con María Sharapova, irte de copas con George Clooney o conseguir que el Vive Menorca gane todos los partidos.
Puede resultar apasionante para algunos pero uno está ya saciado de segundas vidas, tantas como libros he leído y no digamos cuando me he armado de valor y he creado mis propios personajes. Ahora mismo estoy con uno de ellos, un misántropo encadenado a la pantalla del ordenador que, por razones que no voy a desvelar, entra en una espiral de acontecimientos incontrolables, quizá por aquello que contestó Woody Allen a un amigo que le preguntaba por qué no recluía a su familiar que se creía una gallina: “Porque necesitamos los huevos”. Y esto es lo que pasa, nos necesitamos unos a otros, aunque sea virtualmente.