Escucho con preocupación las noticias sobre la presunta nueva condena a Arnaldo Otegui por "pertenencia a banda armada" y con alivio, el repunte de la confianza en la economía global tras el salvavidas lanzado por las economías emergentes, encabezadas por China, a las cuales les interesa sobremanera "colocar" sus productos y para ello necesitan compradores en condiciones. Una pescadilla que se muerde la cola.
Pero pese a tan importantes cuestiones, mi atención de hoy está focalizada en una frase, la pronunciada por una estrella futbolística, quien al enjuiciar las pitadas que le dedican en todos los estadios del mundo no sólo es incapaz de formular una mínima autocrítica sino que despacha la cuestión con una displicente sentencia: "Me silban por ser rico, guapo y un gran jugador". En ningún momento se le ha ocurrido pensar a don Cristiano que quizá le silben precisamente por la singular arrogancia de que hace gala, sus chulescos desplantes o su victimismo cada vez que el Barça (Messi) se le interpone en su estelar camino.
Dice el siempre ponderado (defenestrado por ello) Jorge Valdano que también le silban porque le tienen miedo y no le falta razón: Cristiano, sin el talento natural de Messi, es un atleta con enormes cualidades rematadoras que genera pánico en las hinchadas contrarias. Es verdad, como también lo es que sus maneras, gestos y actitudes generan antipatía en las tribus rivales. Pero para él, como para buena parte de la juventud actual, la arrogancia del ganador (tampoco ha ganado tanto desde que está en España, ni con su selección) es tan legítima como admirable. Es como se comportaría una gran mayoría en este mundo ultracompetitivo si fueran guapos, ricos y famosos.