Pasaron las fiestas de Graçia y el 11-S, acontecimientos que se contemplaban con cierto temor-cada uno a su nivel, claro está- y afortunadamente prevaleció el espíritu festivo en el primero y el de concordia y tranquilidad en el segundo. Ambos los he seguido por televisión dada mi incapacidad laboral y deportiva transitoria (mi cirujano, el doctor Vilaró me asegura que estaré disponible para Guardiola en las semifinales de champions, listo para enfrentarme al temible Pepe), y la verdad es que, hablando de nuestras fiestas patronales, da la impresión de que han sido un completo éxito pese a los augurios de boicot y a los excesos de una renacida(¿impostada?) religiosidad. Por testimonios recibidos de gentes neutrales, además de las imágenes televisivas, parece que lo que ha triunfado rotundamente ha sido la simpatía natural de la alcaldesa Águeda Reynés, que se ha metido al respetable en el bolsillo. Tiempo habrá de matizar algunas cosas y quizá recificar otras, pero la verdad es que nuestras fiestas patronales, más modestas y modosas que las de Ciutadella, tienen su hilo narrativo, su relato. Sólo sobra su post moderno carácter de macrobotellón..
El 11-S norteamericano que el otro día comentaba al hilo de las manifestaciones de George W. Bush al National Geografic, transcurrió felizmente sin incidentes, con emoción contenida, respeto y un país unido. Del discurso de Obama se desprenden ideas más razonables-el multilaterismo, la contención- que cuando Bush llamó a la guerra santa. Entonces EEUU se distrajo de los problemas reales, encabronó al mundo y con el enorme dispendio de sus ardores guerreros puso las bases de la actual crisis económica. El problema es que los halcones republicanos no parecen muy dispuestos a dejar trabajar al Presidente en esta línea.