Observo desde el ventanal de mi casa el cielo gris y encapotado que se dibuja entre las copas de los árboles del jardín. El verano se va, llorando suavemente por las oportunidades perdidas y por la desazón creciente ante la situación de ¿irremediable? crisis que nos asuela de forma inclemente.
Por si fueran pocas las culpas, el remordimiento, de la borrachera colectiva que hemos vivido, me encuentro inmovilizado e impotente por mi propio delirio omnipotente. ¿A quién se le ocurre pretender jugar al fútbol superando los sesenta? Pues aquí estoy, ateniéndome a las consecuencias, recién operado (anteayer) del ligamento cruzado de mi rodilla izquierda que ya podrá mirar de tú a tú a la derecha, intervenida por la misma lesión (y la misma causa) hace trece años.
¿Tienen algo que ver mis muletas, mi sensación ( del todo realista) de profunda invalidez con esa reforma constitucional colada con nocturnidad y alevosía por los dos principales partidos?
Por si fueran pocas las culpas, el remordimiento, de la borrachera colectiva que hemos vivido, me encuentro inmovilizado e impotente por mi propio delirio omnipotente. ¿A quién se le ocurre pretender jugar al fútbol superando los sesenta? Pues aquí estoy, ateniéndome a las consecuencias, recién operado (anteayer) del ligamento cruzado de mi rodilla izquierda que ya podrá mirar de tú a tú a la derecha, intervenida por la misma lesión (y la misma causa) hace trece años.
¿Tienen algo que ver mis muletas, mi sensación ( del todo realista) de profunda invalidez con esa reforma constitucional colada con nocturnidad y alevosía por los dos principales partidos?