Sentado indolente y doloridamente en mi butacón, observo con resignación la grotesca enormidad de mi pierna vendada. Acabo de leer la prensa local del día, he navegado un rato por la nacional en busca del consuelo perdido (no hay buenas noticias) y presa de cierta fatiga visual y mental decido caer en la tentación de contemplar los cien goles de Messi en el Nou Camp desde su estelar aparición.
No le guardo rencor al fútbol pese a que ya me roto dos rodillas y a que me proporcionara una infancia de frustraciones por el sempiterno papel de segundón de mi equipo favorito, el Barça, y por la inmisericorde comprobación de que nunca sería su "número nueve" como soñaba repetidamente. Tampoco por las miserias esparcidas por un portugués mal perdedor.
Contemplando los goles de Messi me pellizco para cerciorarme de que no no estoy viendo una obra de ficción: son reales, variopintos, decisivos, logrados "contra ellos", bellísimos en su mayoría. Vuelvo a pellizcarme porque parecen goles de dibujos animados. ¡Qué bello es el fútbol cuando se alcanzan esos niveles imposibles para el común de los mortales! ¡Qué maravillosa máquina del tiempo capaz de retrotraernos a nuestra infancia! Como las películas del Oeste que también aligeran la insoportable pesadez de mi pierna maltrecha...