martes, diciembre 12, 2006

Esquitxos

Me crea cierta incomodidad ver a mis congéneres celebrando una muerte, cualquier muerte, de un ser humano. Así me sucedió tras la carnicera agonía del general Franco, a quien detestaba sincera y profundamente, al contemplar, atónito, el descorche masivo de botellas de champán (¿cava?), y lo mismo me ocurre ahora ante el jolgorio por la muerte de otro general adicto, como don Francisco, a traspasar sus responsabilidades al inverificable Dios. No quiero ni pensar en la que se va a montar en Miami cuando el barbudo de La Habana traspase sus pilosidades al Más Allá...
Una cosa es detestar e incluso odiar, luchar denodadamente contra esos sátrapas, "alegrarse" discretamente por su desaparición, y otra muy distinta esa obscena orgía ante un hecho biológico que tarde o temprano nos sucederá a todos. Cualquier ser humano, incluso los mencionados que tanto dolor han causado, merece una "tregua" en ese momento capital, es una exigencia mínima de ese hilo de humanidad que debería unirnos a todos.