Publicado "Diario Menorca, sábado 16 Diciembre
Es de agradecer el esfuerzo que hace Carlos Salord Comella en su artículo (Diario Menorca: “Comprendiendo la homosexualidad”, 6-12-06) para acercarse a un tema espinoso a partir de su conocida y respetable militancia religiosa, aunque ciertamente, si todos los intentos de “comprensión” de la homosexualidad son como el suyo o el del citado profesor de la Universidad de Navarra Jokin de Irala, a los homosexuales no les hacen falta enemigos en un momento en que estamos siendo testigos de un definitivo e irreversible cambio cultural en Occidente con respecto a la cuestión gay.
Sostienen Irala/Salord que la homosexualidad es el resultado de un desarrollo inadecuado de la identidad sexual, que uno “no nace” homosexual sino “que se hace”, y en un alarde de sensibilidad y compasión proponen que cualquiera “que sufra por su orientación” y desee “reencontrarse” con la heterosexualidad puede “recurrir a un especialista”. El final del artículo del señor Salord es realmente antológico, al calificar estas teorías de “firme alegato a favor de la racionalidad y la libertad”, en contraposición al opresivo “homosexualismo político” (sic) que pretende dar una imagen de la homosexualidad como “algo normal”. En fin, vayamos por partes.
Con todo mi ánimo de civilizada polémica creo ineludible comentar algunos aspectos porque se está jugando con el disco duro de la dignidad de una considerable minoría de personas hasta hace bien poco recluidas en el gueto de la injuria y la marginación. Atención a lo que afirma Sara Miles en una canción del disco de Bob Ostertag, All the Rage:
La primera vez que alguien me llamó “marica” y comprendí que era yo, el mundo se reveló brutalmente con esa simple palabra que brota de la frase como una explosión, algo malo que hice, algo que no debería ser, “marica”.
E insiste el verso de Genet:
El insulto me hace saber que soy una persona distinta de las demás, que no soy normal. Alguien que es “queer”: extraño, raro, enfermo. Anormal
En el amplio estudio realizado sobre la homosexualidad hace ya unos lustros, el llamado informe Kinsey, es altamente revelador al concluir que sólo el 50% de los hombres son exclusivamente heterosexuales, y en el otro 50% hay toda una gama de matices. Si entendemos al homosexual como aquella persona que manifiesta una preferencia afectiva y atracción sexual claramente definidas por individuos de su mismo sexo, estamos hablando de una minoría que la mayoría de estudios cifran entre un 5 y un 10% de la población, cifra que se cuestiona hoy por baja dado el aún persistente fenómeno del “armario”, fruto de la represión social aún en boga (de hecho, muchos gays entran y salen del armario según las circunstancias, para conseguir trabajo, etcétera). En el “informe Kinsey”, la homosexualidad femenina resulta notoriamente inferior.
En cuanto al meollo del artículo de Carlos Salord, el del que el homosexual “no nace” sino “que se hace” y que por tanto, “puede curarse”, nada más lejos de la realidad científica, aunque haya que agradecerle al comentarista que no haya invocado “el vicio” o que “el defecto” sea consecuencia de conductas antisociales, o de unos padres ineptos y /o alcohólicos u otras estupideces que se van diciendo con absoluto desparpajo. Por el contrario, a todos nos vienen a la memoria numerosos genios de las artes y las ciencias gay que han contribuido y contribuyen a la mejora del género humano.
Investigadores de todas las ramas coinciden en que la orientación homosexual le viene dada al individuo. Nadie puede convertirse a la homosexualidad por un simple acto de voluntad. Por otra parte, no existe en los anales de la psicología clínica un solo caso constatable de éxito en la modificación de la “orientación” sexual, a lo sumo se ha logrado entrenar para la relación heterosexual (por supuesto cualquier adulto es muy dueño de intentarlo, otra cosa es la licitud moral de someter a los niños adolescentes a estas prácticas). Ningún estudio serio avala el carácter patológico de la condición homosexual, aunque sigue sin conocerse su causa exacta; cada día, sin embargo, más estudios científicos corroboran la idea de que se trata de una variación innata de los mecanismos biológicos que modulan la atracción romántica, y que tendría lugar en el cerebro del feto durante la gestación.
En cuanto al término “homofobia”, fue acuñado en 1972 por G. Weinberg para definir un tipo de fobia, o miedo irracional, comparable con la agorafobia o a la claustrofobia, y no menos patológicas que éstas, y al contrario de lo que opina Salord, eso también incluye a los que sostienen que la homosexualidad es defecto, desviación o enfermedad porque con ello, de buena o mala fe, tratan de apartar, o en el mejor de los casos, “rehabilitar” al diferente o “raro”. La raíz del pánico está en el estigma y el tabú social, lo mismo que les ocurrió a los judíos en la Alemania nazi. No es cuestión de “corrección política” ni mucho menos de “homosexualismo político” (hay algunos políticos gays pero todavía no son mayoría, salvo que el armario sea gigantesco), sino de simple y llano sentido de humanidad compartida.
No creo que el señor Salord y quienes opinan como él se hayan parado a pensar en lo que es para un adolescente darse cuenta de su orientación, de que es uno esos “seres defectuosos” o “enfermos” a los que hay que “reeducar”. Afirmar alegremente que no hay “personas homosexuales” sino solamente “actos homosexuales” equivale, como afirma Didier Eribon en su libro”Reflexiones sobre la cuestión gay” (Edit Anagrama 2001), a descartar todas esas experiencias individuales, intensamente vividas, en las que no hace falta que los actos hayan sido practicados para que la identidad se haya construido. Por supuesto que hay personas homosexuales, concluye Eribon, y los “actos” homosexuales no son más que uno de los elementos que permiten definirlas. ¿Acaso no es consciente el señor Salord de la cantidad de jóvenes vidas confinadas a la marginación más sórdida o directamente destruidas por actitudes represivas o “reeducadoras”? Otrosí: ¿es ésta una actitud cristiana?
En pocas palabras, y a la vista de los datos que nos ofrece no sólo la ciencia sino el propio sentido común, hay que concluir que las personas de orientación homosexual son seres perfectamente sanos, en muchos casos incluso ejemplares en su comportamiento personal y social y que tienen todo el derecho el mundo a vivir su sexualidad como ellos quieran, siempre con libre consentimiento entre adultos, sin verse reprimidos, coartados o marginados social o políticamente por su condición sexual.
Como afirma Luis Rojas Marcos, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Nueva York, la homosexualidad no es una cuestión religiosa, ni tampoco moral, sino un desafío social, político, legal y, sobre todo, un reto a nuestra razón y a nuestra humanidad.
Sostienen Irala/Salord que la homosexualidad es el resultado de un desarrollo inadecuado de la identidad sexual, que uno “no nace” homosexual sino “que se hace”, y en un alarde de sensibilidad y compasión proponen que cualquiera “que sufra por su orientación” y desee “reencontrarse” con la heterosexualidad puede “recurrir a un especialista”. El final del artículo del señor Salord es realmente antológico, al calificar estas teorías de “firme alegato a favor de la racionalidad y la libertad”, en contraposición al opresivo “homosexualismo político” (sic) que pretende dar una imagen de la homosexualidad como “algo normal”. En fin, vayamos por partes.
Con todo mi ánimo de civilizada polémica creo ineludible comentar algunos aspectos porque se está jugando con el disco duro de la dignidad de una considerable minoría de personas hasta hace bien poco recluidas en el gueto de la injuria y la marginación. Atención a lo que afirma Sara Miles en una canción del disco de Bob Ostertag, All the Rage:
La primera vez que alguien me llamó “marica” y comprendí que era yo, el mundo se reveló brutalmente con esa simple palabra que brota de la frase como una explosión, algo malo que hice, algo que no debería ser, “marica”.
E insiste el verso de Genet:
El insulto me hace saber que soy una persona distinta de las demás, que no soy normal. Alguien que es “queer”: extraño, raro, enfermo. Anormal
En el amplio estudio realizado sobre la homosexualidad hace ya unos lustros, el llamado informe Kinsey, es altamente revelador al concluir que sólo el 50% de los hombres son exclusivamente heterosexuales, y en el otro 50% hay toda una gama de matices. Si entendemos al homosexual como aquella persona que manifiesta una preferencia afectiva y atracción sexual claramente definidas por individuos de su mismo sexo, estamos hablando de una minoría que la mayoría de estudios cifran entre un 5 y un 10% de la población, cifra que se cuestiona hoy por baja dado el aún persistente fenómeno del “armario”, fruto de la represión social aún en boga (de hecho, muchos gays entran y salen del armario según las circunstancias, para conseguir trabajo, etcétera). En el “informe Kinsey”, la homosexualidad femenina resulta notoriamente inferior.
En cuanto al meollo del artículo de Carlos Salord, el del que el homosexual “no nace” sino “que se hace” y que por tanto, “puede curarse”, nada más lejos de la realidad científica, aunque haya que agradecerle al comentarista que no haya invocado “el vicio” o que “el defecto” sea consecuencia de conductas antisociales, o de unos padres ineptos y /o alcohólicos u otras estupideces que se van diciendo con absoluto desparpajo. Por el contrario, a todos nos vienen a la memoria numerosos genios de las artes y las ciencias gay que han contribuido y contribuyen a la mejora del género humano.
Investigadores de todas las ramas coinciden en que la orientación homosexual le viene dada al individuo. Nadie puede convertirse a la homosexualidad por un simple acto de voluntad. Por otra parte, no existe en los anales de la psicología clínica un solo caso constatable de éxito en la modificación de la “orientación” sexual, a lo sumo se ha logrado entrenar para la relación heterosexual (por supuesto cualquier adulto es muy dueño de intentarlo, otra cosa es la licitud moral de someter a los niños adolescentes a estas prácticas). Ningún estudio serio avala el carácter patológico de la condición homosexual, aunque sigue sin conocerse su causa exacta; cada día, sin embargo, más estudios científicos corroboran la idea de que se trata de una variación innata de los mecanismos biológicos que modulan la atracción romántica, y que tendría lugar en el cerebro del feto durante la gestación.
En cuanto al término “homofobia”, fue acuñado en 1972 por G. Weinberg para definir un tipo de fobia, o miedo irracional, comparable con la agorafobia o a la claustrofobia, y no menos patológicas que éstas, y al contrario de lo que opina Salord, eso también incluye a los que sostienen que la homosexualidad es defecto, desviación o enfermedad porque con ello, de buena o mala fe, tratan de apartar, o en el mejor de los casos, “rehabilitar” al diferente o “raro”. La raíz del pánico está en el estigma y el tabú social, lo mismo que les ocurrió a los judíos en la Alemania nazi. No es cuestión de “corrección política” ni mucho menos de “homosexualismo político” (hay algunos políticos gays pero todavía no son mayoría, salvo que el armario sea gigantesco), sino de simple y llano sentido de humanidad compartida.
No creo que el señor Salord y quienes opinan como él se hayan parado a pensar en lo que es para un adolescente darse cuenta de su orientación, de que es uno esos “seres defectuosos” o “enfermos” a los que hay que “reeducar”. Afirmar alegremente que no hay “personas homosexuales” sino solamente “actos homosexuales” equivale, como afirma Didier Eribon en su libro”Reflexiones sobre la cuestión gay” (Edit Anagrama 2001), a descartar todas esas experiencias individuales, intensamente vividas, en las que no hace falta que los actos hayan sido practicados para que la identidad se haya construido. Por supuesto que hay personas homosexuales, concluye Eribon, y los “actos” homosexuales no son más que uno de los elementos que permiten definirlas. ¿Acaso no es consciente el señor Salord de la cantidad de jóvenes vidas confinadas a la marginación más sórdida o directamente destruidas por actitudes represivas o “reeducadoras”? Otrosí: ¿es ésta una actitud cristiana?
En pocas palabras, y a la vista de los datos que nos ofrece no sólo la ciencia sino el propio sentido común, hay que concluir que las personas de orientación homosexual son seres perfectamente sanos, en muchos casos incluso ejemplares en su comportamiento personal y social y que tienen todo el derecho el mundo a vivir su sexualidad como ellos quieran, siempre con libre consentimiento entre adultos, sin verse reprimidos, coartados o marginados social o políticamente por su condición sexual.
Como afirma Luis Rojas Marcos, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Nueva York, la homosexualidad no es una cuestión religiosa, ni tampoco moral, sino un desafío social, político, legal y, sobre todo, un reto a nuestra razón y a nuestra humanidad.