7-VI-07
El vuelo directo a la isla hermana es una golosina más que apetecible para romper una dieta de más veinticinco años sin pisar Eivissa. Además, acababa de contrastar pareceres con algunos partidarios del desdoblamiento de carreteras y de discutir con un acérrimo defensor de la “lengua menorquina” y quería comprobar de primera mano el impacto del asfalto en el paisaje y, por otra parte, si necesitaría intérprete para entenderme con los usufructuarios de la “lengua ibicenca”. En honor a la verdad he de decir que pasaron más de veinticuatro horas hasta que escuché un parloteo homologable con el “menorquín” entre un fárrago de castellano, inglés, alemán, francés y tutti quanti…
El trayecto del aeropuerto a la capital, festoneado de cemento y rotondas a varios niveles ya te empieza a persuadir que entras no ya en otro mundo sino en otro planeta illenc, aunque el shock visual ya no se repite en el resto del trayecto de las autovías, mucho más discretas. Al llegar a Vila, la sorpresa es acústica: hacía ya muchos años que había olvidado cómo suena un concierto de bocinas y cómo se circula con escasos semáforos…y una apabullante ausencia de guardias municipales, autoridad competente pero invisible. Llegar al hotel, en los aledaños del puerto cuesta un montón de vueltas y revueltas para acabar aparcando en un descampado de los varios que proliferan en la ciudad con la “P” de parking, polvorientos basurales “vigilados” por espontáneos recaudadores que exigen su diezmo por no se sabe qué servicio. Autovía fluida y ruidoso embotellamiento en la ciudad, curious.
Sólo te quedan ánimos para darte un primer garbeo de inspección por Vara de Rey, principal arteria de la ciudad y reponerte del susto cenando en la terraza de “Alfredo” unos calamares a la ibicenca ( salteados con verduras), mientras observas el peculiar carrusel humano, personal e intransferible, y sientes el primer aguijonazo de envidia: Eivissa capital es un caos urbanístico y circulatorio, pero late, vive intensamente, te hace sentir el encanto de la urbe cuando el sol declina y los comercios siguen abiertos, las terrazas de bares y restaurantes burbujeantes de actividad. Levantamos nuestras copas de rosado de Formentera y hacemos votos por la resurrección de la fúnebre capital de Menorca.
El vuelo directo a la isla hermana es una golosina más que apetecible para romper una dieta de más veinticinco años sin pisar Eivissa. Además, acababa de contrastar pareceres con algunos partidarios del desdoblamiento de carreteras y de discutir con un acérrimo defensor de la “lengua menorquina” y quería comprobar de primera mano el impacto del asfalto en el paisaje y, por otra parte, si necesitaría intérprete para entenderme con los usufructuarios de la “lengua ibicenca”. En honor a la verdad he de decir que pasaron más de veinticuatro horas hasta que escuché un parloteo homologable con el “menorquín” entre un fárrago de castellano, inglés, alemán, francés y tutti quanti…
El trayecto del aeropuerto a la capital, festoneado de cemento y rotondas a varios niveles ya te empieza a persuadir que entras no ya en otro mundo sino en otro planeta illenc, aunque el shock visual ya no se repite en el resto del trayecto de las autovías, mucho más discretas. Al llegar a Vila, la sorpresa es acústica: hacía ya muchos años que había olvidado cómo suena un concierto de bocinas y cómo se circula con escasos semáforos…y una apabullante ausencia de guardias municipales, autoridad competente pero invisible. Llegar al hotel, en los aledaños del puerto cuesta un montón de vueltas y revueltas para acabar aparcando en un descampado de los varios que proliferan en la ciudad con la “P” de parking, polvorientos basurales “vigilados” por espontáneos recaudadores que exigen su diezmo por no se sabe qué servicio. Autovía fluida y ruidoso embotellamiento en la ciudad, curious.
Sólo te quedan ánimos para darte un primer garbeo de inspección por Vara de Rey, principal arteria de la ciudad y reponerte del susto cenando en la terraza de “Alfredo” unos calamares a la ibicenca ( salteados con verduras), mientras observas el peculiar carrusel humano, personal e intransferible, y sientes el primer aguijonazo de envidia: Eivissa capital es un caos urbanístico y circulatorio, pero late, vive intensamente, te hace sentir el encanto de la urbe cuando el sol declina y los comercios siguen abiertos, las terrazas de bares y restaurantes burbujeantes de actividad. Levantamos nuestras copas de rosado de Formentera y hacemos votos por la resurrección de la fúnebre capital de Menorca.
8-VI-07
Ya sabíamos que Eivissa vive de noche, pero no que sus ecos reverberaran en las paredes de los hoteles, cuando a partir de las cuatro o las cinco de la mañana empiezan a regresar los peregrinos a los templos discotequeros sin dejar de cantar sus estruendosos salmos por los pasillos. Lamentablemente me había dejado en casa los tapones para los oídos que utilizo en mis escasas irrupciones en el santuario del Vive Menorca y tuve que echar mano del orfidal.
Uno de los inmarcesibles placeres de una ciudad viva es un buen desayuno (café doble y ensaimada) en una terraza tan cosmopolita como la del Hotel Montesol, de estilo colonial, también en Vara de Rey, mientras repasas la prensa del día que, ¡a las nueve de la mañana ya está en la isla!, seductoramente multicolor y con su erótico aroma a tinta fresca. Al tiempo que echas una furtiva mirada a alguna beldad extraviada en aquellas insólitas horas (en Ibiza son imprescindibles las gafas de sol en su versión tapa-pasiones). Hoy leo en Diario de Ibiza que han sido clausuradas tres de las legendarias discotecas de la isla por tráfico de drogas. En la prensa nacional, lo de siempre: ETA marca la agenda.
Pero es hora de explorar y nos vamos hacia el Norte en una autovía semivacía, nada chirriante desde el punto de vista paisajístico y realmente cómoda para el conductor, y cumplimos el ritual, pasando por el Puig de Missa, de exuberante vegetación, paisaje de montaña inédito en Menorca, para rendir pleitesía al islote de Tagomago desde la Cala San Vicente. No puede faltar un baño en Aigües Blanques, un marco inmejorable, evocador, muy evocador de nuestros propios parajes, para nuestra première de la temporada, y enfilar el segundo chapuzón en Cala Boix previo suculento arrós negre sobre el acantilado, en un restaurante absolutamente recomendable como es “La Noria”, donde maceran durante horas una ensalada autóctona sencillamente regia. Después de una prescindible parada en Santa Eulalia conviene regresar y prepararse para el primer asalto al barrio de La Marina, una vez cerciorados el día anterior de que Dalt Vila, donde antaño pudieran verse a nativas ataviadas a la antigua usanza, se ha convertido en un parque temático de restaurantes que se apiñan sin casi margen para el peatón.
9-VI-07
Tras la segunda noche toledana en el hotel ( thank you, orfidal ), corresponde a los expedicionarios explorar el sur, animados por las portentosas panorámicas contempladas ayer frente a la isla de Tagomago. Pero difícilmente pueden satisfacer a los menorquines paisajes anodinos como los de Ses Salines, Es Cavallet o pedregales como Es Jondal o Es Cubells, aunque el premio de la jornada viene cuando llegas al acantilado frente a islote de Es Vedrá, un paisaje único en las islas ante el que el tiempo parece suspendido en un aire surcado por las gaviotas. Aquello es tan sobrecogedor que merece una contemplación sosegada, lo que se consigue en Cala d’Hort, desde donde incluso puede hacerse una excursión para rodear el mítico islote que al viajero menorquín le da la impresión de una monumental Pregonda.
Otra paradoja curiosa de esta isla de contrastes es que desde Aigües Blanques, no hemos visto nudismo. En el enclave de la disbauxa hay menos despelote, o por lo menos no tan indiscriminado como en nuestra, por otra parte, más pacata isla. También llama la atención que en sus playas más emblemáticas en vez de los consabidos chiringuitos menorquines con vocación y trato de tales (excepto en el precio), haya restaurantes con manteles, nada escandalosos en su arquitectura, bien ensamblados en el ambiente, donde con una atención impecable puedes darte un homenaje de cocina marinera a precios razonables (mucho más proporcionados que los que estilan por aquí). El dominio que los cocineros ibicencos demuestran de arroces y fideuás, es proverbial, así como su amable profesionalidad.
El fosquet (sol post dicen por aquí en el catalán de Eivissa-vamos, diría que es lengua catalana lo que hablan-, mucho más parecido al nuestro que el de Mallorca) de la capital pitiusa es hoy especial: entre drag queens y bullicio callejero me entero de Lo Inexorable, es decir, que el Real Madrid vuelve a salvar los muebles en el último minuto y es ya campeón virtual. Sic transit.
10-VI-07
Una somera excursión por el interior, tras una rápida visita a Portinatx, donde vanamente esperábamos encontrar vestigios de un antiguo puerto pescador, es suficiente para darse cuenta del llamativo abandono del campo, donde apenas se ven cultivos…ni animales, salvo alguna cabra extraviada: Sant Miquel, Sant Mateu, Santa Agnés son pueblos evanescentes, casi virtuales, como las propias ciudades, Eivissa aparte. Sorprende el contraste de las ultramodernas y polémicas autovías (el debate sigue abierto: ¿les han hecho perder el poder a los populares?) con el abandono no ya de un campo tan feraz como feroz en su anarquía vegetal, sino con el pésimo estado de las carreteras comarcales, mal señalizadas y repletas de socavones. Es imposible para el viajero menorquín no comparar con nuestro bucólico paisaje de llocs encalados, tancas ordenadas y vacas pastando. Tampoco se ven alayores ni mercadales ni tan siquiera,¡ay!,un Fornelles. Sus pueblos son sólo aglomeraciones turísticas intercambiables unas con otras.
Pero nuestro objetivo en la jornada de despedida no es otro que visitar las majestuosas Platges del Comte cerca de San Antonio (tan prescindible como Santa Eulalia), con su ringlera de islotes, un cautivador paisaje, agreste y montaraz como el de nuestra costa norte, pero con un restaurante notable donde solazarse con un marinero arroz meloso con el que te despides de la isla hermana mientras los ojos te hacen chiribitas ante tanta belleza, tanto contraste, tanta paradoja, tanta disbauxa.
Tras aterrizar en Menorca, recorro las mortecinas pero ordenadas calles de mi ciudad natal y respiro aliviado. Me parece formar parte de una sociedad más articulada y tranquila y de un paisaje más ensamblado con el factor humano. Aquí todo parece más integrado, terminado, allí hay un permanente y febril estado de obras. La sociedad menorquina puede que sea más timorata a la hora de encarar el turismo, más ambigua, más dubitativa, más hipócrita según un amigo mallorquín. Puede, pero visto lo visto, no me extraño de nosotros mismos: los ibicencos se han entregado a una forma de vivir y vender que les va bien, aunque es un modelo harto arriesgado y nada transferible.
Hoy mismo, en Diario de Ibiza, su director Joan Serra comenta que “las grandes discotecas de Ibiza son un modelo de referencia en todo el mundo, un activo turístico valiosísimo que hemos de conservar, pero que puede autodestruirse por sus propios excesos”. ¿Pan para hoy y hambre para mañana? Ibiza ha apostado por el turismo joven y fiestero. De hecho sorprende la relativa tranquilidad con que te mueves por sus joyas costeras, y es que sus visitantes no van a eso, duermen de día y trotan de noche. Termina su artículo Joan Serra: “Hay que conciliar el turismo joven de diversión con los derechos de los residentes, pisoteados, y con las exigencias de otros segmentos del mercado turístico que huye del ruidoso bullicio y busca tranquilidad. Si no somos capaces de reorientar toda la actuación pública y de comprometer a las empresas del sector en esta triple dirección, corremos el riesgo de morir de éxito y arruinar un poco más la imagen de nuestra isla.”
Ibiza me ha parecido tan entrañable como extraña e inquietante. Hablamos el mismo idioma, gozamos de un paisaje similar y, aunque ambas islas padecemos la misma invasión de celentéreos (sólo el invento de una caldereta de medusas o un vol au vent de su gelatina puede salvarnos: fichemos a Ferrán Adriá ), no compartimos la misma visión del fenómeno turístico. Por cierto, ¿cuál es la nuestra?
12-VI-07
Exhausto por el abortado“proceso de paz” y el de la dilapidación de la Liga por el Barça, con las retinas devastadas por tanta belleza ibicenca y los tímpanos estragados por los ecos de su frenesí juerguista, cierro el dietario para recogerme bajo el ullastre, donde permanecerá abierto mi cibernético blog para lo que gusten criticar. Bon estiu a tothom.